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Hace algún tiempo, en un lugar recóndito del mundo, vivía Jules, un joven apuesto y de corta edad. Vivía con sus padres y esperaba ansiosamente el nacimiento de su hermano menor. Su vida era tranquila; disfrutaba los buenos momentos; aprovechaba cada cosa que el destino le brindaba; le encantaba el cielo, ver los atardeceres que se reflejaban en sus pequeños, pero expresivos ojos. Disfrutaba caminar por lugares solitarios; era una persona sencilla y lo más importante para él era su familia y su amiga Kyra, una niña de mirada profunda, caminar pausado y un gran amor por la música. Eran dos adolescentes aventureros, Jules demasiado soñador y ella un poco más sensata, eran como hermanos.
Jules siempre caminaba rumbo a su escuela y decía que cada día era diferente, por lo tanto, aunque cada amanecer recorriera el mismo camino, sabía que vería cosas distintas. Atravesaba lagos, bosques y siempre se detenía en uno de ellos, el cual recibía el nombre de San Lorenzo, era un lugar asombroso, habían árboles inmensos rodeados de miles de flores, un cielo distinto, el aire un poco mas liviano, un silencio absoluto en el que sólo se escuchaba el pasar de la brisa, donde sólo se percibían los rayos de sol que se colaban entre las ramas llegando hasta el suelo guiando su caminar. Para él era un lugar mágico, lleno de paz, donde su imaginación volaba más que de costumbre; allí, sus sueños no tenían límite. Visitar ese lugar era el mejor comienzo del día, luego se desviaba un poco para ir a casa de Kyra y así, llegar juntos a estudiar.
Pasaba un día tras otro, Jules siempre vivía lo mismo, aunque quisiera verlo distinto, su vida empezaba a tornarse monótona, pero tal vez en el momento en que lo descubrió, conoció lo que realmente la haría cambiar.
Una mañana, caminado como siempre por el bosque, un poco pensativo y con la mirada perdida, Jules vio a lo lejos una jovencita que caminaba hacia él, segundos después se dio cuenta que ella vivía cerca de la casa de Kyra, recordó que algunas vez habían cruzado palabras y una que otra sonrisa. Al tenerla más cerca, de inmediato la observó cautelosamente, como si nunca la hubiese visto. Era una señorita hermosa, de agradable figura y estatura indicada, tenía la piel blanca, el cabello castaño, que se hacia mas brillante entre los rayos de luz que se cortaban, sus manos perfectas, su boca pequeña y sus ojos oscuros y penetrantes, pero con una mirada esquiva que él percibió en seguida. Jules rompió el silencio al decirle: No pensé que a alguien más le agradara visitar este lugar, para mí, no es sólo una forma de acortar mi camino. Ella respondió: ¿Y acaso qué es para ti? Él bajó su cabeza como buscando algo; al ver una rosa roja la arrancó del suelo y sonriendo la puso en sus manos y le respondió: Así como hoy te encontré a ti, espero cada día conocer algo distinto.
El nombre de la hermosa señorita y amante de la naturaleza era Mouly. Mientras seguían hablando, decidieron sentarse junto a un árbol. Ella le contó varias cosas sobre su vida, le confesó que le encantaban los árboles, que mientras veía la luz enredada entre las hojas se trasportaba a otro lugar de una manera inexplicable. Así pasaron largas horas mientras conversaban, prometieron verse cada día en aquel lugar, y así lo hicieron, Jules, como el primero, le daba una rosa roja al verla; a los pocos días se hicieron novios, Mouly era todo para el, en su mente sólo ella permanecía, mientras se inventaba diferentes maneras de quererla para no perderla jamás.
Sin embargo, ella era una niña insegura, bastante frágil aunque demostrara lo contrario y a pesar de que amaba a Jules permitía que varias situaciones y personas confundieran su corazón. Muchos trataron de robarse su amor, inclusive, ella misma quiso arrebatárselo alguna vez a él, pero siempre volvía sabiendo que nadie la amaría como lo Jules hacia.
Jules era un chico sincero y entregado. Alguna vez, una persona cercana a su amor se enamoró de él, era una hermosa niña llamada Lis, tenían muchas cosas en común, pero él no se sentía capaz de vivir sin Mouly. Sin embargo, Lis nunca dejó a un lado lo que sentía por él, formaron una gran amistad, era algo fuerte, casi irrompible…una cosa maravillosa.
Ya habían pasado varios meses desde que Jules vivía tan feliz, se aproximaba el fin de año y el nacimiento de su hermano, así que debía viajar con su familia y no quería dejar ni un momento a Mouly, pero era inevitable. Cuando se fue la tuvo presente todo el tiempo, aunque sentía un miedo extraño y desconocía las razones, no le prestó mucha atención, pero al regresar comprendió todo.
El día que estuvo de nuevo junto a ella no dejaba de mirarla, de abrazarla, de besarla, le contó cada cosa que hizo mientras estuvo lejos. ¡Soy un hombre feliz!, decía; no le hacía falta nada y lo más importante, la tenía a ella. Pasaron varias horas mientras caminaban juntos, el silencio se apoderó del ambiente y al llegar al bosque de San Lorenzo se detuvieron. Por un momento, aquel miedo regresó, invadió su cuerpo y no entendía qué pasaba. Mouly lo tomó entre sus brazos, lo besó y luego lo miró, pero esta vez no esquivamente como siempre, y finalmente le dijo sin dudarlo un instante más: Se acabó mi amor por ti, me iré lejos y empezarás a vivir sin mí. Le pedió perdón por causarle ese dolor tan grande y para concluir sólo dijo: puedo darte lo que no tengo y no podría prometerte algo que muchas veces te dije y se convirtió en mentiras de mi parte. El corazón de Jules se rompió en mil pedazos, no dijo una sola palabra y sin mirar hacia atrás dijo adiós a su amor para siempre, dejando en aquel lugar toda la magia que había existido en su vida.
Pasaron días, meses interminables llenos de dolor, de angustia, de no poder olvidar, pero la ayuda de los demás lo hizo renacer nuevamente. Tal vez nunca podría volver a ser el mismo, pero comprendió muchas cosas; valoró aún más a personas como Kyra y como Lis, que estaban dispuestas a dar todo sin nada a cambio. Guardó las sombras y los recuerdos en una caja fuerte e hizo de todo su dolor, un corazón mas grande, dispuesto a volver amar. Comprendió que la magia no estaba en los demás o quizás en un lugar hermoso, sino dentro de él mismo y solamente él sabría con quién volverla a compartir; se hizo más fuerte, aún más soñador y sólo esperaba el día en que llegara alguien más para brindarle todas las cosas hermosas que habían quedado guardadas dentro de su corazón.



Texto agregado el 09-10-2008, y leído por 80 visitantes. (1 voto)


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