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Inicio / Cuenteros Locales / Darkyharry / Cap. 7 - P. La Segunda Incógnita

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Despertaba temprano todos los días, iba al baño y verificaba su cara para darse cuenta que ya no era lo mismo. Una tranquila esperanza la acompañaba siempre. Sabía que algún día su vida cambiaría para siempre. Estaba en lo cierto, pero nunca tuvo razones para creerle tenía que ser de esa manera tan burda y tosca. P. llamaba la atención de muchos. Fue en ese entonces cuando conoció a B., cuando él era un casanova y no Q. Unas sonrisas picaronas, unos toques bajos, una excitación incomparable y una llamada telefónica bastaban para conquistar a ese cuerpo. Tuvieron una relación larga pero con altos y bajos... como muchas otras dentro del departamento. Pasaron los años y P. dejó la estación para adentrarse en la mafia de agente incógnita. Pero ahí, la transformaron...

- La hicieron una de los suyos - dijo H. mientras lanzaba el vaso a la vereda quebrándolo completamente. - Esto se pone cada vez peor.

Miraba al rededor buscando con la vista a B. al mismo tiempo en que Q. llegaba en el taxi negro. pensaba en que podía ser una trampa, o más bien una ayuda, pero todo, de todas formas, era confuso. Miró al suelo nuevamente y la única parte del vaso que no se había quebrado era justamente esa letra. Cuando tomó conciencia de lo que en el vaso se bebía, no dudó en lanzarse bar adentro sin importarle nada más que una cosa: Sacar a P. con vida de adentro.

Q. en ese momento de heroísmo vio como H. se adentraba entre las llamas tapando su cara con un pañuelo mojado por una de las mangueras en la riña fogosa mientras le indicaba cosas al encargado de controlar el siniestro. Con su poca capacidad para correr, intentó acercarse antes de ver a H. perdido dentro del edificio. No lo logró.

- H. ¡Qué diablos haces! - Q. gritó lo más fuerte que pudo, llamando la atención de mucha gente y de B. que corría hacia Q.

- ¿Qué pasó, Q.? - preguntó B. con su cara de extrañeza similar a las ya conocidas.

- B., H. acaba de entrar al bar en llamas

- Dime qué vio

- No lo sé, B. Lo vi hablando con el jefe de la compañía pregúntale a él - Q. lo indicaba cerca de la puerta principal del bar lanzado grandes cantidades de agua sujetando la manilla y el sello de la manguera.

B. le hizo unas señas y el jefe de bomberos le dijo que no dejaría entrar a ningún policía suicida al edificio. B. por primera vez tenía una corazonada cierta y concreta. Camino en dirección al edificio pero el calor en su cara lo hacían retroceder. Fue cuando secando el sudor de su frente, por error miró el suelo cerca de donde H. había estado.

- No puede ser...

- ¿Qué cosa no puede ser? - preguntó Q. mientras trataba de relajarse un poco sabiendo que su amigo estaba ahí dentro - Vamos, B. No me pongas más nervioso.

- Es P.

Q. no aguantó demostrar su asombro con la boca abierta y los ojos tratando de mirar hacia dentro del bar. Estuvo atónito unos segundos y de repente estaba gritando lo más cerca y fuerte que podía del bar el nombre de H.

- Esto es imposible, ¿de verdad crees que sea ella?

- No, espero que no sea ella...

Y antes de que el diálogo se tornara más tenso se oía una voz ronca desde dentro que gritaba que había gente adentro aún. Que el fuego era una máscara frontal y que en la parte trasera había gente tratando de sobrevivir. No más de dos minutos y un grupo de voluntarios, B. y Q. entraban sin importarles nada más que el rescatar gente que aún confiaba en ellos. Gente que no le temía a "los viejos".

H. buscaba a P. Sabía que debía estar en algún lugar y las pistas del vaso en su cabeza habían sido erróneas. Quedaban dos pisos completos que buscar y su voz ya no daba a más. El cigarrillo le estaba haciendo efecto y su energía era limitada en tal situación. Q. buscaba junto a H. cosas que podrían servir de evidencias para localizar al culpable o culpables del siniestro. "Los viejos" jamás se limitaban a hacer un delito sin dejar huella, eran tan descarados que muchas veces, eran los mismos "viejos" los que entregaban a sus "dedos" en forma de decir que la policía hacía mal su trabajo.

- Q., ve arriba al último piso, como puedas, debes encontrar a P. - dijo H. mientras señalaba las escaleras al lado de la puerta del baño del primer piso. - Yo iré a la bodega.

- ¡Voy! - gritó Q. adentrándose en el humo negro producto de la madera y telas de las mesas que se quemaban.

Un pensamiento que no logró salir de su cabeza, quedó retumbándole al ver a Q. subir lo más rápido que podía. "No vuelvas sin ella". Otro más se sumó al reconocer que ya habían pasado cinco años desde que P. se adentró en la mafia para hacer un intento de liquidarla desde dentro. H. se preguntaba qué diablos le había salido mal para que la hubiesen descubierto. Qué diablos hizo mal.

Por más que buscaba en bodega moviendo y botando preciadas cajas y botellas del bar no la podía encontrar. Confiaba de todas formas más en el método de búsqueda de Q. que en el de él. B. por su parte ayudaba a los bomberos a sacar al dueño y su familia encerrados en un cuarto trasero. Pateaban la puerta que con el calor se había hinchado tanto que ni si quiera la chapa daba vuelta. B. secaba otra vez su sudor y limpiaba su cara llena hollín cuando oyó a Q. pidiendo ayuda arriba. No dudó en dejar a los bomberos hacer lo suyo. Subía de a tres peldaños cada zancada que daba y al llegar arriba reconoció el cuerpo de Q. tratando de desatar una figura maltrecha que parecía un maniquí tirado a la basura. B. lloró en ese instante y se juró jamás volver a dejarla. P. parecía inconsciente pero reconoció la voz de B. y su mano a pesar de flaca y con pocos signos vitales, reaccionó y reconoció la de B. cuando la tomó en brazos para sacarla.

H. los esperaba en el segundo piso, y les hacía señas de apuro. El edificio se estaba quedando sin fachada y pronto colapsaría.

- Te debo una maldito - lloraba B. "dándole" las gracias a H.

- Para de llorar y móntala en una ambulancia iremos tras de ti, no la dejaremos, a ti tampoco B. - la típica palmada de H. en el hombro de su compadre indicaba "todo saldrá bien".

Tras unos minutos de haber vaciado el local y ya con el fuego controlado, fueron los mismos bomberos los cuales por no dejar el sector como un peligro público, botaron la fachada y cercaron el sector. Los cascarones de cemento y madera caían al momento en que la ambulancia encendía su sirena para comenzar la carrera. H. y Q. miraban con lamento hacia lo que quedó del bar mientras un bombero se acercaba a H. y le entregaba un vaso whiskero.

Texto agregado el 05-11-2008, y leído por 81 visitantes. (0 votos)


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