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Era un día primaveral, el sol brillaba sobre los edificios, reflejando haces de luces multicolores sobre los relucientes cristales del rascacielos frente a la plaza; a los pies de este, las mesas atibadas de jóvenes bebiendo café y conversando ruidosamente. Los escaparates de las tiendas exhibían las novedades estivales.
Con mi primer sueldo en el bolsillo, deambulaba con una pregunta latente… ¿Que sería lo primero que compraría? Y ¿Para quién? Eso tendría un significado muy especial, no solo para mí, sino también para quien lo recibiere.
Caminando en medio de esta nube subonírica, casi sin darme cuenta mis pasos se habían dirigido hacia la fuente central, que con su murmullo adormecedor clamaba por mi presencia, en ese trance semihipnótico tropecé con alguien. Se produjo un curioso intercambio de disculpas y ofensas como el siguiente:
- ¡Discúlpeme por favor!
- ¡Fíjese por dónde camina imbécil!
- Estaba distraído, por favor discúlpeme.
- ¡Idiota!
- No tuve intención alguna de…
- ¡Callase! ¡Mierda ambulante! ¡Me las va a pagar!
Ante esto último, continué mi camino ignorando lo sucedido y pensando: – habrá tenido un mal día, quizás tuvo problemas con el jefe…
De pronto una vidriera al otro lado de la calle llamó a mi atención. Con paso ligero me dirigí en esa dirección, con la ilusión de haber encontrado el objeto de mi primera compra.
A poco andar, al alcanzar la acera un fuerte ruido en mi oreja derecha casi me ensordeció, al tiempo que el intenso reflejo del sol en el escaparate me deslumbraba.
Sentí una mezcla entre desazón y euforia cuando me dirigía hacia esa luz blanca e incandescente, sentí algo humedo y caliente sobre mi rostro, me pase la mano y esta quedó mojada con un liquido viscoso y pegajoso, iba a mirar la mano cuando escuché gritos de varias mujeres.
Medí vuelta para ver lo que sucedía, y ahí estaba una persona, tendida en el suelo, en un charco de sangre con la cabeza destrozada. Al lado del cadáver estaba mi interlocutor de la plaza con un revolver aun humeante en la mano. Cuando me incline para ver la cara de la víctima, note que yo tenía sangre en la mano derecha, pero seguí inclinándome con una curiosidad morbosa para ver la cara del difunto… era yo.

Texto agregado el 11-12-2008, y leído por 102 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-12-2008 La historia es buena, pero está escrito para el culo. Demasiados adjetivos inútiles, el cuento debe ser más limpio. 3* JuanDAY
 
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