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Seguía mirando el pastel derramado en el suelo, no podía quitar la vista de él, manchas blancas de nata habían salpicado mi pantalón negro y ensuciado uno de mis zapatos.
- ¡Si eso lo puede hacer cualquiera! Es sólo juntar un par de letras y listo.
Me había dicho mi hermano, truncando mis sueños literarios. La tristeza había inundado mi espíritu, nunca esperé que tuviese una reacción así. Tan solo le había dicho:
- ¿Te acuerdas de lo hablamos ayer? ¡Pues lo he plasmado en el papel!
- ¿Y? ¿Ya lo publicaste?
Me había respondido con sarcasmo, al tiempo que se rascaba la cabeza y mostraba los dientes en un atisbo de sonrisa.
Preferí no replicarle y me encaminé hacia la nevera buscando algo con que aliviar mi orgullo literario herido. Me preguntaba que le había pasado, porque esa respuesta tan irónica.
Abrí la puerta de la nevera y para mi desilusión no encontré cosa alguna que mitigase mi vanidad lacerada. Cerré la puerta y me dirigí a la despensa con la esperanza de encontrar algo allá, hasta unas galletas servirían, pero nada, sentía una intensa necesidad de consumir azúcar.
Con paso apresurado me dirigí hacia la puerta, había decidido ir a comprar un pastel, por lo que salí de casa con la intensión de comprar uno, pero a mitad andar me encontré con madre. Ella había comprado una docena de pasteles, así con ella regresé a casa contándole lo sucedido.
Una vez en casa madre reprendió a mi hermano, diciéndole que no debía desincentivar mis anhelos literarios, a lo que mi hermano objetó:
- ¡Yo no soy quien siempre esta criticando todo!. Desde el cabello hasta la ropa. ¡Como si no conociera los espejos!
Y se apresuro escalas arriba mientras mi madre le gritaba:
- ¿A dónde vas? ¡Mierda!
- Tú no te mueves de aquí cuando te estoy hablando!
Mi hermano le contestó:
- ¡Estoy bajando! Sólo vine a buscar una cosa.
Y se escuchó como corría escalas abajo. Cuando llegó a la cocina puso un espejo en la mesa frente a mí apuntando:
- ¡Ahí tienes! ¡Para que te mires y veas quien eres!
Mi madre se enfureció y le dio un empujón. Él trastabilló y cayó sobre mí.
Mi madre le gritó:
- ¡Mira lo que has hecho!
Mientras escuchaba la voz de mi hermano diciendo:
- ¡Si eso lo puede hacer cualquiera! Es sólo juntar un par de letras y listo.
Con pesadumbre en el alma y el cuerpo adormecido levanté la vista. Y ahí, frente a mí, estaba el espejo, sucio con los dedos de mi hermano, teñido de grana y un tanto borroso. En él, pude ver una imagen difusa, que mostraba un rostro púrpura con el mango de un cuchillo completamente sumergido en un ojo. Sin entender, me acerque al espejo hasta que la punta del cuchillo lo derribó.

Texto agregado el 11-12-2008, y leído por 93 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-12-2008 Merecidas las +++++ natilla_
11-12-2008 Es muy bueno.Me gustó mucho chapicui
 
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