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MALDITA DISLEXIA

Me acerqué al mesón que decía “Informaciones” para consultar a donde dirigirme y no perder el poco tiempo con el que contaba. La muchacha que estaba en el lugar, muy poco agraciada por lo demás, estaba muy ocupada hablando por teléfono algo, que por el tono solemne que tenía, era de suma importancia. Comentaba sobre la teoría que tenía respecto de porqué había sido eliminado del reality nocturno un tal Alberto la noche anterior. Me llamó la atención lo hábil que era para hacer más de una cosa mientras mantenía su trascendental plática. Mientras hablaba con el auricular apoyado en su hombro, con una mano jugueteaba con un lápiz, mientras con la otra ocupaba el mouse del computador para arrastrar cartas y cartas por la pantalla en el juego de solitario que sostenía, que alcancé a identificar como el spider ya que más de una vez también he sucumbido a sus encantos.
Exigido un poco por la premura de salir luego de aquel lugar, le solicité a la señorita con mucha amabilidad y la mejor sonrisa que pude encontrar dadas las circunstancias, que me regalara unos segundos para poder preguntarle por la persona que buscaba. Con la “gentileza” habitual en este tipo de funcionarios,- o casi con odio si prefieren la verdad-, me ladró la indicación de cómo llegar al sitio de mi problema. Luego de lo cual me dio la espalda y continúo con su charla televisiva. Para mi mala suerte debía de ir hasta el piso 9 y, oh desgracia, el único ascensor solo comenzaba a partir del piso 3, por lo que tuve que subir por las escaleras hasta el tercero para poder llamar recién el ascensor. Casi extenuado llegué a apretar el botón, viendo con pánico en el visor, que mi transporte estaba subiendo y recién pasando por el Quinto. Rogué al cielo que solo llegase hasta el sexto y de ahí retornara. Pero no, siguió de largo y después de detenerse irónicamente en el noveno, que es donde yo iba, prosiguió su ascenso hasta el piso catorce, no sin antes detenerse en el 11 y el 13. Es aquí donde me comencé a preguntar si sería conveniente hacer el trayecto por las escaleras, pero mi sedentarismo me convenció de tener paciencia y esperar.
Finalmente y ya casi cuando no me quedaban uñas, llegó el ansiado ascensor, se escuchó ese característico sonido de pitito electrónico y las puertas comenzaron a abrirse. Al terminar de hacerlo salió una viejecita desde dentro a la que por supuesto saludé con mi mejor cara, sin pensar que aquella actitud sería un absoluto error. La anciana me tomo del brazo mientras yo entraba y con una voz muy dulce me dijo “ Hijito,¿ me puedes ayudar a bajar hasta el primero?. Mira que me cuesta mucho hacerlo sola, las escalas son muy empinadas y mis piernas ya no son las de antes”. Tragándome el grito de angustia y de desesperación que me produjo el tener que decidir si ayudaba a la vieja esta o seguía mi camino hacia mí, a esas alturas, inalcanzable destino, cerré los ojos y traté de calmarme y pensar. Puse el bolso que tenía en el umbral del ascensor, para así evitar que se cerrara y me dejase abandonado nuevamente, y miré para todos lados buscando algún buen samaritano para que tomara mi lugar junto a la anciana, que ya me parecía un demonio salido de las puertas mismas del infierno, pero no había nadie más que nosotros dos.
Casi con lágrimas en los ojos, finalmente le dije a la vieja que yo la ayudaría a bajar. No sé por qué maldita razón no me pude negar, ni siquiera al pensar en lo precario de mi tiempo pude decir que no. Todo en mi quería mandar al diablo a aquella mujer, pero inexplicablemente mi boca dijo, con una gran y falsa sonrisa, que sí.
Ni les digo de las cosas que me enteré un ese interminable viaje al primer piso. Que se llamaba Ernestina pero que le gustaba que le dijeran Totó , que era viuda desde el 96, que tenía 8 hijos, 22 nietos, uno de los cuales era sacerdote y que enseñaba música y religión a niños huérfanos en una aldea de mierda en medio de África, que cuando joven había sido bailarina del municipal , que era alérgica al polen y que en los 60’s estuvo en Alemania cuándo el mismísimo Elvis hizo su servicio militar por esos lados y pudo conocerlo. Jamás me imaginé que en tan pocos escalones cupieran tantos años de historia.
Ya nuevamente en la entrada del edificio pude dejar a mi nueva amiga sola, claro no sin antes conocer el gran secreto para que la mermelada de duraznos quede realmente rica y consistente.
Comencé mi regreso notando que la mujer de informaciones seguía en el teléfono hablando del tipo ese del reality. Me parecía increíble que yo había recorrido décadas y continentes en el mismo tiempo que ella solo había sabido de lo ocurrido anoche en la tele. En fin, cuando llegué otra vez al tercero mi decepción volvió al ver que el ascensor ya iba camino hacia arriba nuevamente. Ahora ni la falta de ejercicios me convenció de esperar su regreso y me dirigí a las escaleras. Ya en el séptimo estaba completamente agotado y tuve que descansar unos segundos sentado en un escalón, mientras maldecía mi mala fortuna de esa mañana.
Por fin en el noveno, comencé a buscar la oficina 912, que era la que me había indicado la chica reality del primero. La mala suerte me seguía acosando, justo en la puerta de la 912 había un letrero colgado que decía “ Ausente por 10 minutos, favor espere”. No lo podía creer, tanto batallar para tener que seguir esperando. Ya casi a punto de perder el control y mandar todo al demonio, decidí calmarme y sentarme en una pequeña banquita acolchada que había en el pasillo a unos pocos metros de la puerta de mi interés. El reloj me decía a cada momento que yo no debería estar allí y trataba en vano de no escucharlo, pero en el silencio de aquel lugar las manecillas sonaban casi como pequeños tambores, como los que debía oir el sacerdote ese nieto de mi amiga Totó en medio de la selva donde vivía.
Justo frente a mi posición en el pasillo , había un cuadro con algunas figuras extrañas en las que quise distraer mi atención. No lo conseguí, ya que fue casi como esos test psicológicos en los que te muestran una mancha y te preguntan que es lo que ves. En mi caso en el cuadro solo podía ver un ascensor que trataba de comerse a una recepcionista. Algo en mi me estaba queriendo decir que no estaba bien.
Después de largos 50 minutos y cuando ya estaba a punto de llorar de tanto preguntarme si el que puso el cartel en la puerta mediría los minutos como hacemos la gente normal o si es que como Einstein, para él, el tiempo era totalmente relativo y mis 10 minutos equivalían a 200 de los de él, inexplicablemente se abrió la puerta del 912 y desde dentro salió un señor de maletín al que parecía no importarle nada de lo que me había ocurrido hasta ahí. Miró el letrero de la puerta, se sonrió y murmuro algo que no alcancé a escuchar , retiro el cartel y lo guardó en su maletín.
Ya totalmente fuera de control, salté de mi asiento hacia el tipo este queriendo extrangularlo y solicitando una explicación por el letrero que advertía su ausencia, cuando en realidad estuvo todo el tiempo adentro. No conté jamás con que fuera experto en artes marciales y antes de darme cuenta, yo estaba en el suelo con la rodilla de él en mi cara y mis brazos doblados por mi espalda causándome un dolor que casi me mataba.
Herido en mi cuerpo y en mi orgullo, le supliqué que me soltara, le prometí que no haría ninguna tontería, y el ya más calmado lo hizo para luego preguntarme por la causa de mi molestia, a lo que no me quedó más remedio que contarle toda la historia desde que llegue a la calle Rosas por la mañana y busqué el número 875, pasando por mi encuentro con la recepcionista y la vieja del ascensor hasta que llegué a su puerta con el único objetivo de entregar un sobre, que un buen amigo a quien le debo un favor, me había solicitado hacer personalmente a J. Cabello en esta dirección.
Inmediatamente el tipo soltó una carcajada que debió escucharse incluso desde el primer piso. Incrédulo ante este situación no atiné más que a preguntar del porqué de su burla en contra mía, que acaso no le bastaba con todo lo que ya me había pasado y le exigí una respuesta.
Y me la dio.
Tranquilo amigo, me dijo, efectivamente yo soy J. Cabello, pero no el que buscas. Rosas 875 es 6 edificios más al sur, aquí es Rosas 857...


M.A.

Texto agregado el 17-03-2009, y leído por 325 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-07-2012 No se si también sos disléxico, pero cosas como estas me han pasado mil veces. Encima también soy ambidiestra pero este desgraciado le tenía los dos brazos tomados... me hiciste reir mucho. Saludos nilope
22-09-2010 Entretenida historia, me gusto sentirme tb identificada con el personaje .Felicitaciones Gema01. Gema01
17-05-2009 Pobre hombre..... exelente historia, aunque seria discalculia o no? Da igual. Muy original englishrose
29-03-2009 Le faltó un granito, solo eso, de amenidad para que cautive de principio a fin. inkaswork
23-03-2009 Muy bueno. Para continuar hurgando. lindero
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