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I
Llamaron a la puerta tres veces; esta vez Sebastian no tuvo que esperar a que el doctor Brenn le dijera que la abriera. Al otro lado lo esperaba el sujeto desagradable del albergue con cara de afán.

- ¿Cuántos trajo?
- Cuatro
- Quedamos en que iban a ser cinco.
- Perdí uno –dijo el tipo desagradable.

El asistente del doctor lo miró con ojos de reproche.

- ¿Le queda claro que le voy a descontar ése?
- Si –dijo el tipo desagradable con amargura.
- ¿Por qué se demoró tanto?
- Se me está acabando el suero.

Otra vez una mirada de reproche.

- ¿Por qué no le dijo al doctor cuando fue al albergue?
- Porque no sabía que quedaba tan poco en el frasco –dijo arrepentido el tipo desagradable.
- Espéreme aquí, ya vuelvo.

Sebastian entró de nuevo a la casa, atravesó el pasillo y fue a la oficina del doctor. Abrió el gabinete de las medicinas y sacó una botellita de suero. Luego abrió el cajón del escritorio, y extrajo una cajita de madera. Cerró todas las puertas y salió de la oficina.

Ahí seguía ese sujeto desagradable del orfanato.

- Tome –le dijo el asistente, y le entregó la botella y la cajita. El otro se las guardó en su abrigo- Haga que le dure el suero, no se los dé todo.
- Bueno.
- Ahora ayúdeme a entrarlos. Uno por uno.

Ambos se dirigieron hacia el carruaje y abrieron las puertas.

II
El niño que se despertó no aparecía por ninguna parte. La noche era demasiado oscura, y la niebla y el frío no facilitaban la tarea.

El Cuidador del albergue decide que no puede perder más tiempo, y que lo mejor es partir de una vez. Total, en estas condiciones no es muy probable que el niño aparezca vivo en la mañana. Seguramente morirá de frío.

Sube con lentitud a su caballo, acomoda el farol en el gancho y toma las riendas. Da una sacudida fuerte y el animal comienza a galopar. Dobla la esquina.

Cuando llega a la plaza detiene al caballo y levanta la vista. Las nubes se descorren despacio, y una luna muy grande proyecta su brillo sobre el campanario de la iglesia. El reloj se hace claro por encima de los tejados de las casas: son las 9:30. El Cuidador vuelve a azotar al animal, esta vez con más apuro.

Unos minutos después llega a la casa del doctor, la única que tiene dos plantas en todo San Denis. A excepción de la iglesia, es el edificio más alto.

Detiene el coche enfrente del portón de dos hojas. Descuelga el farol, baja del coche y golpea. La puerta se abre, y un hombre muy alto sale a recibirlo. Los dos tipos discuten. Después de un rato el tipo alto regresa adentro. Un minuto después sale, y le entrega algo al Cuidador.

Luego los dos hombres van al coche y abren sus puertezuelas. Cada uno se echa al hombro un bulto y lo lleva hacia el interior de la casa alta.


III
Es de noche en San Denis. Al pie del muro que rodea el orfanato una figura alza un farol de luz mortecina. Se mueve en zigzag: Busca algo. Después de un rato decide dar la vuelta en la esquina y proseguir su inspección. Se aleja. No hay más movimiento que el de la niebla rastrera por unos minutos. Entonces una silueta pequeña asoma lentamente del interior del muro. Escala hasta llegar arriba. Luego cae a la acera. Se incorpora, mira medrosamente a todas partes. Corre. Unos segundos después un carruaje irrumpe por aquel lado donde se fue la figura del farol. Dobla la esquina y se pierde en la noche.

Joseph está escondido detrás de unas cajas de embalaje. Apestan. Hace frío, y tiembla como nunca: está harapiento. Espera a ver algo. De pronto, oye unos caballos arrastrando el carro. Se acurruca más. En medio de los tablones ve algo. Es una carroza que pasa a toda prisa. Sabe que ahí llevan a los demás. Sabe que no puede hacer nada.

Espera un rato y se asoma. Mira a ambos lados, luego corre. Dobla por el callejón, decide que es mejor rodear la plaza. Sus piececitos se congelan con las losas del suelo. Corre, hasta que llega a la parte trasera de la iglesia. Dese ahí adivina el cementerio, y al otro lado, el río. Se queda pensando un rato. Está aterrado. Se le ocurre que la única salida es atravesándolo. Al otro lado está el río. Pero está asustado. Tirita. Piensa en golpear y pedirle ayuda al párroco. Después de un momento se convence de que es mala idea, y que lo mejor es abandonar San Denis. Respira muy hondo, y aún tiritando, corre hacia la verja de hierro y comienza a escalarla. Más allá está el río. Sale la luna.

IV
El doctor Brenn estaba examinando una muestra y anotando en su cuaderno amarillento.

- El Cuidador quería más suero.
- Bien –dijo el Doctor sin prestar atención. Sebastian esperaba que se indignara, pero al parecer estaba muy absorto en sus pensamientos.

El balde ya estaba lleno. Sebastian puso uno nuevo debajo del agujero en la plancha de metal, cuidando de que el chorro no salpicara demasiado en el suelo y se llevó el otro para vaciarlo en el desagüe. Cuando volvió vio al Doctor enfrente de las planchas, concentrado realizando una nueva incisión.

- Alista esos para probarlos.
- Sí, Doctor.

Sebastian tomó una bandeja y la llevó a la otra mesa. Colocó el cerebro cuidadosamente en la base metálica, lo pinchó delicadamente con los electrodos y encendió la máquina.

- Limpia éste.
- Si, Doctor.

Regresó a la plancha metálica donde estaba el Doctor Brenn un rato antes, y comenzó a limpiar la sangre del cuerpo pequeño que yacía en ella. El líquido escurría por la bandeja hacia el agujero. La cabeza abierta del niño estaba hueca.

Texto agregado el 05-04-2009, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


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