Me gustaría apretar Play y que comenzara a rodar la película de mis sueños, ésa que no está en carteleras, ni siquiera aparece en Youtube; ésa que me sé de memoria todos sus diálogos; ésa que la escenografía es bien precaria y no necesita mucho presupuesto para montarla; ésa que se desarrolla en el departamento más poco glamoroso; ésa que la protagonista vive en un departamento pequeño pero acogedor, que su fachada es de varios colores como un arco iris y que adorna sus ventanas, un tanto rotas, con unos maseteros con sus flores favoritas; ésa que en todos sus escenas muestra la misma escenografía; ésa que en la escena del clímax aparece la protagonista, Melisa, con su taza de café diaria; ésa que todos necesitamos ver una vez en la vida; ésa que no alcanza a estar entre Las 1000 películas que se deben ver antes de morir; ésa que no tiene menú; ésa que carece de la opción para cambiar el idioma, ni siquiera posee subtítulos; ésa que está grabada en un formato desconocido; ésa que contiene todos los géneros de cine posible, no se le escapa ninguno; ésa que te permite elegir su soundtrack; ésa que cada vez que la comienzas a ver te enamoras una y otra vez; ésa que solamente permita que la veas en tu casa; ésa que en su trailer no muestra escenas para que enganches con la película, sino te hace leer sobre ésta; ésa que su carátula es en blanco; ésa que muy pocos conocen, pero los que sí no pueden dejar de verla; ésa que solamente esta permitido ponerle Play en los días de invierno; ésa que puedes verla día y noche sin aburrirte; ésa que cualquiera quisiera tener el papel protagónico; ésa que simula cualquier cosa, menos una película; ésa que puedes estar viéndola con la compañía de la radio, agenda, computador, etc.; ésa que es sin nombre, no necesita marginarse en un título; ésa que es interrumpida por cualquiera, al que le plazca hacerlo.

-¡Melisa! Ven para acá – oí un grito proveniente de unos cuantos escaños al mío, seguramente era de algún estúpido que interrumpe mi visita, muy temporal, a mi mundo, ése que todos tenemos, pero que muy pocos –contados con los dedos de una mano- logran descubrirlo a tiempo.

Ésa que interpreto cada vez que la veo; ésa que contiene el ticket de ingreso a mi mundo; ésa que me pone los pies bien en la Tierra; ésa que trata de enseñarme lo simple y lujoso, lo asqueroso y limpio, lo fragante y hediondo, que puede llegar a ser la trama; ésa que insiste, una y otra vez, en detectar el detalle más frívolo del cielo; ésa que la visualizo cada vez que puedo; ésa que me es indispensable en mis momentos de delirio; ésa que se gana todos mis halagos; ésa que me promete lo más mínimo; ésa que te exige verla sólo con tus lentes mágicos, ésos que son un tanto ovalados con una calcomanía simulando el cielo en cada lente; ésa que te autoriza a apagarla en la escena que tú deseas, sin que quede interferir en el final; ésa que tu mismo decides su final; ésa que te hace vibrar; ésa que te emociona hasta en lo más mínimo; ésa que no te limita a seguir con tus actividades; ésa que se graba sólo con una cámara; ésa que su elenco es numeroso, pero existe una sola protagonista; ésa que no necesitó realizar un casting; ésa que tiene una duración indefinida; ésa que actúas como director, guionista, maquillador, productor, iluminador, y todos los labores necesarios para llevar a cabo algún rodaje; ésa que en su primer escena muestra una puerta amarilla repleta de corazones, árboles, bicicletas, café, helados, televisores, palabras, gente etc.; ésa con que sueñas todas tus noches; ésa con que te sientes identificada al máximo; ésa que eres su mejor fanática; ésa con que te duermes pensando en cómo será su final mañana; ésa con que insistes en que los demás la vean, sin embargo no tiene efecto; ésa que la protagonista se siente muda; ésa que tiene episodios y continuaciones infinitos, pero que el espectador decide el término de cada uno; ésa que tiene la capacidad de inmortalizar el recuerdo menos relevante de mi memoria; ésa que hace que lo abstracto sea táctil.

-Melisa, ¿vendrás o no?.
-Sí, voy ahora. Espérame un poco, por favor – señalé con una voz soñolienta.
-Ya, te espero. Pero, apúrate, que ya estamos atrasados – me dijo Clemente.

Él es un poderoso, él es Clemente. Intenté tantas veces que degustáramos de la película juntos, sin embargo no tuve efecto alguno. Insistí hasta que me dió hipo. Clemente es de las pocas personas que piensa que no estoy loca por imaginarme algo que muchos consideran que no existe. Me cansé de esperar que otra persona –cuerda- me entendiera algún día.

En unos momentos de mi vida, traté incesantemente en poder realizar esa película, pero no lo logré, quizás se deba a una de sus reglas: “Está absolutamente prohibido el pensar, realizar, estrenar, regalar contenido de esto, no se empeñe en hacer lo contrario, Gracias”. Como era de esperar, mi cara de decepción fue tan monstruosa. En un comienzo pensé que todo estaba permitido en ésta, si bien era mía, yo soy la única que puedo verla, interpretarla, sentirla y quererla, sin embargo esta regla no tiene excepción alguna.
Quería tanto estrenarla en el cine más roñoso de Santiago, ésos que pocos frecuentan y cuando lo hacen, lo miran con asco -¿Entonces para qué van?-. Pero un no, ese resonante ¡no!, con mayúscula y negrita, me arruinaba todo. Mi necesidad de romper ese requisito era evidente, busqué la boleta de donde había adquirido la película; al encontrarla me dirigí al local, no me recordaba en dónde se ubicaba exactamente. Al estar ahí, me pareció tan ajeno.

-Señor una consulta: necesito ubicar al creador de ésta – indiqué la película. No recibí una respuesta. Pregunté más de diez veces y nada. -¿No me va a responder? ¡Contésteme! – agregué con un delirio sin disimulo.

Por supuesto, me encontraba en un momento de fastidio con el mundo ¡Qué les pasa?! ¿Acaso nadie me responderá nada hoy día?.

Al término de mi ira, encendí el televisor y puse Play a la película. Necesitaba encontrar algún dato sobre el creador. Retrocedía y avanzaba en las escenas, me fijé en los detalles más peculiares que pueden existir. La ví, por lo menos, unas 20 veces completa. Obviamente no era un desagrado para mí, pero no me cabía en la cabeza cómo no podía haber ni un dato acerca de ese anónimo que me tenía en una profunda desesperación. No recuerdo más de ese episodio, al parecer despegué en el mejor de los sueños. Y al despertar, me encontraba frente a una puerta amarilla con cientos de dibujos, golpeé tantas veces que mis dedos estaban enrojecidos. Me quedé detenida un buen rato ahí, delante de los dibujos, los miré y los remiré, me parecían muy curiosos y hasta conocidos, tenía la impresión de haberlos visto antes. Al tocar uno en forma de bicicleta, que tenía relieve, se abrió la puerta y apareció por el umbral una señora ya mayor, con unos ojos muy pequeños. Me miró con una dulzura tan sincera. Yo la imité. No atiné a nada, sólo la abracé tan fuerte que pensé que la podía llegar a fracturar. Ella me imitó y me cobijo aún más fuerte.
Luego, me encontraba frente en la ventana de mi casa, regando mis flores favoritas con una taza de café en mano.

Jamás supe, hasta ahora, quién era el anónimo que se adueñaba de la mayor parte de mi tiempo, el resto lo ocupaba actuando.