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Una familia de gitanos corría desesperadamente en busca de refugio siendo perseguidos por un enardecido grupo de soldados.
Una bala alcanzó al joven gitano; su mujer corrió aun más desesperada, presa del miedo, hacia la iglesia en busca de acilo.
- Acilo! Por amor a dios Acilo! – Gritaba la joven.
- Jesús, María y José, quién grita de ese modo y a estas horas de la noche! – Un sacerdote regordete con camisón y gorro de dormir abrió la puerta de la iglesia que estaba trancada. Al ver el lamentable estado en que se encontraba la mujer, el sacerdote se quedo pasmado.
- Hija mía! – grito el fraile. – que ocurre, parece que te persigue el mismísimo Satanás.- y se persignó temblando.
- Mi señor.- dice la joven a punto de desmayarse.- No es el diablo quien me persigue, pero sí sus demonios. Os lo ruego, cuidad de mi criatura, que su destino sea menos ominoso que el de su padre y el mío.
La joven le entrego un bulto de mantas al sacerdote y se dio a la fuga. Minutos después pasaron los guardias quienes se desviaron por una callejuela lateral perdiéndose en la noche.
El sacerdote miró el bulto que comenzó a moverse y descubrió en el a una linda niña de pocos meses de vida. Junto con ella había un hermoso brazalete de plata con un cascabel verde con el nombre de Aisling grabado en rojo.
Quince años habían pasado desde aquel funesto día en que la niña había perdido a sus padres. Aisling crecía maravillosamente, aunque era muy traviesa y siempre se metía en líos junto a sus amigos Leonard y Dante. Ellos eran mellizos y habían sido dejados en las puertas de la iglesia un año antes bajo extrañas circunstancias que incluso los mismos frailes desconocían. Aisling y sus amigos siempre se metían en problemas como: desordenar los libros, molestar a las gallinas del gallinero de a tras o hacer jugarretas a los frailes que colgaban la ropa mojada. A pesar de ser huérfanos, para ellos sus vidas eran perfectas, pues, como decía un muy viejo adagio; “todos somos hijos de Dios” y para los chicos eso bastaba.
Pero todo cambiaria un día, en que intruseando en el desván de la iglesia encontraron unos viejos volúmenes de libros en latín. Leo, el más erudito en el idioma, descubrió que se trataba de libros de plantas, sus propiedades, sus beneficios y sus peligros.
Esto fascinó a Dante, a quien le encantaban las plantas y decepcionó a Aisling, quien esperaba encontrar el mapa de un tesoro.
Aisling y los demás dormían en una pequeña casa en el patio de la iglesia, donde los frailes tenían pequeños cultivos, ya que dentro causaban estragos.
Los chicos decidieron probar las cosas que decía el libro, el problema era que debían hacerlo a escondidas, pues los demonios de la inquisición los descubrían, serían condenados a morir en la hoguera por brujería solo por cocer a fuego lento algunas hierbas.
Pronto comenzaron a experimentar con ahínco diferentes infusiones de: Mortagóm, para las jaquecas; La Canela, para el resfrió y otras más. También probaron cataplasmas de: Ajenjo, para contusiones leves; Ortiga Mayor, para las alergias a la piel y la Caléndula, para cicatrizar heridas.
Dante se había golpeado una pierna y tenía una herida muy fea, fue entonces cuando se le ocurrió a Aisling que fueran a recolectar Caléndula para hacerle una cataplasma.
Gran error.
Cuando volvían de haber recolectado la planta, no notaron la presencia de un soldado de la inquisición que los seguía de lejos. Al llegar a su pequeña morada, comenzaron a trabajar en la herida de Dante. Cuando Leo se la estaba aplicando, irrumpieron en la casa los soldados que al ver el lugar humeando diferentes olores raros y frasquitos con plantas extrañas, no dudaron en apresarlos.
Los guardias los condujeron a la Plaza de Las Antorchas donde se les leyeron sus crímenes.
- Se les acusa de brujería y adoración al demonio, dado que se les ha encontrado pruebas de tales actos.- decía un soldado lleno de circunloquios que no todos entendían.
- No! – gritaba Aisling vehementemente. – Somos inocentes.
- Solo curábamos la herida de mi hermano! – decía Leo desesperado.
En todo momento, el cascabel de Aisling no dejaba de sonar, como un grito de desesperación que pedía socorro.
- Los acusados no han querido confesar sus actos.
Mientras el soldado hablaba, una muchedumbre se aglomeraba a su alrededor para ver el acontecimiento.
- Por el poder que me ha conferido la iglesia y el sumo inquisidor… - seguía diciendo.
- Somos inocentes! No hemos hecho magia! – Gritaba Dante con la pierna herida a la vista de todos.
- Se los condena a morir en la hoguera.
Al día siguiente, en la plaza habían tres postes con leña a su alrededor, los cuales estaban destinados a los tres muchachos.
- Por favor! Somos inocentes! – Gritaba Aisling tratando de soltarse. Su cascabel sonaba más fuerte que nunca.
Los muchachos gritaban que eran inocentes, pero pronto sus gritos serian de otra cosa.
La quema comenzó y el cascabeleo de Aisling no cesaba.
El cascabel se escucho en aquella plaza incluso mucho después de que los cuerpos calcinados fueran retirados. Nunca se encontró aquel hermosos brazalete con el cascabel, pero su sonido seguía presente como un grito de dolor de quien clama por su inocencia.

Texto agregado el 26-07-2009, y leído por 248 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
26-07-2009 Ya te había leído este texto, de cualquier modo, un placer hacerlo de nuevo********* JAGOMEZ
 
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