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Tan sólo cuando metió el cabo en la bita se dió cuenta de que todavía tenía posibilidades de buscar a la mujer de sus sueños.

La noche era húmeda como todas las del puerto y el piso del muelle estaba mojado. Cuando el capitán le hizo las señas, saco el cabo de la bita y lo llevó hacia la siguiente. Debían correrse otros veinte metros. Con el cabo en la mano, el remolcador lo siguió como si fuera un perro de compañía. Era media noche y todavía estaba adormilado. Si no concentraba toda su atención en la maniobra podría caer al agua. Pero había decidido no despertar del todo y acostarse a buscar su sueño. Colocó la gaza del cabo en la segunda bita y se dirigió a popa. El marinero le pasó el segundo cabó. No hablaron. La fuerza de la costumbre les mostraba exactamente qué hacer. Puso el segundo cabo en la bita. Con paso lento volvió a la proa donde las llantas hacían de puente para volverse a embarcar. Se subió al remolcador. Fue a la popa y le ayudó al marinero a amarrar el cabo. Le hicieron señas al capitán de que los cabos estaban firmes y entraron a la ciudadela.

Debía esperar que el motor parara. Debía bajar a la sala de máquinas a contestar la alarma que siempre sonaba cuando el motor se detenía. Con una sonrisa somnolienta le dijo al marinero que estaba teniendo un sueño bellísimo. Que iba a tratar de recuperarlo. Que había encontrado a la mujer de sus sueños.

El marinero repitió, a punto de dormirse, “la mujer de sus sueños”.

Sonó la alarma y él bajó al cuarto de máquinas. Ignoró el calor. Ignoró el ruido. Estaba concentrado en no despertar del todo. Contestó la alarma y regresó a la ciudadela.

Cuando entró a su camarote tenía tan sólo un pensamiento: Sumergirse de nuevo en su mundo de sueños y recuperar a esa mujer que tanto había amado antes de que lo despertaran para la maniobra.

Se quitó las botas. Se quitó el overol.

Ya casi estaba dormido cuando se acostó. Con la última gota de vigilia que le quedaba pensó que había logrado su propósito. Que durante la maniobra nunca había despertado del todo.

Cerró entonces los ojos y se dejó arrastrar por la suave corriente de su río de sueños.

Texto agregado el 29-08-2009, y leído por 103 visitantes. (0 votos)


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