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Inicio / Cuenteros Locales / psicke2007 / La vampira de sta Rita: Desfile desesperado

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Cualquier intención hostil hacia los intrusos, quedó disuelta cuando el edificio fue rodeado por cuatro patrullas de policía. Los vampiros no querían enfrentarse a la ley ni pasar la vergüenza de ser interrogados en un país del tercer mundo, y gran parte del público se desbandó antes de que pudieran acordonar el lugar. Gómez dejó que su compañero confrontara al gerente, Igor, quien amenazaba con una demanda por revisar ilegalmente su local, en tanto el policía sacudía la mano huesuda que había hallado como prueba de que andaba en algo irregular.
El inspector subió al primer piso, buscando frenético hasta que halló al profesor Vignac a salvo en el entrepiso, aunque se sobresaltó al ver al muerto. Sofía había huido por la ventana. Spec bajó la cabeza, sintiendo que se rebajaba al tener que responder a la ley.
Pero los viejos como él ya no tenían energía para poner orden, y habían dejado que Charles impusiera su forma de ver las cosas. Confiaba en que Niobe lo hiciera recapacitar.
Impresionado, Gómez no opuso resistencia cuando Vignac sugirió salir por la escalera de incendios, apurado por encontrar el verdadero cubil de Charles, y saber qué había pasado con el doctor. No creía que fuera un cobarde, así que lo más probable era que nuevos acontecimientos lo hubieran desviado de su ruta. Sebastián y Dasio ya habían saltado y esperaban con el motor encendido, inquietos por Massei.
–¿Qué pasó aquí? –preguntó Sebastián, con cierto enfado.
Eran las primeras palabras que pronunciaba en un rato. Vignac comenzó a explicar a regañadientes. Había pensado que Bela era Charles, pero se trataba de un sustituto que disfrutaba del rol principal durante el festejo. Como los antiguos de Babilonia coronaban por un día a un esclavo que se convertía en chivo expiatorio del sacrificio en lugar del rey, el cual podía seguir viviendo. Si estaba prevenido de su llegada, tal vez Charles había hecho la parodia a propósito. No estaba en la fiesta que preparó vistosamente para atraerlos, mientras iba a tomar un terreno consagrado.
–¿Qué buscamos, una iglesia o algo por el estilo? –propuso Dasio.
–No son satanistas, caballeros. Ha de ser tierra en una ubicación especial, en un punto geomagnético o astrológicamente propicio, tal vez un monte o cueva, aunque de seguro cerca de un lugar habitado, por lo que decía ese Speczeniszy, Charles quiere cumplir con un rito de sangre para celebrar el año nuevo vampiro –Vignac concluyó mirando su reloj de pulsera–. Nos queda una hora para encontrar ese sitio.
Vignac iba revisando sus opciones, mientras sus acompañantes escudriñaban la noche pasando a toda velocidad junto al jeep. De pronto se le ocurrió consultar su celular. Como lo tenía en vibrador, en la acción no había sentido las llamadas perdidas ni el mensaje. Lucas había recibido un aviso apenas salió de ver a Julia, con suficientes detalles para hacer real su desasosiego, por eso se había desviado y trató de avisarles.
Le pareció tan obvio cuando lo razonó, después de leer su sms, mientras Sebastián y Dasio iban sujetándose precariamente en sus asientos ya que conducía a toda velocidad zigzagueando entre los vehículos de la carretera. Él mismo había comprobado que en esa casa confluían fuerzas poderosas, y el lugar era apartado pero tenía una reserva de víctimas fáciles.

Cris había estado inquieta toda la tarde, no podía estarse quieta sentada, y los sedantes que le inyectó Teresa no la pusieron a dormir. Estaba afiebrada. Sentía un cosquilleo de anticipación. Faltaba poco para cumplir la promesa. Cayó el sol; la hora del crepúsculo era el comienzo de la fiesta. Imaginaba qué estaría pasando a cada segundo, esperando que se hiciera la hora de dormir. En cuanto se hizo silencio, se levantó, agitando la curiosidad de Ana, su compañera de cuarto, y se puso a escudriñar por la pequeña ventana hacia el bosque.
Al fin, una luz anaranjada surgió entre las sombras. Cris dejó el cuarto, descalza, y se dirigió con total determinación hacia el primer piso, empujando a la enfermera que le salió al paso, chocando con un paciente del que se apartó sobresaltada, amenazándolo con un corte que mantenía apretado con fuerza en su puño derecho.
–¿Qué te pasa? –preguntó Débora con gentileza, en cuanto con dos enfermeros la acorralaron en el pasillo–. Cristina, deja que te ayudemos…
–¡Aléjense, o los mato! –gritó ella, sacudiendo sus puños en el aire, con el rostro acalorado y la voz aguda.
Entre sus aullidos de resistencia, nadie escuchó el chasquido de un trozo de vidrio al caer, ni el grito sofocado del guardia, o el crac de la cerradura, y apenas se dieron cuenta de que había extraños cuando alguien anunció a sus espaldas:
–Ya estamos aquí, y vamos a necesitar de su colaboración…
Cris se arrojó a los pies del recién llegado. Los enfermeros contemplaron atónitos al hombre pálido, alto, con cabello negro como pluma de cuervo y ojos de lunático. Tenía una sonrisa formada de púas brillantes y traje formal.
Carlos Spitta trató de usar la fuerza para sacarlo de la sala a empujones, pero se topó con un muro inamovible. Impávido, Charles sujetó su brazo, se lo retorció hasta que le saltaron las lágrimas y el enfermero chilló de dolor con el crujido de sus huesos. Las gemelas rubias atraparon a Débora y, aunque se resistió, la arrastraron del pelo hasta la sala de psicópatas, que abrieron con sus propias llaves.
Charles ordenó que metieran en la misma celda a todos los empleados, sin celulares ni túnicas no sea que ocultaran algo, mientras se sacudía a la muchacha que lo estaba adorando con pasión, abrazada a su pierna. La levantó del pelo y le dio un pellizco en la mejilla que hizo sonrojar a Cris:
–Gracias, mujer. Eres una servidora fiel –sonrió con desdén y le hizo una seña a un vampiro para que se la llevara–. Ahora, debes indicarme a los elegidos.
Mientras él se acomodaba en un sillón, los otros que ya habían terminado de cortar la línea telefónica, y encerrar a los empleados, se divirtieron abriendo las puertas y sacudiendo a los enfermos de sus camas, riéndose del miedo y confusión de esos pobres dementes.

Deirdre se estaba preparando una cena fría, sandwiches macrobióticos y licuado de durazno, para pasar el rato mientras esperaba noticias. Puso todo en un plato, se secó las manos y dio un giro para salir al oscuro pasillo, cuando algo le tapó la boca, un brazo envuelto en cuero.
Al ser arrastrada, dejó caer el plato y la loza se estrelló en el suelo, pedazos rebotando por toda la cocina.
No se resistió. Tal vez no sabían que sus abuelos estaban en el segundo piso, dormidos.
Antes de que se apagara el eco del destrozo, ya la habían metido en un Nissan blanco que sus dos secuestradores tenían estacionado en el frente. Deirdre agradeció que no le taparan los ojos, aunque era una señal ominosa. Esperanzada, estiró una mano hacia la cintura de sus jeans, para descubrir que en la funda no había celular. Lo había dejado en algún sitio antes de entrar a la cocina.

Irónicamente, Vignac le debía la vida a su enemiga jurada. Poco antes de que llegaran, Lina había preguntado por su prometido. Estaba preparando una sorpresa, le comunicó Sofía; ellos se encargarían de los entrometidos policías, mientras, tenía que ir a concluir la vigilia con su novio que la estaba esperando. Lina asintió con una sonrisa complaciente.
–Claro, ya voy –no pensaba huir, que la probaran. Pero antes de salir le susurró a Spec–. Aunque te suene extraño, tienes que hacerme un favor…
Recién después del asalto de Vignac, Spec lo comprendió todo. No herir ni permitir que su gente terminara con la vida de algún humano, aunque viniera el mismo diablo y cometiera una provocación. Algo melancólico, le recordó a Tarant; cuidaba la reputación de su raza, y prometía hacerse cargo de su futuro.
Había esperado estar equivocada, pero desde que tomaron esa ruta había pensado que era mucha casualidad que fueran en dirección a Santa Rita. Lo primero que notó Lina al cruzar la recepción fue el ruido, inesperado. En el pasillo, le salieron al encuentro algunas criaturas temerosas, en camisón, buscando refugio en las oficinas.
Encontró a Charles arrellanado en un sofá, iluminado por el fulgor naranja de la hoguera que habían hecho en la terraza, observando a sus amantes. Las vampiras se entretenían en desvestir a una jovencita. Habían corrido los muebles, una cadena colgaba del techo en lugar de la lámpara. Bajo el crepitar constante del fuego se oían gemidos, ahogados por los gruesos muros.
–Bienvenidos, amigos, y en especial mi querida Niobe… ¿Qué les parece esta casa para celebrar nuestro encuentro? –se había acercado para rodear su cintura como legítimo dueño, y señaló la terraza. A través de las vidrieras abiertas de par en par sus discípulos alimentaban la hoguera con la madera de muebles destrozados y alcohol―. Disfruten del rito a la luz de la luna, beban lo que quieran, y después espero que sean testigo de nuestra unión, si todavía no se ha arrepentido la novia…
Lina ignoró la broma que los demás festejaron y susurró:
–¿Por qué cambiaste de lugar? ¿Qué pretendes?
–Mmm… espera un poco y verás mi regalo para ti. Mientras, disfrutemos la velada, Niobe.
Ella lo besó y dejó que se sobara en ella un rato, hasta que notó que se distraía mirando a las otras. Las gemelas acariciaban a la inexperta Cris, totalmente alucinada en el sillón. Adujo que quería beber algo; en realidad pretendía recorrer y averiguar qué habían hecho con el turno de la noche.
No sólo se alimentaba de cualquiera sin importarle nada, sino que su antiguo novio también disfrutaba viendo sufrir a la gente. Ya lo había notado por el reguero de crímenes que dejó en la ciudad, y ahora le daba asco sólo pensar que había tomado Santa Rita y tenía a su disposición a un montón de locos indefensos.
Ella también había pensado una vez que eran una fuente fácil de alimento; pero eso fue antes de convivir con ellos, conocer sus caras, sus voces. No podría lastimarlos, ni dejar que Charles lo hiciera, sobre todo porque lo hacía para herirla, o probarla.
–Es una de ellos, quédate quieto –susurró Débora a Carlos, que estaba tratando de abrir el cerrojo con una horquilla, sin éxito, porque eso sólo pasa en las películas.
No la habían reconocido hasta que vieron su rostro a la luz azul del farol de emergencia, pensando que la elegante mujer de cabello largo y lustroso que se materializó junto a ellos era una cómplice.
–No… puedo creerlo –suspiró Carlos, aliviado–. Lina, ¿eres tú? ¡Sácanos, por favor!
–Es mejor que se queden aquí por un rato –dijo ella, sin devolver el saludo–, no se preocupen, la ayuda viene en camino.
Comenzaron a sonar los teléfonos, ya que después de que la línea le diera fuera de servicio, Massei probó los celulares. Cuando se aburrieron del ruido, los vampiros se divirtieron tirándolos de la terraza tratando de embocar a alguno de los pacientes que corrían por el patio, aprovechando su liberación.
Ocultando una mueca de disgusto ante su conducta, Lina subió la escalera blanca para estar más tranquila. El mismo camino que solía recorrer todos los días para subir a su habitación, casi el mismo peldaño donde el doctor Massei la atrapó de un brazo y le preguntó quién era, y donde ahora la descubrió, una visión sombría pero fascinante en corsé negro, falda de gasa, y ojos más brillantes que las joyas que lucía como una reina.

Texto agregado el 09-04-2010, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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