Llegaba un punto en el cual el reloj ya no importaba, podía ser cualquier hora e igual no iba a importar. El teléfono sonó, pero tampoco importaba. El sol ya no estaba en el cielo brillando como de costumbre, pero no importaba. Estaba vivo, pero no importaba. Mire mis manos, no las sentía, pero no me importaba.
No, no me sentía bien, tampoco quería mejorar.
Siempre igual, todos se van, todos tienen su tiempo de partida. El mío ya había llegado.
El reloj seguía sin importar. Estaba sentado en la cama, mirando a mi alrededor. No había mucho para mirar; un reloj, una lámpara, mi hija, mi esposa durmiendo, mi sombra, la luna, el viento y vos. Creo que no te acuerdas, como de costumbre. Para ti esto es normal, es un día más, vienes, te quedas y te vas en un segundo. En lo que tardo en decir un adiós, tu ya te has ido.
Prendí un cigarrillo, te convide pero no quisiste. Me miraste, te sonreíste. Yo sabía a donde querías llegar, pero rehusaba a creerlo. Era obvio, para todos lo era.
-Creo que me ganaste
-No, has perdido, pero yo no gane.
Una sonrisa me logro quitar, ya no importaban las delicadezas. Había perdido una vida, una vida de lujuria y de seducción. Nunca mas la podré recuperar, se esfumo como todo lo que respiro, toco, amo. Ni siquiera me pude decir adiós.
Silencio. Largo y muerto.
-Madre, Padre no está.
-Claro que esta hija, esta al lado mío.
-Te digo que no está. Le di un beso de adiós mientras tú dormías |