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En cierta ocasión, colgado de una rama, estaba un pajarito de pocas semanas de nacido, su madre había emprendido la búsqueda de alimento y el pequeño ocioso, no paraba de dar pequeños saltos. Así estaba y trinaba feliz y sonreía; después de un momento volteo a ver la rama vecina y observó a una pequeña ardilla que comía una baya, rápido se descolgó del trampolín y se guareció en su nido cubriéndose con unas hojas. Habían pasado semanas desde aquel incidente raro y al no ver a nadie en la rama contigua comenzó a saltar, volteando repetidas veces. Aquel encuentro lo había percatado de que existían animalitos diferentes a el y que hacían numerosos ruidos. Las estaciones pasaron, vió morir la piel de los árboles, las vio titiritar de frio y volver a renacer con la primavera y con ella las bayas. Había pasado un año totalmente aburrido y pensando en aquella ardilla saltarina que podía andar de aquí para allá sin que nada le pasara, él aún dependía de su madre, una golondrina sobreprotectora que siempre se iba a buscar alimento y que no lo dejaba volar por un problema en su alita derecha.
La ardilla lo veía desde la corona del árbol y sonreía. el joven pájaro ya no tenía pena de ella. Pasó que un día su madre se fue a buscar alimento, así pasaron un par de lunas y ella jamás volvió. El golondrino movía la cabeza en rápidos volteos y veía a la ardilla, ella entendió la situación y se paró en la rama de bayas que quedaba arriba del nido y sacudiéndose un poco tiró unas cuantas. Todas las tardes le dejaba de comer.
Las bayas crecieron y llegaron hasta el nido, así que la ardilla ya no tenía que alcanzarle ninguna; él sólo se administraba y conservaba aquel fruto. Otra vez el aburrimiento había llegado a su vida y aunque intentaba volar no podía porque un dolor en el costado hacía que dejara de intentarlo.
Cierto día observaba a un pequeño gusano que bailaba al caminar y se contoneaba mientras recorría su trasero para avanzar; reía y ladeaba la cabeza y estiraba sus alitas. La oruga le había ayudado a pasar el tiempo, pero se fué hasta otro lado cuando se hubo terminado las hojas de esa parte del tronco.
Otra vez estaba aburrido. El día que empezaba a llegar la primavera nació, del lado de las bayas inalcanzables para el, una sombrilla rosada que despedía un aroma embriagante, el pajarito estaba muy contento con aquella pequeña coronita. Un colibrí vagabundo, la vio y decidido fue hacia ella para beber de su néctar. El golondrino estaba muy confundido y desesperado, el también quería probar de eso que el alegre pajarito nervioso chupaba.
Una tarde ocurrió , el asustadizo pájaro se puso en la rama más cercana y haciendo un esfuerzo y resistiendo el dolor de su costado, agitó sus alas, primero lentamente, hasta que tuvo una velocidad buena y con el impulso de sus patas, agarró vuelo y dio un salto que lo depositó en el lado de la baya; ahí estaba él, contento, no podía creer que hubiera hecho ese trabajo por una pequeña rosa, cuando no quiso hacerlo por su comida, corrió hacia ella y metió el pico, aspiró abultando el pecho y cerró sus ojitos, no había nada más cercano a la felicidad que estar frente de ella. Así estaba puesto con sus alitas espigadas hacia atrás y su cabeza moviéndose de lado, cuando una piedra golpeó su cuerpo y lo hizo caer, agonizando luchaba con todas sus fuerzas por abrir sus ojitos, así iba hacia abajo y se dijo: valió la pena

Texto agregado el 06-09-2010, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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