Hoy me atreví a volver a mirar la luna. Su aspecto delgado, curvado imitando a una uña recién cortada me dejó entender que ya nada es como antes, ni siquiera ella. Fue ahí donde recordé las noches que me describías aquella perfectamente redonda y resplandeciente luna desde allá, desde aquel rincón donde te acunabas en las noches, bajo el tibio manto de un cielo cálido de verano. Era sumamente exquisito saber que nuestra gran conexión en ese entonces era algo tan puro y natural como la luna.
Ahora puedo notarlo, si. Ya nada es como solía serlo, no hay susurros por las noches, y al despertar de pocas horas de sueños ya no me duelen las mejillas por tanto sonreírle a tu voz. Entonces esta luna que hoy se desvanece quiebra lo que creía estar sanando.
“El tiempo cura las heridas” ¿ese es todo el consuelo que debería tener? Pero cada segundo que intento olvidarte es en vano. Y tus palabras de amor me destruyeron el alma, literal e irremediablemente, y duraron tan poco, tan pero tan poco…
Entonces se acerca un otoño donde deshoja mis penas, y debo dejar flotar cada una de mis lágrimas aún sabiendo que ni siquiera lo sabes. Y solo tengo el frío seco que me abraza, y por más que quiera negarme, es lo único que tengo.
Desde aquel entonces en el que ví tu nombre iluminarse en mi celular, entendí que sería la última vez que escucharía el tono de tu voz, entendí que era la ultima vez que en verdad quisieras saber de mí. Cuando decidiste por fin, quitarme la vida…