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El escenario: un desierto árido. Los intérpretes: un hombre y una mujer en cuyos detalles personales no vale la pena indagar. Estaban parados y de espaldas uno con el otro, sin hablar. El hombre mirando su sombra, merced al crepúsculo de la mañana. La mujer mirando el horizonte con la mirada de quien piensa, o revuelve algo dentro de su cabeza. La vasta llanura desértica en la que estaban no emitía sonido alguno. Era un lugar remoto y alejado, acaso no existía, o existía porque ellos estaban ahí. Ellos lo creaban en una tácita complicidad. Él aceptó que ella estaba ahí, y ella aceptó que él estaba también, esto era innegable para cada uno. Entonces decidieron no preocuparse por ellos, sino por el lugar donde se encontraban; cuando abrieron los ojos apareció la llanura. Me aventuro con esta última conjetura. Me resulta mas fácil entenderlo así, pero no es importante el cómo llegaron. O cual era su destino o el porque de su soledad. Tampoco lo que pensaba el uno del otro. Voy a retractarme. Acaso él prefería estar solo, y ella también. Acaso él la amaba a ella, pero ella no lo correspondía, o viceversa. Sería válido pensar que la muerte estaba asomando sus mandíbulas (en este caso las mandíbulas son una pobre metáfora de la guadaña de la Parca, que a su vez es una metáfora de…) a uno de ellos, o a los dos. Con estas últimas palabras trato de agotar las variables de lo que acontecía. Espero que a esta altura y luego de haber hecho transitar a mi resignado lector (diría Borges) por tantas dudas y sin sentidos se entienda la poca importancia del porque, del cómo y el para qué.
El hombre se da vuelta de repente y mira a la mujer, ella no lo mira aún. El esboza un intento de hablar, pero su voz salió débil ruborizándolo, la mujer no hizo caso. En el segundo intento su voz, tal vez forzada, salió limpia, le dijo:
-Al ver mi sombra en este desierto, un pensamiento me atacó repentinamente.
-¿Cuál?- dijo ella dándose vuelta para mirarlo, con una cálida voz.
-Es esta sombra-señaló su sombra- una proyección de mi cuerpo, la misma es símil al mismo en cuanto a forma, lo imita en cierta manera. Su color es en cambio un despropósito en cuanto a imitación. Puesto que… es claro esto último, una mera cuestión cromática- esto lo dijo con un tono tranquilo, ya sin nervios.
-Sí, eso es totalmente cierto-respondió ella-, al igual que mi sombra, y la sombra de todos los objetos que pueden producir sombra. Quiero remarcar también el hecho de que las sombras poseen una dimensión menos, quiero decir, son planas.
-¡Exacto! Ese era el punto al cuál quería llegar. Me refiero a que: si las sombras son planas (dos dimensiones), y son proyecciones nuestras (cuerpos espaciales, tridimensionales)¿No seremos nosotros a su vez proyecciones o sombras de algún cuerpo tetra-dimensional(de cuatro dimensiones)?.
-Entiendo tu punto- continuó ella, feliz y pensativa-. Eso implicaría entonces una realidad más opaca que la posible en una cuarta dimensión. Y la de la cuarta más opaca que la de la quinta, y así se extendería hasta una realidad que tenga “N-1” dimensiones que sería más pobre que una supuesta realidad en una dimensión “N”. Y claro está que N se puede extender hasta el infinito.
-¡Sí, sí!
-Ahora, cómo explicas el no poder presenciar con ninguno de nuestros sentidos aunque sea alguna de esas realidades.
-Bueno, ciertamente no me es fácil explicarlo, simplemente puedo razonar y atribuirle un límite a nuestros sentidos. Límite que, claro está, es la tercera dimensión- contestó el dubitativo-. Capaz la muerte es el fin de ese límite y nos llevaría a esa supuesta realidad regida por la cuarta dimensión. Y así el propósito de nuestra muerte (o nuestras muertes), es la ascensión hasta la realidad donde se encuentra la enésima e infinita dimensión, que es Dios.
-El concepto de infinito es conocido por todos- dijo ella muy melancólica-. Es un algo que no tiene fin ni término, un lugar al que no se puede llegar. Es triste, nunca llegaríamos a Dios.
-Eso es muy cierto. Pero cabe la posibilidad de que esos conceptos cambien en la ascensión. También, decimos que al final, en el infinito está Dios, o es Dios. Si bien no podemos llegar hasta Él, o mejor dicho no podemos ser Él, podemos llegar muy cerca del mismo. Cabe recordar que bajo lo dicho anteriormente, esta realidad es parte de la realidad de infinitas dimensiones, entonces igual Dios es parte de nosotros, o como dijimos antes, nosotros somos sus desgastadas sombras. Y por último, entiendo que en la concepción de Dios no existen los infinitos. Aunque esta última conjetura es arriesgada.
-Sí lo es. Y las sombras por consiguiente, a su vez producen sombras lineales ¿Luego de esa línea, qué vendría?- preguntó ella emocionada.
-No me es clara la respuesta. Acaso el principio, que a su vez es el final, un círculo, o circunferencia. Pero es imposible ir de adelante hacia atrás. Una circunferencia que tal vez nunca lleguemos a completar.
-En verdad me resulta poco convincente. Luego, vale destacar que nuestro inicio verdadero fue una línea, después fuimos lo que ahora conocemos como sombras, ahora somos esto, y más adelante…Pero no se condice con el tiempo, porque la sombra existe ahora, al igual que la sombra de la sombra (la línea)¿Cómo lo explicas?- preguntó nuevamente ella con mucho interés.
-Fácil. El tiempo como nosotros lo concebimos es una mera ilusión. No existe. Como tampoco existe el movimiento en el espacio ilusorio. Como lo plantea la “Paradoja de Aquiles y la Tortuga de Zenón”. Para ser más explícitos: Entre un segmento AB, existe una determinada distancia C. Si nosotros decidimos llegar desde A hasta B, debemos forzosamente recorrer esa distancia. A su vez, para recorrer esa distancia, debemos recorrer la mitad de esa de esa distancia, dada por C/2. Antes tenemos que pasar por la mitad de la mitad, esto es C/4. Así hasta el infinito. Entonces el movimiento no es posible. A su vez, el Tiempo también es una ilusión, y todo se da en forma simultánea. Pero nada realmente avanza - respondió él muy conforme.
-Bien, es…aceptable…aunque…- ella dudaba.
Se nubló de repente y una torrencial lluvia los atacó.
-¡Rápido, vamos a resguardarnos!- gritó ella nerviosa.
-En donde, para qué- respondió él muy tranquilo.
Luego se dio vuelta de espaldas a ella, y se quedó mirando su sombra bajo la lluvia, y ella también imitó este gesto y se dio vuelta de espaldas a él y se quedó contemplando el horizonte como quien piensa.

Texto agregado el 31-05-2011, y leído por 96 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-05-2011 Muy bueno. Tremendo final. el_otro
 
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