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Cuando la pidió en matrimonio hace 20 años, que celebraría en los próximos tres días, se sintíó doblemente feliz: primero, porque se había enamorado de sus grandes hombros, distinguido porte y bigote de macho macharrán y segundo, porque pertenecía a una familia distinguida que le había diseñado el futuro profesional, lo cual le llenaba de magia el futuro que se presentaba. Se enamoró desde el primer beso que le infundió una fuerza avasallante que lo nombraba su hombre para siempre, decía.

Profesional y de buen vestir, estaba ajena a los compromisos sociales de los privilegiados, pero estaba segura que se acostumbraría a la vida de cocteles y galas y reseñas de los periódicos que le exigirían en su agenda espacios más frecuentes a los salones de belleza y centros de moda. A las frecuentes ausencias del marido por viajes de negocio y las largas horas de trabajo, se fue acostumbrando, después de muchas frustraciones y amagos de separación, en las que tanto amigos como familia le hacían ponderar más las ventajas de su matrimonio que el capricho absurdo de tener un marido viendo televisión.

Al principio fue difícil, odiaba tanto la espera, como la llamada a último minuto para avisarle que no lo esperara despierta, porque llegaría tarde y su llegada siempre tranquilo y sin remordimientos por no haberle contestado las llamadas que ella le había hecho. Odiaba sus viajes de último momento que le rompían los planes familiares de fin de semana y las promesas que le había hecho de tomarla más en cuenta. Celos absurdos, caprichos de niña, inmadurez ante la relación, eran algunos diagnósticos que le daban sus allegados para que recapacitara y pusiera en justa perspectiva la devoción y cariño conque su marido la trataba delante de todos, incapaz de mirar a otra mujer. Y era cierto, cuando estaba, ella era la recipiente de sus atenciones y de regalos espontáneos y caros.

Cuando salían de viaje estaban todo el día juntos disfrutando de todos los sitios de interés, tiendas y restaurantes que le permitían las horas, solo en las noches se escapaba a los Casinos en donde gastaba su partida de vicios, como él lo llamaba. Prefería ir solo para que ella no le recriminara por el único vicio que tenía y para que tampoco se relacionara con ese tipo de gente, algunas de las cuales miembros conocidos del bajo mundo.

Tomando en consideración todo lo ganado, no tenía porque formar una tormenta en un vaso de agua, sino adaptarse a la vida envidiable por demás, aunque a veces solitaria: tolerancia y comprensión, mucha comprensión era lo único necesario para mantener el matrimonio. Esto lo llegó a reconocer plenamente después del tercer año de matrimonio, cuando sospechó que su marido tenía una relación sentimental porque recibía llamadas tarde en la noche y cuando ella le preguntaba él rehusaba contestar y malhumorado salía de la habitación y dormía en el otro cuarto. Fue cuando decidió plantearle el divorcio. Nunca, nunca, nunca soportaría una infidelidad y ante esa inminente decisión, confesó lo de las llamadas. Deuda de juegos, considerable, no quería preocuparte... jamás, jamás, jamás pondría mis ojos en ninguna otra mujer... quiero tener mi familia, mis hijos, solo contigo, te lo juro. Se sintió empequeñecida, una simple duda la habían hecho flaquear ante sus votos de un para siempre y arriesgar su futuro familiar.

Cuando nacieron sus hijos ya no se sentía tan sola, todas las horas del día estaban llenas de actividades y tarde en la noche, estaba demasiada complicada con las actividades extracurriculares del próximo día y demasiado cansada para preguntar. Era un padre cariñoso, un buen proveedor y un miembro prominente en la sociedad. Así lo pensaba en los días previas a la celebración- 20 años de buena vida familiar, tolerancia y comprensión -y pagó con orgullo el traje y los zapatos que usaría en la fiesta.

Esa noche tocaron a la puerta los detectives: crimen pasional, su compañero de cuarto, todas sus dinero y joyas se encontraron. Lloró amargamente, ahora entendía lo urgente de sus viajes y el sentido de las palabras familia, comprensión y tolerancia le parecían imcomprensibles. Se sintió doblemente traicionada por la vida, por su tolerancia y por su comprensión y por esa posición envidiable por la que siempre calló.

Texto agregado el 27-09-2011, y leído por 187 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-10-2011 Como te dice seroma, creo que de mitad para abajo el desarrollo es mucho más rápido; me gustó más el ritmo más lento de la narración de la primera parte. Pero, de todas maneras, me atrapó el relato. Un saludo literario :) coctel
30-09-2011 entre la trama y el final hay un salto que o no interpreté o no está bien dado seroma
 
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