ONA-CINE

Subía y bajaba, bajaba y subía.
Meneándose siempre.
Empinándose sobre el gordo miembro del macho que tenía debajo.
Ora por el grande, ora por el chiquito. Causando el éxtasis de los que abarrotaban la sala. Los cojones hinchados, repletos. Y las pértigas levantadas, deslizándose inquietas entre las manos crispadas por el placer.
Todo lo cual, repetitivo siempre, una y otra vez, mientras dure la escena.
Hasta que en un momento dado, las explosiones sucesivas de orgasmos individuales, absorben los sonidos estridentes del SENSURROUND AMERICANO, reemplazándolo por un ¡HUMMMMMM! melancólico que se va apagando a medida que llega la calma.

Siempre es un sentimiento aparte el acariciarse uno mismo, sustituyendo el masaje fidelísimo de la compañera de toda la vida