No se como comenzar esta historia, los días de abril corrían como las hojas al caer de los arboles. Miro a la gente pasar y me sorprende; me sorprende como se cruzan unos a otros sin procurar que le sucederá a los demás. Somos individuos ante una sociedad marcada por el egoísmo. Observo de repente a un niño sentado al final de la plaza, sus labios morados delataban noches de frio y sus ojos una delineada tristeza. Procure acercarme lentamente, no era mi intensión asustarlo, a unos metros de distancia comenzó a observar mis pasos, pensé en retroceder, no, ya estaba allí. Debido a una curiosidad inmensa por saber el motivo por el cual se encontraba en aquel lugar.
Lo pensé reiteradas veces, la fuerza que manejaba mi cuerpo en ese momento logro que me sentara junto a el. Me agache y sentí un leve escalofrió recorriéndome. El, simplemente me observaba y aún así no hiso nada por detenerme. Como no encontraba principio para una charla obte por hablar solo; sabiendo que el me escucharía. Recordé mis tardes de otoño en esa plaza junto a mis compañeros de colegio, nos rateábamos para jugar a la pelota, apostábamos caramelos y chupetines. Que tiempos aquellos, hoy los chicos ya no son chicos…
Hoy le apuestan a la vida su propia vida…
Sus manitos frías se apoyaron sobre las mías y su pequeña boca titubeó algunas palabras, “cuando me fui de casa le aposte a papa que iba hacer alguien en la vida”… y perdí!
Mis ojos se llenaron de lagrimas, una tristeza tapo mi mente, una respuesta certera seria difícil de encontrar, quizá perdía el tiempo buscándola porque no había hecho una pregunta.
No tarde en levantarme del suelo, lo mire a la cara y dije:
“no existe un hombre si alguna vez no fue un niño quien quiso serlo”…