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UNA CIUDAD Y SU SINFONÍA DECADENTE

Su llamada a las cuatro de la mañana no me sorprendió. Ya me había acostumbrado a contestarle a las amistades borrachas de fin de semana a que se desahogaran con furia en el otro lado del auricular. Me sentía en parte equilibrado y menos cagado en la vida cuando ocurrían estas cosas, así que ¡Bienvenidos sean todos!

Como les dije primero, no me sorprendió su llamada. Sí el hecho que estando en el balcón pudiera escucharla. Era necesario ser insistente para lograrlo. Más aún si olvidé el celular en mi habitación, en el bolsillo de aquella vieja chaqueta de cuero, la misma que robé del ropero del viejo durante mi adolescencia. Entonces, además de superar los papeles, el grito debía atravesar el desorden de mi cuarto, las paredes del comedor, el cristal del balcón y humillar los decibeles citadinos, que un viernes por la noche se rebalsan por la ansiedad de muchos que buscan satisfacer sus instintos más renegados. Todos ahí abajo son una manga de borrachos y quejumbrosos perros y ovejas. Una zalagarda moderna y decadente. Escuchar un llamado ante este escenario si era para sorprenderse.

Había posado un nuevo cigarrillo en mis labios y apenas iluminé mis narices con la acción del pulgar y la lumbre, sonó. La primera vez lo soñé, la segunda lo ignoré y la tercera dejé el cigarro en el borde de un macetero, mis pensamientos en pausa y corrí por el móvil.

-Aló.
Murmullo al otro lado. Una voz femenina que poco a poco fue armando el rompecabezas. Preguntó mi nombre, lo asentí e inmediatamente comenzó a mezclarse con muchas frases sueltas de otras personas presentes, que no vienen al caso recordar. El hecho fue que atravesó toda la sala donde se encontraba y que ese gesto de vida en aquella dimensión paralela, despertó un curioso contraste a cómo se veía mi oscuro, mudo y muerto departamento.
Seguía atentamente una vieja melodía sonando en vivo de fondo y en un par de segundos todo se volvió eco. Una puerta se cerró. Las palabras tomaron mayor nitidez y golpeaban preguntando el nombre de mi conocida y si ésta se encontraba bien. Encerrada en un baño seguramente y el telón se abría de a poco. El primer acto de la tragedia shakesperiana comenzó.

Sabía la historia. Se repite más veces de lo que uno quisiera. El tipo había sido un completo gilipollas, el problema es que todos caemos en alguna gilipollez de vez en cuando. Al estar con mi chica –que nunca fue mi chica, de hecho detesto eso de los posesivos –confieso que cometí más de un error. La obligué a pasar cosas que no se merecía. Dejé de lado la ética y los valores que entonces proclamaba. Sacrifiqué su confianza, llenando los espacios con irrespetuosidad y más porquería. Soy culpable lo acepto y fui de mal en peor. No quiero pensar en lo que hubiese acabado todo.
Y ella fue sincera conmigo todo el tiempo. Y el tiempo es algo que me podría dar una mano, pero las circunstancias… joder… no buscó justificarme ni nada de eso, porque sé desde muy adentro que la cagué. Y ahora me consuela un llamado a las cuatro de la mañana, esperando que borre sombras de dudas y me permita dejar bien en claro las cosas con mi cabeza y mi pasado. Oh Dios, si tan sólo pudiera ver sus ojos nuevamente, yo…

-Aló ¿Sigues ahí? –acertada interrupción, no es de mí de quien trata la historia, no debería serlo al menos. Trágate tu ego cabrón.
-Sí, acá estoy. Que puedo decirte. No es el fin del mundo, ahora no lo notas y sonará cliché pero es cosa de aceptar y aprender. Bueno, siempre se topa uno con personas de mierda –No me excluyo de ese grupo –pero alguna que otra alegría puede ser una buena recompensa.
-¿Tú crees?
-Claro, es mejor creer eso. Darse cuenta de los errores que uno comete y saber que la mayoría de los casos son sólo desencuentros. Algunas personas durarán más que otras a nuestro lado, por eso si no saben aprovechar ni valorar ese pedazo de tiempo, entonces… ¡que se jodan! –sí, que me jodan-.

Le saqué una pequeña risa. La tarea parecía estar hecha. Era el momento preciso para cortar la conversación y proseguir con resolver el puzzle de lo mío, pero estaba atrapado. Ganó la curiosidad por saber dónde terminaría esto.
-Y tú ¿Cómo estás?

¿Cómo estás? No era una pregunta de rutina, no señor, puesto que unas cuantas gotas de nostalgia se derramaban en cada una de sus sílabas. Hace mucho tiempo las esperé escuchar desde sus labios. Pero decidí entonces mantener la distancia, auto-convencido que cada una de mis insistencias de pendejo sólo la dañarían. A veces volvía para perderme nuevamente. Era una sensación totalmente nueva en mí y cuando un universo entero parece destruirse, caí en la cuenta de que todo debía construirlo nuevamente. El pasado me hundió durante meses. Sólo estaba en mí amortiguar la muerte hasta convertirla en una aliada desesperada.
Ahora que pensaba en que el dolor fue reemplazado con cauterizaciones y escarcha en mi pecho, marcas que crecían cada vez que el silencio y la culpa me visitaban a deshoras, interrumpe la pregunta con una sutil violencia.

Pasaron unos cuantos segundos y nada parecía nacer de mi habla. Nada. Todo lo que se escondía regresó súbitamente. Perdí toda sensación nerviosa y motriz. Ojos húmedos al contrario de mi garganta seca. La limpié y dije:
-Te extraño.

La llamada había concluido. Dejé el móvil de regreso entre los papeles del bolsillo de mi chaqueta de cuero, sobre el desorden de mi habitación, más allá de las paredes del comedor y atravesando el cristal del balcón. La sinfonía citadina me recibió en medio de un rondo vivace. La contemplé con sus exageradas estructuras, su decadencia y la sordera habitual. Creí escuchar el fantasmagórico murmullo de una nueva llamada, pero no tenía el valor suficiente de regresar en mis pasos. Nunca lo tuve.

Tomé la colilla del macetero. La inspeccioné acaso quedaba algo por fumar. Posé mis labios y absorbí el agonizante humo, para luego lanzarla los ocho pisos que me dividían del suelo. Más tarde le seguiría yo.

Texto agregado el 24-10-2011, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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