En momentos como estos, en los que, tranquilamente, de pie en mi balcón, con la vista fija en el horizonte, unos cerros lleno de niebla; es cuando los recuerdos vienen a mi mente.

Yo, siempre rebelde, impulsivo y algo testarudo; cuando niño, pensaba que la dicha estaba en ser aquello que lo demás admiraban o deseaban ser. Aún puedo ver a todos esos tontuelos hablando de lo cariñosas y modernas que eran sus madres o, de lo exitosos y condescendientes que eran sus padres, era una competencia por ver quién era más entre los demás. Y con vergüenza admito que yo fui el más tonto de todos; en esos días, en los que mi desubicada forma de ver las cosas trataban de encajar con las del resto, me avergonzaba el trabajo de mi padre.

También recuerdo que, hace poco, mi padre deseaba que su hijo mayor, ese niño desubicado y tontuelo, fuera su orgullo, que sea ingeniero. Jamás pude darle ese gusto, las matemáticas no son mi fuerte, y mis inquietudes se desviaban hacia lo artístico.

Ya puedo ver de nuevo las miles de discusiones con mi padre, en las que él, ayudado por la razón me decía: Piensa, date cuenta, el arte y la música no te van a dar de comer.
Y yo, escuchaba sus palabras como quien escucha una sentencia.

Han pasado varios años de eso, mi padre me apoyó, estudié una carrera en la que podía desarrollar la creatividad, gracias a eso descubrí que la fotografía es una muy buena amiga.
Pese a esto, mi padre anhelaba que yo fuera universitario, tal vez ingeniero, no lo sé.

A pesar de las lágrimas que mi madre, mi hermana y yo derramamos por los errores de mi padre, yo vivo con él; hoy en día, desde hace mucho tiempo ya, no me avergüenza decir que mi padre es taxista. Con ello sostiene a su familia y, confieso que hoy me siento orgulloso del padre que tengo.

Recuerdo que yo creía que él se avergonzaba de que yo fuera músico no pagado, era amor al arte, hasta que, en uno de sus acostumbrados relatos de las conversaciones cotidianas con sus pasajeros contó algo que sacó de mí una sonrisa de alegría.

“Subió un señor, de unos cuarenta años, el hombre empezó a conversarme acerca de su vida, siempre es más fácil hablar con un extraño, me comentaba que fue gracias a la música que prosperó, es guitarrista criollo.”

De pronto pude ver una sonrisa en el rostro de mi padre, era como si estuviera viviendo, otra vez, la escena que estaba contando cuando su boca pronunció unas palabras llenas de orgullo: Mi hijo también es músico, es baterista.

Fue la primera vez que le escuchaba decir algo así de mí, al hombre que por mucho tiempo se opuso a mi música, ahora con orgullo, le complace decirlo; al igual que, a mí, estando en el balcón de mi casa y mirando fijamente el horizonte, me complacer tener el padre trabajador que tengo.