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Noche taciturna era afuera, cálido viento que rozaba el pavimento ya desierto; luna suave, grande y clara, hacia presencia en momentos que lentamente transitaban. Aun más lejos, pocas candelas iluminaban el vacio nocturno extraviado en lo negro, en el silencio antónimo de los hechos que acontecían adentro: cuadrangular recinto a mitad de la despoblación, que con letras cursivas al frente, se proclamaba, “El Erial”.
Bajo el colorido y lo luminoso de decenas de diminutos destellos, lo estrafalario en cintas rojas, amarillas y azules, tendidas en las alturas; mesas, manteles, espejos y prendas de gala que lucían transversales a través de traslucidos muros de cristal. Mas al centro una pulimentada pista de baile, ya encendida cuando yo llegue allí.
Tan solo pocos invitados, pues siendo comensales y al tiempo anfitriones de sí mismos, eran puros asuntos de familia. Hacía rato que los mas íntimos de aquella prole, se habían entregado a los movimientos emergentes al compas de la música ligera, a la bebida enervante mas allá de la quinta copa, y más que nada, a tales instantes de ventura y gracia por motivos personales: circunstancias de festejo y gloria por cuestiones compartidas. Un minuto de silencio, y exclamo la matriarca:
-¡Nuestras creencias y convicciones han sido reivindicadas!-
Se alzaron las palmas.
-¡Cientos de vidas redimidas! ¡Seres antes abandonados en la suciedad de las calles, han sido bañados en las aguas que purifican los pelajes!-
Sentimientos encontrados en cada uno de los presentes, emociones alentadas por los miembros de la estirpe. Se percibieron gestos de grandeza y continúo:
-¡Días, semanas y meses de duro trabajo, pero sobre todo de bondadosa caridad, han dado como resultado estos instantes de alegría para todos nosotros! ¡Por la gran dicha que yo siento agradezco a mi familia!-
Vanagloria y cielo, pago preciso y aun escaso por los enormes actos altruistas que durante casi un año habían expurgado al pecado de los barrios grises.
-¡Que cada alma rescatada del olvido, sea recompensada en días de felicidad y bendiciones para todos nosotros!-
Santos, purificadores de aquellas repudiables y sucias criaturas, transformadas en seres pulcros: entes más decentes, más morales.
-¡Esta noche el amor de los desposeídos ronda entre nosotros!
Ceremonia de misericordia, la progenie se reunía en el salón del reino, donde todo marchaba bien, el mundo era perfecto y ellos beatos en minutos de lucidez. La progenitora urdía en sus últimas palabras, cuando:
Dios no habría querido que aquel segundo aconteciera. ¡Recio estruendo!, ¡firme y crudo impacto! que se incrusto en cuestión de milésimas de santiamén… Fue un intenso quebranto que se clavo en el inmueble haciendo trizas las frágiles paredes de cristal…Dolor indestructible que apenas fue percibido por algunos, muerte violenta y fugaz para algunos otros…Las luces se extinguieron, ni siquiera un llanto se escucho entre el cielo fragmentado en el piso y un mundo al revés...En fin, desorden total en medio de la destrucción...En plena pista humeante, descansaba un mecanismo azul, de metal y cuatro ruedas, a su alrededor, rodaban huesos y cráneos mientras de rojo se teñía el aire y las ropas húmedas que cubrían los cuerpos.
Mas al rato, la serenidad poco altero el paisaje de esos rumbos. Nadie hubiera imaginado que aquello había sucedido, pues noche tranquila ya era adentro y también afuera.
Instantes de mutismo y luto por cada estrella que recién brillaba en lo alto. Nadie, absolutamente nadie lo hubiera imaginado, pues al fin y al cabo, nosotros ya nos habíamos ganado el paraíso.

Texto agregado el 30-01-2012, y leído por 96 visitantes. (1 voto)


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