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Máquina expendedora de Mira lo que se perdieron

Salí corriendo del departamento. No sé si lo notaron, todos estaban extasiados en el alcohol. Sólo sé que ya no soportaba más estar ahí. Míralos, pensé. Daniel apenas puede abrir los ojos bien y Arturo se ríe de todas las estupideces que Daniel dice. Aunque pensándolo bien no sé por qué me sorprende, Daniel siempre ha dicho estupideces aún estando sobrio.

El corredor me pareció eterno. El A-1 parecía caer sobre mí conforme avanzaba y el de al lado se derrumbaba detrás de mis pasos. Los arbustos me querían comer pero yo no dejaba que me tocaran porque entonces no llegaría a mi destino.

Volteé a la izquierda: de la ventana del F-1 se divisaban luces de colores. No los conozco, sólo sé que tienen un póster de MJ y por lo tanto me caen bien. Siempre tienen fiestas pero son huraños y ni una sonrisa provén. El póster de Michael seguramente fue puesto ahí para que lo notaran aquéllos que caminan. Sólo por el póster me caen bien.

El portero subió la pluma cuando pasé. No soy coche, pensé. Y ni al metro sesenta llego, no hay necesidad ¡Ah pero qué más puede hacer el pobre si no subir la pluma! Y le sonreí a la vez que pasaba por ahí. No sé cómo no se duerme. Ya eran las tres de la madrugada. Tempranito. Y entonces volvió a su caseta a seguir papando moscas, que ni había.

Escuché cerca la máquina expendedora. Así se llama ahora porque expende. El sonido más bien se me figuró al de una sirena pero por más que volteé a la izquierda no venía ninguna patrulla y por más que volteé a la derecha tampoco vi nada. No podía venir de frente porque allí sólo hay una tienda de reparación de electrodomésticos. Aunque la verdad, también volteé al frente, sólo para rectificar.

La semana pasada que Ágata y yo queríamos comprarle a la máquina estuvimos esperando casi una hora. Se sabe que en Querétaro el clima es frío y seco pero esta vez yo traía encima mi abrigo de Mira lo que te pierdes. Esa vez no llegó nunca la máquina y me enfermé. Pero no en esta ocasión. Esta ocasión aprendí de mi error. Aprendí de mi error, Wow, suena bien.

Se escuchó nuevamente el silbido. A lo mejor son los camotes, pensé. No debo emocionarme. ¿Qué estarán haciendo en el depa?, me pregunto. Nadie viene a buscarme. Lo que me temía: no les importo. Seguramente no les importo, y menos a Daniel. Sólo llega a mi casa con botella en mano de cuando en cuando sin avisar para asegurarse de que aún están los hielos ahí en el congelador. No encuentro explicación más lógica.

Vi un Fiesta verde acercándose. Era muy brillante y hasta parecía que era nuevo. Conforme avanzaba veía también a la máquina expendedora acercándose. La máquina a mucho menos velocidad pero constante y más cercana a mí. Vi entonces algo raro en el Fiesta. ¡Oh, no! El conductor zigzagueó al momento de acelerar. ¿Será que…?

La máquina ya estaba a dos metros de mí. Toda una aventura esperar por mi producto, y al fin la señora me preguntó de qué lo quería. Verde, respondí, verde como ese coche hermoso que viene ahí.

No había terminado de darme el plato en la mano cuando salió corriendo y gritando hacia el coche. Los dos chicos que iban en la parte de atrás salieron rápidamente. Uno de ellos traía el Smirnoff en la mano y el otro se reía a carcajadas. Los dos chicos de la parte delantera no se movían y yo, parada ahí, pensando Mira de lo que se pierden, y ya con el bocado del tamal verde en la boca, tampoco me moví.


Texto agregado el 05-09-2012, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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