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EL FLAGELO DE LOS PERROS QUE…

El amigo Véliz contó hace poco algo que realmente pone en duda su estado de lucidez. Yo creo que está redondamente loco. Fijensé lo que viene a plantearme el otro día. Estaba yo sentado tranquilo en el bar, como es costumbre, maquinando cosas sin importancia alguna, cuando de pronto se apareció él, Véliz.
Luego de los saludos de rigor, puesto que hacía bastante que no nos veíamos, comenzó a contarme su interés del momento. Perros, andaba interesado en los perros. Me dijo: “Creo que pocas personas odian tanto a los perros como los odio yo. Si, a los perros, y más aún cuando llega la noche, que es el momento que eligen para empezar a ladrar vaya uno a saber qué cosa. Pero no me engaño, no todos piensan como yo, eso lo tengo muy en claro, siempre hay y habrá tontos que salen a defender a estos animales, incluso hay gente, ¡lo podes creer! (golpéa la mesa con la palma de su mano), que los considera sus mejores amigos. Por Dios, qué zoncera. Pero, vos te preguntarás cuál es la causa que despierta mi ira hacia los perros, hacia los perros y sus defensores, te aclaro; fijáte que con otros animalitos está todo bien, no siento ese encono; por ejemplo, los monos me caen simpáticos, y debe ser porque estos no ladran y además son más difíciles de conseguir. Veamos; uno desea tener un perrito chico, no más, un caschi, digamos, y lo único que tiene que hacer para conseguirlo es ir hasta la esquina de casa que seguro hay uno de esos que te garronéan los tobillos mientras mean el poste de luz.
Presiento, por la cara que ponés, que esta charla te puede llegar a aburrir, pero intento expresar de la mejor manera posible lo que siento por estos animales, y en una de esas, al final de lo que te estoy contando, te sumés a mi cruzada. A propósito, ¿nunca te pasó que estando ya desparramado en tu cama a la noche después de una larga jornada de laburo y por fin te estás por dormir, y sentís de pronto cerca, muy cerca tuyo terroríficos ladridos del querido “guardián de la casa” que alimentás todos los días con un sabroso puchero? Estoy seguro de que sí te pasó alguna vez, más de una vez, y habrás vivido en carne propia esas ganas de hacer un esfuerzo soberano, levantarte de la cama e ir a darle una reverenda patada en el culo a tu perrito. Pero te la aguantás, la cama caliente te tira más.
Quedamos de acuerdo, entonces, que los ladridos de los perros por las noches es cosa seria; por ende considero que hay que tomar medidas urgentes al respecto, para combatirlos digo, a los perros, sus ladridos y a sus “humanitarios” defensores.”
- ¿Y qué proponés que se haga?- Interrumpí luego de haberlo escuchado por un buen rato, como ustedes se habrán percatado.
- Actuar, entrar en acción lo más antes posible. Hay muchísimos métodos para hacer callar a estos perros enemigos nuestros y de la paz nocturna. Y si no nos animamos, por cuestiones sentimentales que nunca faltan, a hacer uso de procedimientos que posibiliten su exterminio total, por lo menos seamos capaces de infringirles castigos más modestos y momentáneos, como ser: frotarles el hocico con ajíes “putaparió”; rociarles con fly los ojos; atarlos a un árbol y tirarles muy cerca petardos, o simplemente darles una buena patada en el culo.
- ¿No será mucho, che? Digo…
- ¡Jamás! La lucha es mucha y dura. Nunca es mucho cuando se trata de un enemigo que esconde su, su, su… ¿Sabés lo que pasa, querido? Yo intento reflejarte todo el enojo, toda la ira que siente este perejil que habla y que representa a millares que no pueden pegar un ojo en toda la noche por culpa de su “mejor amigo”. ¡Mejor amigo, las pelotas! Imaginemos juntos la crónica del desvelo. Más o menos, sería así. Por fin que se ha dejado de dar vueltas y vueltas en la cama, con la boca ya seca de tanto fumar, momento abandonado en que la radio, esa fiel compañera del que sufre de insomnio, aprovecha para pasar música que unos pocos escuchan a esa hora, y ¡ya está! ¡Por fin ha llegado! ¡Ya lo sentimos venir! Un primer bostezo lo anuncia, un segundo lo confirma, y otro, y otro, y ya nos ponemos en la posición que más cómoda nos parece, y entramos en ese indescriptible momento de transición en que uno no sabe si piensa, imagina o sueña; y ya nos vemos como el protagonista principal de las más variadas y excéntricas historias, y nos gusta, nos gusta porque no sabemos si es el comienzo o el fin de nuestro sueño; aunque eso es algo que lo sabremos mañana, o cuando nos despertemos, cuando ya estemos en pie…pero, ¿Por qué mañana y no ahora mismo? ¿Por qué esperar tanto para averiguar tan intrascendente circunstancia, como es la de saber si estamos soñando o no? Hay un solo ser en el mundo en ese instante que puede decidir si seguimos durmiendo o despegamos los ojos sobresaltados, expectantes, mal…es nuestro pichicho, nuestro querido y mal ladrado “Bobi”, “Tobi”, o como mierda se te haya ocurrido bautizar a ese malandra de cuatro patas.
- Yo creo que vos exagerás, che… ¿No te parece que es medio loco lo que me estás diciendo?
- No, ma’que va a ser exagerado. Mirá, él es el único que escuchó, sólo él y nadie más en toda tu casa, en la mía, en la de él, en la de todos, las casi imperceptibles pisadas de algún pobre mishi en busca de un ratón, que es otro miembro del gremio enemigo; o que vió, o pudo ver, o sintió, llamálo como quieras, a esa suave brisa que logró mover las hojas de la morera que tenemos en el patio, y que hizo que se produzca una enorme y monstruosa sombra que a la vez produjo el despertar de la ira de nuestro perro guardián; o también puede suceder que el ruido insoportable del motorcito de una zanelita 50 medio veterana, que justo en ese momento ya de la madrugada, se le antojó al hijo de mil putas que la maneja hacer más ruido del que hace normalmente ahí mismo, al frente de nuestra casa…¿Y quién sale echando humo por el hocico? Nuestro perrito, que ladra con todas sus fuerzas, cagándose en la paz nocturna y no dejando dormir a nadie. No hay derecho, no, señor.
Y ahí recién comienza la función: porque al malandra nuestro se le suman todos los perros de la cuadra… ¡Es una sinfonía de mierda que no te deja pegar un ojo, hermano! Todos los perros del barrio ladrando, y con la misma desesperación, por ese gatito, por esa moto que pasó, por la sombra de la morera, por cualquier cosa, querido, por cualquier cosa con tal de hacernos la noche imposible. ¡Y pensar que hay gente que les da de comer a esos hijos de puta! ¿Por qué te reís? ¿Vos pensás que son boludeces lo que digo? Pero es cierto, es enfermante, hermano, ya no aguanto más.
- Y cambiáte de barrio...
- ¡¿Qué?! ¿Qué yo me vaya del barrio? Son ellos los que tienen que desaparecer, hermano, no yo. Son ellos los que hinchan las pelotas...es un flagelo, y como se debe hacer con todos los flagelos, antes de que se desparrame más, hay que cortarlos de raíz, pero tiene que ser urgente, ya mismo...che, me tengo que ir. Te dejo algo que escribí... (Hurga en un bolso y encuentra unas hojas mecanografiadas)...aquí está, tomá. Leélo, después me decís que te pareció.
- ¿Qué es? ¿Es un cuento?
- No, es de lo que estábamos hablando...bah, de lo que te hablaba...de los perros, de cómo combatir el flagelo de los perros que no dejan dormir de noche.
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De cómo combatir el flagelo de los perros que no dejan dormir de noche.
Para combatir el flagelo de los perros que no dejan dormir de noche, uno se ve en la obligación de combatir también a sus imbéciles defensores, a esa manga de turros y turras que dicen algo tan absurdo como “mi mejor amigo es mi perro”. Ja, ja...Es cierto, como dice el amigo Dolina, que los perros pueden llegar a ser muy fieles con su amo y no traicionarlos jamás. Pero esa lealtad no es hija de una firme moral que les indique una manera de actuar, sino de su modesto ingenio que les impide concebir, planear y ejecutar un acto de traición. Lo que propongo, sin más vueltas, es matar a los perros. Hay que buscar la manera de organizarse para llevar a cabo una campaña, primero de desprestigio del animal en cuestión, poner énfasis en sus malas costumbres, por ejemplo, la de cagar y mear donde se les antoje, o la de llevar adelante sus más bajos instintos sexuales delante de cualquiera, incluso delante de los niños y niñas, sin importarles nada. Esta campaña de desprestigio debe hacérsela teniendo como fin el conseguir el apoyo a nuestra causa de los miembros de la clase media, sector social que siente y tiene más afinidad y simpatía por este animal, y luego sí pasar al ataque de frente, sin dilaciones: una campaña de exterminio sistemático de perros.
Entre todos y principalmentecon organización, estoy seguro que se puede tener éxito en esta cruzada. Imagino brigadas anticaninas recorriendo las calles, pasajes (lugar preferido de los perros más chúcaros) y otros recovecos de la ciudad, movidos a la acción sólo por la buena voluntad, el hartazgo y la sed de venganza, además de las ganas de echarse por fin un buen sueño nocturno. Todos buscando perros, de todas las razas, por todos los rincones de cada barrio, cuadra por cuadra, armados con piedras, bombas caseras tipo molotov, palos, hondas y todo elemento que se encuentre a mano y que pueda llegar a infligir un duro y mortal daño físico al enemigo de cuatro patas.
La acción tiene que llevarse a cabo a eso de las dos o tres de la madrugada, porque esa es la hora que por lo general elige nuestro común enemigo para molestarnos, molestia que si todo lo planeado sale a la perfección, será cosa del pasado por fin. Hombres grandes, muchachones de esquinas sin nada que hacer, señoras con sus hijos, niños solos, compondrán nuestros ejércitos. Cada uno con una antorcha en la mano entrando por sorpresa en las casas en busca de perros, para llevarlos luego de ser cazados, a la gran hoguera que se hará en cada avenida principal de nuestra ciudad; y también haciendo escarmentar de los pelos a los que osen defender a los muy sinvergüenzas. ¡Ese día será de júbilo y regocijo descomunal! Ver arder hasta el último pelito del enemigo…ya con sólo imaginarlo me produce estremecimiento de placer.
Pero así como habrá castigos también habrá premios. Se premiará al escuadrón que llegue a cazar más enemigos. ¿En qué consistirá el premio? Eso será lo de menos, porque la gente estará tan concientizada en esta lucha, que el sólo hecho de participar en la misma ya será motivo de orgullo y satisfacción. Pero por el momento pensemos en el más vulgar de los premios, el dinero. Se pagará por tanto, es decir, una determinada cantidad de dinero por cabeza de perro presentada. Algunos portadores de un espíritu exquisito, sostendrán seguramente la conveniencia de pagar por raza, porque para ellos no es lo mismo un ovejero alemán que un salchicha. Pero no será por raza, desde ya voy anticipando mi oposición a esa idea. Yo seré el principal impulsor de la moción de que todos los perros, sin distinción de raza, son iguales en hijiputez. De todos modos, pienso que, dado que éste será un movimiento organizado democráticamente, las decisiones finales las tomará una asamblea o algo por el estilo, cuyos miembros serán elegidos por el voto mayoritario de las personas que concurrirán libremente a ejercer su derecho al sufragio. Es allí, en esa asamblea, consejo, o como quiera llamársele, donde se discutirán este y otros temas pertinentes a la acción a llevarse a acabo. Habrá una por barrio, y serán soberanas en sus decisiones.
Los integrantes de las asambleas deberán ser los más experimentados en años de cada barrio, es decir, los más viejos, porque son los que más tiempo han sufrido los ataques del enemigo, y por ende, es lo que se espera, tendrán también más sed de venganza que cualquier otro vecino.
Por la bronca acumulada en tantos años de sufrimiento, imagino el semblante de los miembros de ese consejo, todos ancianos de piel curtida y con caras de perros, bull dog, je, con una estirpe de profetas y sabios, recios y austeros, decididos con su fiereza a hacer justicia. En su encomiable quehacer, este Consejo de Ancianos estará sustentado en un secretariado cuyos miembros se convertirán en incansables alfiles en la lucha contra este flagelo; serán ellos los que lleven adelante una persistente búsqueda de apoyo oficial a la causa, que, en definitiva, será la causa de todos.
Será ese secretariado el que buscará la forma de conseguir adhesiones a la causa. Y no sólo adhesiones formales, sino también la colaboración voluntaria de dinero por parte de la población, para hacer posible la publicación de solicitadas en los diarios, folletos explicativos que serán entregados al público por chicas muy bonitas y atractivas (este es un anzuelo que no falla) en las calles peatonales, pegar calcomanías en los autos, apariciones en los programas más vistos de las televisión local, conseguir el apoyo público a la campaña del galán del momento, etcétera; es decir, ese secretariado será el encargado de llevar adelante lo que los vietnamitas llamaban “agit-prop” (campañas de agitación y propaganda en la población) que no tiene otro objetivo más que lograr la concientización y apoyo de las masas, de lo cual dependerá en mucho el éxito o el fracaso de la cruzada.
La lucha, y los motivos que la impulsan , debe hacerse obligadamente masiva y comprensible para todos; o para casi todos, porque no hay que olvidar que siempre estarán ahí, poniendo palos en la rueda, alertas ante nuestros próximos movimientos, alguna defensoría de animales u otras estupideces por el estilo, que, sumun de la hipocresía y la indiferencia, llegan a lamentarse que existan perros callejeros pero no se les mueve un pelo ante la presencia de niños pidiendo limosnas en la calle; pero, ojo, nosotros somos conscientes que ellos tienen miedo, nos tienen miedo y NOS TENDRÁN MIEDO, porque antes de empezar esta “santa cruzada anticanina” les haremos saber sutilmente a estos pseudodefensores de la vida animal, lo equivocado de su posición, y que si no recapacitan y modifican su actitud, pues, ya conocen lo que les espera…la gran hoguera de las grandes avenidas los esperará con sus llamas abiertas para abrazarlos.
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¿Cuánto habrá pasado? Dos, tres semanas, no sé…Una tarde iba caminando lo más tranquilo por el centro de la ciudad, cuando veo que se me acerca un hombre. Era gordo, muy gordo, pelado, mal trazado, con cara de pocos amigos. Si hubiera tenido más confianza, le hubiera dicho que apunte la panza para otro lado, pues temía que un botón de su camisa, por lo ajustado, saltara y me diera en mi cuerpo.
- ¿Usted es Cardozo?...Mire, vengo de parte de Véliz…
- Ah, sí, Véliz. ¿Qué pasa? ¿Quién es usted?
- Yo soy Guillermo, un amigo de Véliz, como usted.
- Ajá… ¿Y qué quiere?- Pregunté esto último mientras nos dábamos la mano.
- Quiere saber, mejor dicho queremos saber, si leyó los papeles que le dio el otro día…sobre los perros.
- Ah, el panfleto ese. Je. Medio largo…y bastante… ¿cómo decirle?
- ¿Pero qué opina usted? ¿Se une a la lucha? Mire que ya lo contamos como un miembro más.
- ¿Qué lucha? ¿La de salir a cazar perros?
- Claro…aparte usted se había comprometido con Véliz…
- No, espere, yo no me comprometí a nada. Yo sólo acepté leer esos papeles y nada más; de ahí a que Véliz y usted crean que por eso yo formo parte de esto, no, están equivocados.
- Mire que tenemos grandes planes para usted, un cargo de categoría alta dentro de la organización, como el mío, como parte del Secretariado General…
- ¿Pero de qué categoría me habla, de qué organización? ¡Yo no quiero saber nada con usted ni con Véliz!
La manera en que le había respondido y la cara que puso el gordo ante esto, señalaba que la charla iba tomando un cariz violento. Y más aún cuando ya cansado de ese encuentro sin sentido ni utilidad alguna, le di la espalda para marcharme, y el gordo me paró agarrándome del brazo.
- ¡Eh! ¡¿Qué te pasa!?- le dije, soltándome de un tirón su mano.
- Oiga, dijo el gordo que se llamaba Guillermo, calmesé, no haga escándalo.
- Pero quién sos vos para encararme y agarrarme así…además, ¿sabés qué?, yo al principio pensaba que esto era un disparate más de Véliz, que lo conozco desde que éramos chicos y siempre fue así medio imbécil, pero veo que el asunto va en serio; pienso que es una locura lo que ustedes quieren hacer, pienso que ustedes están locos y que van a ir en cana si llegan a llevar a la práctica semejantes ideas, y ya no quiero saber nada ni con Véliz ni con usted ni con los perros, ni con nada, así que mejor déjeme en paz.
El gordo se puso colorado, como se suelen poner esas personas de piel muy blanca cuando pasan por situaciones que provocan nervios y complicaciones. Otra vez le daba la espalda, decidido esta vez a alejarme de él. Y cuando ya iba a unos cuantos pasos de distancia, y ante la mirada atónita de la gente que pasaba por ahí, escucho que el gordo gritaba:
- ¡Te va a pasar lo mismo que a los perros, traidor! Ya vas a ver… ¡la hoguera también estará prendida para vos, infeliz!
El tiempo pasó y nunca más supe de Véliz ni de su compañero en la aventura de los perros. Una sola vez lo crucé cerca del parque Avellaneda. Él no me vió, estoy seguro. Estaba rodeado de unos canijos que lo escuchaban con atención, habrán sido unos cinco. A su lado estaba la figura inconfundible del gordo Guillermo, que repartía volantes a quienes escuchaban respetuosos las palabras de Véliz.

Texto agregado el 08-03-2014, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


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