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En ocasiones le da por quedarse en cama a mirar el techo. Respira lento. Dentro de su cabeza no hay ningún pensamiento. Respira y escucha su respiración mientras el sol entra poco a poco en el cuarto. Se toca el talón de un pie con los dedos del otro. Siente sus callos. Debe limarse los pies mientras se esté bañando, lo sabe, y también sabe que lo va a olvidar. Todas las anotaciones que hace mentalmente siempre termina por no recordarlas. Tiene las manos a los costados, siente la textura de las sábanas, le gustan, debe cambiarlas por unas limpias pero no tiene ganas de levantarse, nunca tiene ganas. Afuera de su cama, todo en la vida siempre le sale mal.

La semana pasada trajo una chica a su habitación. Ella se sentó a la orilla de la cama mientras él se sentó en la silla frente al escritorio. Encendieron un cigarro que fumaron entre los dos. Ella miró los recortes pegados en las paredes, artículos y fotografías. Los miró en silencio mientras se terminaban el cigarro. Él la miraba a ella.

—¿Quiénes son? —dijo la chica.
—Hay de todo un poco.
—Él, por ejemplo.
—¿El que está en calzones frente a su máquina de escribir? Es Faulkner.
—¿Y ese otro?
—Hemingway.
Se quedan en silencio. Encienden otro cigarro.
-No sabes quienes son ¿verdad? —dice él.
Ella sacude la cabeza.
Él le pasa el cigarro y la mira darle dos chupadas.
—Deberías quitarte la ropa —dice él.

Ella se levanta, desabotona su vestido azul marino y lo deja caer al suelo. Su ropa interior es negra. Sus tetas son pequeñas, su cadera estrecha. Él le da otra calada al cigarro.
—Date la vuelta.

La chica obedece y se gira lentamente. La parte trasera de sus bragas es un poco transparente. Se queda un momento dándole la espalda.
—¿Y esa quién es? —dice ella, señalando una fotografía.
—Virginia Woolf. Quítate los calzones.

Ella lo hace sin darse la vuelta, inclinándose hacia adelante. Luego se acerca a él para quitarle el cigarro de las manos. Se lo lleva a la boca.
—¿Y toda esa gente qué hace?
—¿Acaso importa? —dice él poniéndose de pie, sujetándola por la cintura.
Se besan.

Y vuelve a tener una erección con sólo recordar ese momento. Su piel era tan suave, piensa, su cabello tan suave, sus labios tan mullidos. La clase de chica que llevas a tu casa y le presentas a tu madre, pero no la clase de chica con la que alguien como yo se casaría.

Quiere un cigarro, pero no quiere levantarse de la cama. Afuera de ella todo siempre le sale mal.

Texto agregado el 10-09-2014, y leído por 59 visitantes. (0 votos)


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