A veces me preguntaba: ¿en dónde andarías?
y la desesperanza
rayaba el papel blanco de mis días,
porque vos te habías ido
y he permanecido perdida,
procurando no volver
a aquellos lugares donde amé la vida.

Aún espero que vuelvas
pero no me mereces,
no me merezco el sufrimiento que matará a este amor,
tarde o temprano,
y no se trata de merecimientos
sino sobre el mal uso de los sentimientos
como excusado de campo.

Buscar ser feliz y vivir tropezando,
patear la fragilidad de la memoria
y golpear las puertas de la vida
con palos y toscas,
intentar sentirse bien
ante la marginal compasión que deplora,
¡intentar!
sin la maldita necesidad de lastimar a los otros,
porque nadie se merece cargar con el coloquio de nuestros demonios
y será un deber hallarles un reposo.

Te digo adiós
y apago de mi mente el programador,
desearía golpearla con un palo de beisbol
porque tengo la necesidad de olvidarlo todo...
tus ojos morochos,
tu sonrisa de Zorzal
y ¡esa boca tan tuya!
que no me tuvo piedad,
al morder mi flor exótica.

Triste despertar
plagado de recuerdos que no te devolverán,
aún me visitan tus manos
que presionan primitivas
sobre mi cuello afiebrado,
como un pasillo infinito
me recorren tus labios
cavando dulces dolores
en la soledad que contiene nuestros nombres,
¡aún me dueles, amor mío!
y habitaron las penumbras
en nuestras almas precoces.