Vania, siendo la chica más asediada del sexto A, no sabía por qué el profesor de educación física no la había besado como a otras alumnas. Deseaba el beso no con la inocencia de una niña enamorada, sino con la malicia de una coleccionista de momentos húmedos. El beso era, para ella, la primera letra del alfabeto sexual. Jessica ya lo había pesado y eso que tenía un horrorosa lunar cercano a las comisuras. Margorie, también y todos la vieron, ridícula la chata, empinándose para alcanzar su premio. Vania se fijo una fecha para cumplir sus intenciones: Hoy.

Para Vania solo existían las clases del profesor de educación física, Paul Vergara. El profesor de literatura era un alcohólico depresivo. El de religión, todos lo sabían, un rehabilitado adicto a las drogas. Remplazó su dependencia a la hierba pasó ala dependencia de Dios. El profesor de historia era un defensor de los pobres, incitador de revoluciones, que incluso sedujeron al primer puesto del salón. Siempre se reunía con sus alumnos para hablar quien sabe qué. En fin, el día llegó.

El timbre y todos al patio. Lo rutinario: Cinco vueltas al colegio, flexiones, salto al taburete. Profesor ¿Puedo hablar con usted? Dime. Hace tiempo que quiero probar sus labios. Alguien interrumpió. Reunión de profesores, es viernes. Oye, tengo que irme pero, lo postergamos, no sabía que tuvieras esas inquietudes, yo mismo te lo hubiera dicho. Chau. Chau. Cinco minutos después desfiló un rumor:
Paul fue acusado de seducir a las alumnas. Es más, señor director, el alumnado el grita Vergara verga loca, dijo el profesor de historia.

Vania, en busca de la reivindicación moral de su profesor, llamó ala policía. Señores, el profesor Javier Peñafiel es un terrorista ¿Qué dice? Sí, hace reuniones escondidas con los alumnos de mi colegio. Iremos para allá en media hora. No, es demasiado se va a escapar. La policía visitó el colegio al día siguiente.

El profesor de historia fue encarcelado. En su gaveta se encontraron proyectos y planos de la embajada de Estados Unidos. Claro que no implicaba a alumnos, sino a otros docentes de diversos colegios. Junto a su gaveta estaba la de Vergara, que custodiaba fotos de sus alumnas, donde los besos eran insignificantes lecciones y más bien mostraban el abecedario completo: coitos obsesivos a las pequeñas de falda escocesa. Esas fotos seguirán ahí, alejadas de la curiosidad de la esposa de Vergara, pues el profesor de educación física seguirá en el plantel hasta fin de año.