EL ATAQUE
Al hombre lo agarraron, lo sacudieron. Lo tomaron por sorpresa. Lo intimidaron, acobardaron, rebajaron, humillaron, ante la vista de todos, utilizando gran fuerza. Desmedida fuerza. Se les pasó la mano. Si con un pequeño papel, un mensaje breve y conciso hubiera bastado o un arma estratégicamente guardada, pero no, lo forzaron, agredieron cobardemente, lo arrojaron al piso, lo azotaron contra una pared, le aplicaron un puñetazo en la nariz, una patada en el estómago, otras en las canillas, lo despeinaron, le ensuciaron y arrugaron el traje, le sacaron la corbata, los mocos, los zapatos, le tiñeron de suciedad la cara y de vergüenza el alma, en fin para no abundar más, lo maltrataron, lo ningunearon, lo convirtieron en una presa, lo escupieron, lo rebajaron, vilipendiaron, patearon, insultaron y así le quitaron el bolso que llevaba. Además le dijeron cosas irreproducibles, garabatos de grueso calibre y mientras unos lo golpeaban, otro quedaba libre para dar instrucciones. Todo sin compasión, a pesar de que lo solicitaba. Ah y también lloró. Todo sucedió rápidamente, en menos tiempo de lo que me lleva leerlo o escribirlo, de lo que se colige que el tiempo es un misterio.
Edgar Brizuela Zuleta |