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Y ahí donde comenzaba la tierra, se fundía el horizonte entre naranjas y verdes azulados. Los pájaros volaban y planeaban en un sin fin de figuras esbozadas. Y las estrellas parecían distinguirse en pleno día entre aquellas nubes que jugaban con la imaginación de los niños que cada tarde encontraban en ellas las representaciones más insólitas.
Francisco y Juana eran expertos en descifrar nubes, curiosamente encontraban exactamente lo mismo en aquel cielo que otros miraban al pasar. Grandes jardines, barcos naufragando, personas distinguidas, vecinos, parientes, absolutamente todo podía aparecer en aquel cielo.
- ¡Mirá aquel perro! – decía Francisco
Y Juana lo reconocía aún sin la necesidad de que se lo señalara. Y agregaba
- Ay qué lindo! Se parece a Patán, el perro de Sandra.
Y con esos comentarios reían por horas.
Era todo tan simple y tan inmensamente preciado. Esos momentos eran la envidia de quienes pasaban y los veían ahí, recostados en el parque mirando el firmamento sin ninguna preocupación más que la intriga de saber qué les tenían preparado las nubes ese día.
Y cuando el sol bajaba, el silencio se apoderaba de ellos; y pacientes, con la mirada perdida, lo veían desaparecer muy lentamente tras los cipreses del parque.
Eran tan sólo dos adolescentes, con avatares de hippie y una mentalidad que superaba a la de sus padres.
Sus vidas no eran las mejores y aquel pueblo parecía que no les iba a permitir crecer nunca.
Francisco por su parte era el mayor de una familia de cinco hermanos varones. Su madre se la pasaba todo el día en la casa fumando y bebiendo desmesuradamente, la muerte de su marido le había quitado las ganas de vivir y Francisco era quien tenía que hacerse cargo de ella y de sus hermanitos.
Juana tenía lo que para la vista de todos sería una familia ejemplar; era única hija, su padre era abogado y su madre psicóloga. Asistía a la mejor escuela de la zona y sus deseos eran satisfechos en un abrir y cerrar de billetera. Pero Juana sentía que ella necesitaba mucho más que aquello, anhelaba el cariño y la comprensión que sus padres nunca supieron darle.
Cuando estaban juntos, sin pensar en sus vidas más allá de aquel instante, se sentían felices. Juana encontraba en Francisco todo el cariño que esperaba y él lograba la paz a su lado.
Raramente hablaban de temas demasiado serios, no por eso menos importantes. Aún así, en más de una oportunidad mantenían largas charlas sobre su futuro fuera de ese pueblo, muy lejos de todo y de todos.
Y así se les pasaba la vida, entre sus hogares y aquel mundo que lograban construir juntos, entre el cielo y la tierra. Los años pasaban y Juana y Francisco crecían a pasos agigantados.
Ya a un paso de terminar la secundaria seguían haciendo lo mismo de siempre. Ir al parque a volar con la imaginación, ahora también se juntaban a tomar mate con amigos que tenían en común. Ahora sus intereses eran otros, pero siempre seguía en pié el proyecto de un futuro mejor lejos de allí.
Juana sabía que su sueño estaba a punto de cumplirse, ni bien terminara la escuela se iría a la capital a estudiar y como bien todos sabían en el pueblo nadie que se iba a la capital regresaba. Francisco sabía de esto y eso lo ponía muy triste; ella no ignoraba esta situación pero lo único que podía hacer cuando notaba su tristeza era abrazarlo fuerte y decirle que nunca lo olvidaría, que siempre estarían juntos.
Él la amaba con locura, nadie en el mundo podía comprenderlo mejor que ella; Juana también lo amaba pero ninguno de los dos se atrevía a romper aquella amistad aunque el amor los consumiera por dentro.
Eran tan unidos que era casi inconcebible el pensarlos apartados. Pero el día llegó, ya no irían más a la escuela y aquellas vacaciones serían las últimas que compartirían.
Ese verano fue el más increíble de sus vidas, todo fue tan hermoso que el tiempo parecía volar sin darles respiro para disfrutarlo en plenitud.
Quedaba sólo una semana para que Juana dejara la ciudad; Francisco deseaba que no pasaran nunca, lo que más deseaba era poder acompañarla y continuar juntos sus estudios pero su situación económica lo hacía imposible.
Aquellos últimos días fueron especiales, ya no miraban tanto el cielo sino que se miraban mutuamente como para memorizar cada línea de sus rostros. Se miraban en silencio por unos cuantos minutos hasta que alguno de los dos empezaba a sonreír y rompían a carcajadas el silencio. Los abrazos se duplicaron por completo, ya no podían caminar si no lo hacían tomados de la mano.
Y así llegó el último día, Juana no podía evitar aquella ambivalencia que sentía; estaba muy emocionada por salir de aquel pueblo, por entrar a la universidad pero también se moría por dentro al saber que quizá ya no volvería a ver a Francisco.
Él ya estaba bastante resignado a su partida pero no podía evitar el sufrir sobremanera.
Aquel día fue muy gris para los dos. A las 23:30 partía el colectivo que la llevaría hacia la capital, Francisco había decidido no ir a despedirla porque sabía que no podría resistirlo.
Juana preparó sus cosas se despidió de cada rincón de su pueblo y una vez con sus maletas pasó por el parque unos minutos; no podía irse sin despedirse de aquel lugar que le había dado momentos tan maravillosos. Colocó sus maletas en uno de los bancos de cemento junto a la fuente y se recostó en el césped como lo hacía con Francisco a mirar las estrellas. En eso estaba cuando aparece él con lágrimas en los ojos. Ella se levantó sobresaltada y lo miró a los ojos. Y ahí se dio lo que tanto habían soñado
- Te amo Juana – le dijo Francisco con una voz temblorosa inundada de tristeza
- Ay, amor. Pensé que no lo escucharía nunca! Te amo!... Te amo!- le dijo Juana con un mar de lágrimas dibujándole el rostro.
Y ahí sellaron aquel momento con un beso, hermoso, tierno, con la inocencia que conservaban aún de su niñez.
Pero aquel momento tenía que terminar, y Juana partió dejando su corazón en aquel pueblo junto al de Francisco.
Pasaron los meses y ninguno recibía noticias del otro. Hasta que en aquel otoño, la mamá de Francisco falleció consumida por el alcohol y por aquella maldita depresión que nada ni nadie logró opacar. Ahora había quedado sólo a cargo de sus hermanos y aunque la pérdida de su madre fue muy dolorosa para él, al mismo tiempo se sentía aliviado.
Sus hermanos ya habían crecido y pronto terminarían la escuela. Cada uno tendría que responder por su vida como él lo había hecho todo este tiempo.
Como es muy común, en los momentos difíciles es cuando aparece la mano amiga de más de uno. Conocidos y no tanto que se conmueven o bien se sienten lo suficientemente fuertes como para contener a alguien en los momentos de angustia. Así fue como aparecieron parientes hasta debajo de las macetas, personas que nunca antes habían visto bien puede ser porque el pasado de su madre había quedado enterrado tras la muerte de su padre y con el paso de los años era difícil recordar.
Al ver lo desamparados que se encontraban, todos se ofrecieron a ayudar. Tal es así que sus hermanos encontraron el amparo en unas tías abuelas que al parecer se encontraban en muy buena posición y solteronas a falta de hijos ansiaban la presencia joven en sus casas.
Francisco ya quedaba afuera de este reparto de afecto hogareño pero sí recibió dinero y alguna que otra oferta de trabajo. Pero ahora lo que él más ansiaba era estar con Juana, sentirla a su lado, abrazarla. Sabía que era ella la única que podía sostenerlo ante su dolor.
Entre todo aquel gentío, se presentó una dama muy particular. Estaba vestida completamente de negro, con una capelina de tul y unos guantes delicadísimos de encaje. Ella se acercó sutilmente y le dio el pésame entregándole un sobre color lila, al mismo tiempo le dijo casi susurrando que lo abriera al día siguiente.
Francisco se sintió intrigado, pero aún en el absurdo de lo ocurrido siguió las indicaciones dadas. Al otro día despertó solo en su casa y lo primero que hizo fue abrir el sobre. En el interior había una carta manuscrita en tinta de pluma, prolijamente caligrafiada y con una extensión de menos de una carilla. Francisco la distinguió al instante, aquella era la letra de Juana.

Mi Amor:

Sé por lo que estás pasando. Lamento mucho lo de tu madre, pero aún así sé que es lo mejor que pudo haber pasado, después de todo era lo que ella quería. Sé que tus hermanos estarán muy bien y espero que vos también lo hagas. Nada me haría más feliz que tú felicidad, y lo sabés.
Amor, quiero que estés conmigo. Ahora no hay nada que nos detenga. Ya nada nos ata al pueblo. Yo estoy estudiando aquí y vos ya no tenés más nada por lo cual quedarte allí:; salvo nuestro parque.
Francisco de mi alma, venite conmigo. El cielo quiere que lo miremos juntos. Sé que quizá este no es el mejor momento para tomar decisiones, por eso preferí no presionarte y entregarte esta carta para darte tiempo a meditar sobre el asunto.
Sólo quiero que sepas que te amo.

Juana.

Su corazón latía ahora acelerado y entre todas aquellas palabras vislumbró que Juana había sido aquella dama que le había entregado el sobre. Estaba allí en el pueblo esperando por él.
Enseguida, Francisco salió corriendo hacia el parque. Y allí estaba en el césped como aquella última noche en que se declararon su amor.
Él se acercó, la miró con una ternura incomparable se mordió los labios que no aguantaban el ir por los suyos pero sin embargo se recostó sobre el pasto sin emitir palabra alguna, sólo a mirar el cielo como en los viejos tiempos.
Así estuvo unos segundos hasta que por fin dijo tranquilo y con toda la ternura del mundo:

- ¿Nos ves? Ahí estamos, reflejados en el cielo. Mi amor es tan puro como aquellas nubes y te abraza como el cielo que las rodea por completo. Esas nubes pueden cambiar, se pueden alejar, juntar y hasta incluso desaparecer... pero siempre habrá nubes en el cielo, del mismo modo siempre estaré amándote. ¿Acaso no ves que te voy a amar toda la vida y que siempre vas a estar conmigo?- le dijo con una paz envidiable.

Ella lo miró y le dijo

- Lo veo mi amor. Veo que así como el cielo no puede estar sin las nubes, yo no puedo estar sin vos.

Allí se incorporaron y se besaron apasionadamente. Indudablemente ella siempre lo comprendía, le daba la paz y él le entregaba aquel amor que tanto necesitaba.
!Ah sí!, ¿qué pasó luego? No se preocupen por ellos, es inconcebible pensarlos apartados ¿recuerdan?. Pues bien, sea donde sea que estén, han de estar juntos... amándose.

Texto agregado el 07-10-2004, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-11-2004 No se todavía por que razón, al comenzar la lectura, tenía una imagen completamente distinta sobre lo que iba a leer. En fin... nada... ni hablar que el momento mas lindo me resulta la despedida y el beso, que me remite- y van... - a ese antiquísimo pensamiento de los jóvenes de pueblo que desean la ciudad y los citadinos que imploran la paz y la tranquilidad de los pueblos del interior. Más allá de este divague; hay tantas cosas a las cuales les dan tan poca importancia, tan poca profundidad- uyy que obvio que estoy siendo- pasándolas de resfilón para llegar a Juana y Francisco: “ se murió mi vieja... ahora me puedo ir tranquilo a la city”. Ahhh... lo de la mujer de negro que le entrega la carta al muchacho y el no se da cuenta, me hace acordar al Padre Coraje ja. ¡No!... ¡no nos metamos en verbigracias con el lugar común del desenlace por favor!... saludotes... uyy hoy vengo con un dia muy criticon me parece ja Abin_sur
 
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