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En esa nebulosa, surges de nuevo. No pensaba que ese recuerdo borroneado por los años adquiriera de manera tentacular esos bríos para allegarte a mí. Es cierto que discutimos y eso quedó zanjado en lo pretérito porque lo que más temía eran tus maquinaciones a mis espaldas.
Gata solapada, contemplándolo todo desde tus pupilas coloreadas de un verde oscuro variando a traición. Maquinaste todo para asentarte en ese puesto. Un pobre jovenzuelo al que la inexperiencia se le asomaba en sus gestos fue la presa que devoraste sin que la compasión acudiera ni por asomo. Para reinar en ese pequeño ámbito, te rodeaste de lo indispensable: la que te alababa y que sería también tus ojos y oídos. Reinado plagado de tramposas adulaciones, comenzaron a temerte, no por tu autoritarismo sino por esas miradas sinuosas tuyas que se transformaban en puñales traicioneros. Jamás enfrentabas a nadie ni reprendías, todo lo comentabas con tus escuderos, quienes abrían a tajo los cauces de la cizaña, multiplicando las faltas de las víctimas. Pronto, alguna era relevada y otra llegaba como venado asustadizo. Tu mala fama trascendía las cuatro paredes y se te mencionaba en corrillos y varios se santiguaban, prometiéndose jamás hacer méritos para ser atrapados por tu temible método.
Así caímos varios producto de tus maquinaciones, no te atraían quienes no eran serviles, intuyo que tu mediocridad necesitaba la retroalimentación de los aduladores. Te grité a la cara que no llegarías lejos, porque te parapetabas en un sistema bajo la tutela de la Dictadura. Sonreíste, ya a salvo de mí y de aquellos que no te placían y te acomodaste esa imaginaria corona sobre tu cabello marrón.
El tiempo transcurrió veloz y mi pronóstico se hizo carne. Todo ese tinglado armado por medio de componendas, influencias y favores se despaturró por la fuerza de los cambios. Nuevos aires ventilaron esos lugares plagados de sospecha. Cierto día nos topamos en alguna de las calles del centro de la capital. Sonreíste, aunque adiviné en tu gesto los imperceptibles temblores de una culpa que nunca se desvaneció. Sólo te retribuí el saludo y proseguí mi camino.
Pero hoy regresas en mis sueños, golpeo la puerta de tu despacho y allí estás, sólo que en esa tonalidad siniestra de tus ojos ahora brilla una cierta luminosidad. Jamás hubo separación alguna en esa oficina, pero los sueños tienen la libertad irónica de desdibujar los escenarios.
Sonríes y algo de carácter angélico se aposenta en tus facciones.
-Tan caballero, tú.
Me sorprendo, aunque entiendo que estoy sujeto a las redes oníricas. Tus soplonas sonríen y aplauden.
En otro pasaje del sueño el asunto adquiere ribetes surrealistas. Tendida de espaldas en una camilla, permites que te redibuje las cejas. Una música melodiosa acompaña la escena. Sonríes complacida, acaso confías en lo que realizo. Alguien que no reconozco niega con su cabeza, sin que me distraiga. Soy un profesional cincelando con arte dos líneas oscuras sobre tus ojos gatunos. ¿Por qué? intento encontrar respuestas a sabiendas que no existen.
Cautivo en ese sueño, esta vez me preparo para darme una ducha. Desvestido y sólo con una toalla cubriéndome, presiento que alguien aguarda tras la puerta. La manilla gira y entiendo que se trata de una encerrona. Asomas tu rostro, ahora sonriente y luego ingresas, ingresas con tus puñales a cuestas. Nunca me sentí atraído por ti ni jamás elaboré alguna fantasía en la que fueras protagonista. Pero acá estás en este sueño tan concreto y palpable, repleto de culpas esparcidas como rosas negras sobre el embaldosado.
Nada ocurre y despierto sorprendido. ¿Cómo acudiste a esta cita si yo jamás te he invocado? ¿Qué mecanismos ocultos se activaron para que una historia clausurada hace años resurgiera con un extraño mensaje conciliatorio?
Por un impulso nacido más de la curiosidad que de cualquiera otra consideración, acudo a las páginas sociales que ventilan retazos alegres de la realidad. Jamás intenté encontrarte en dichos lugares, inexistentes en nuestra era. Busco y rebusco, tecleando ese nombre tuyo que se me quedó pegado en la memoria como una herida que imaginaba cerrada.
Te encuentro al final. Allí estás, estremeciendo recuerdos que resuenan agudos dentro de mi pecho y que pensé ya volatilizados. Sólo te contemplo cual si aún tuvieras imperio sobre mis emociones. Hasta que reparo en los mensajes y el erizar de mi piel.
“Querida Graciela, recordándote siempre”, “Amiga, me haces tanta falta”, “Hace un mes ya”,
“Mamita, no sabes en el desamparo que nos has dejado. Cuídanos desde las alturas”.
Del erizar de mi piel a un brusco estremecimiento, siento que mis pies han perdido sustento y me mantengo ingrávido, confuso, sorprendido.
Quiero pensar que sólo fue una casualidad tejida por mi inconsciente, que nada trasgrede la razón, la bienvenida razón, piedra sobre la cual aposentar mis argumentos.
Pero el escalofrío persiste. Y no quiero volver a soñarla.













Texto agregado el 25-10-2022, y leído por 171 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
02-11-2022 Una visita desde el limbo, antes de emprender el viaje eterno. Es un relato algo denso para mí. No soy muy asiduo a la lectura. Saludos "extraño" amigo. nazareo_mellado
31-10-2022 La heridas de amor nunca cicatrizan del todo. Quedan rescoldos que de improviso aparecen en la memoria y aunque no quizá con la misma fuerza siguen lastimándonos. Tu historia entre sueños y realidad, me encantó. Saludos, amigo. maparo55
26-10-2022 los sueños esos paisajes en el claorooscuro del superrealismo. buen cuento. Abrazo grande mi buen amigo. sendero
26-10-2022 Un cuento surrealista muy bien guionizado. Te felicito. Clorinda
26-10-2022 Creo que ese sueño tuyo era una señal, o un presagio de lo que en realidad había ocurrido. Pero los que dejaron huellas hirientes no se curan con nada. Jaeltete
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