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Invitado a ese culto acompañando a un matrimonio, voy por ir, por no quedarme rezagado en mis ecuaciones imposibles. Sé a lo que voy pero no sé porque lo hago ya que ingresaré a ese enorme castillo donde los reyes de facto impondrán sus términos. Llegamos después de una larguísima caminata y la muchedumbre aguarda repantigada en sillas de oropel. Avanzo detrás de traseros voluminosos, píos y sedientos de fe. Me pierdo entre corredores repletos de marcos dorados que plasman dioses lejanos, envanecidos, dibujados por la paleta ideológica de quienes los crearon. Un patio enorme se abre tras la garganta misma del pasillo y la gente se arracima sobre estrados a los que trepo para no ser víctima de algún equívoco. Hay euforia en sus miradas, aromas a sándalo, rosas y siutiquería embotellada. No es buena idea internarse en cultos ajenos porque la ignorancia escala rápido a las cumbres de la arrogancia. Me sé distinto, inmiscuido por mi propia voluntad, herido por los gritos, los ayes, las ofrendas que me escupen el rostro. Paralizado en medio del frenesí, del llanto reflejado en los baldosines suntuosos, aguardo, sólo aguardo. No espero nada, no pretendo borronear un estudio sociológico de esta situación.
-Ven- escucho desde mi oreja izquierda. Es mi ex, que me viene a rescatar, eso supongo pues me tironea y me dejo conducir en medio de esa euforia ajena.
-¿Adónde vamos?- consulto, entendiendo que este instante está recortado de un pasado lejano y sobrepuesto en esta situación.
Nada dice, asunto extraño para una parlanchina desenfrenada. Voy detrás suyo como siempre lo hice, tras las faldas, siempre a la zaga contemplando como esas piernas abren caminos, caracolean, tropiezan y prosiguen, piernas maternas, robustas y firmes como dos columnas romanas, abriendo caminos con el láser preciso de su voluntad, piernas de mi ex, moldeadas por Rodin, pecaminosas en su contextura y deseables para el mirar masculino. Eso ya no me importa, me vacunaron las circunstancias, me extirparon el deseo y sólo prosigo como un perro sin alma tras esas posaderas tan bien concebidas.
Agrego que estoy frente a la puerta de mi casa paterna y mis nudillos pugnan por tocarla. Es un gesto prosaico que nacerá desde el impulso pleno de la inconsciencia. Porque sé que ya no existen y sin embargo, sé que están detrás de los visillos contemplándome con un gesto desdibujado en sus rostros fantasmales. Decido adentrarme en ese pasado que tal vez me capture para siempre y antes que mis dedos golpeen la madera, la puerta se abre con un chirrido espantoso. Allí está mi madre y beso su mejilla cálida, quiero besar también a mi padre pero, no, me detengo, nunca lo hice y eso está bien para los dos.
Me abandonaste una vez más, mala pécora e ignoras como se me despedazó la vida, por ti, por lo que dejaste y por lo que te llevaste. No me traigas a ningún lado, aprendí hace mucho a caminar sin tu tutela. Un adiós gélido se me despega de los labios para que hiera algo de tu indiferencia.
Sentada está ella, siempre aguardando, paciencia canina la suya, me contempla con sus ojos almendrados.
-Hagámoslo, hagámoslo- repite y se relame. Y tropiezo y caigo o invento ese desplome para refugiarme en sus brazos cálidos. Hay furia, dolor, intolerancia por esta vida tan colmada de inexactitudes, hay desnudez de pensamientos y de cuerpos heridos por lo injusto. ¿O es precisamente lo contrario? Trato de dilucidarlo beso a beso y nos fundimos en ese sin embargo que espera ser intercalado en alguna pausa. Y no aguarda tanto porque la luna y sus brazos y la geometría deliciosa de su turgencia dan paso a un sin embargo tenebroso. Eres tú con el rostro desfigurado por la furia para pintarme la palabra infiel en pleno rostro. Tú, ahora devenida en jueza, tú, mísera y desdibujada por el despecho, queriendo irrumpir en donde ya no tienes cabida.
Huimos ambos para escapar de tus injurias, desgajamos el pavimento con la fuerza de nuestros pasos, hay un más allá, lejano, persistente, de la mano ambos, heridos y jadeantes, mas con una convicción que le presta impulso a la carrera. Hoy ya es ayer y acaso no haya sucesión lógica en esta existencia reescrita a punta de besos y promesas.
Algún dios acudirá para redibujar la esperanza. No será el de aquella cofradía abigarrada ni el que esquematizaron algunas almas profanas.
Ya ni sé lo que digo ni lo que pienso. –Ven- repites. Y sé que he resbalado por algún abismo de esos que merodean a los que no creen en nada ni en nadie.
















Texto agregado el 09-11-2022, y leído por 188 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
11-11-2022 Me encantó cómo pasás de un universo a otro y ese final es precioso. Abrazo grande. MCavalieri
11-11-2022 En algún momento de la vida, la fisura se abre y de nuevo caemos en ese abismo que creíamos superado. Abrazo grande mi buen. sendero
10-11-2022 Un culto no descrito, pero que es atrayente y poderoso. La ex: una mujer sensual y bien formada, pero que camina en extraños pasajes del recuerdo, para señalar y juzgar actos del protagonista. Tal parece que este protagonista ha sido inducido en un trance, y lo paranormal, lo acerca a la ultratumba. El título Metaverso me hace pensar en un paso más allá de lo físico, pero el reclamo propio del inducido, conduce a la inconsciencia. azariel
10-11-2022 excelente texto, bien hilvanado con frases elocuentes que arman imágenes poderosas, felicidades! -Vincho-
10-11-2022 Interesante, original, diferente, solo aplausos para tu nueva publicación. Hago mías las palabras de Mujerdiosa. Gracias. gsap
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