Formas fáciles de amargarse la vida: enojarse con un jodido repartidor de pizzas porque pasa con su bicicleta a toda velocidad a tu lado y cuando le dices que vaya más lento responde con su pútrido acento de ruso alcohólico “¿QUÉ?” y tú le respondes que pase más despació, por favor. Ese “por favor” te salió bajito, bien coyón, maricón, cagándote de miedo, mariquita sin calzones, cagado. Entonces continúas tu camino a casa con tu hijo, pero esta vez todo amargado y pensando con tu húmeda imaginación cómo le rompes la cara a ese ruso muerto de hambre que te hizo sentir escalofríos, macho indigno de sentirte valiente, e imaginas cómo lo dejas en el suelo, lleno de sangre, pero sabes que no, que eres una mentira hecha hombre y así llegas a casa, cenas de mal humor. En la mesa hablas mierda sobre los rusos. Tu hijo mastica con la típica cara que delata lo que piensa sobre tu puta actitud de mierda y tu esposa justo después de cenar se levanta y se va a su cama diciéndote que no se siente bien. Al final tu hijo y tu esposa desaparecen y tú te quedas en la mesa, solo como un perro, pensando en lo mierda que son los rusos y en la suerte que tuvo ese repartidor de que tú hayas estado con tu hijo, pero sabes que no es verdad.

Y ahora escribes estas palabras con tu bolígrafo BIC para después pasarlas tecleando con dos dedos en Word y publicarlas en algún foro de cuentos donde otros como tú se engañan a sí mismos con el sueño húmedo de publicar sus ideas y frustraciones de mierda con la esperanza de que otros hipócritas les den unas palmaditas en el hombro ficticio, tan hipócritas como tú.