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Inicio / Cuenteros Locales / Guidos / El hombre que huía en el supermercado, regresa y...

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Vuelve el señor aquel del supermercado al mismo recinto. Puede que briznas de masoquismo se paseen voluntariosas por las circunvoluciones de su cerebro para internarse en las mismas fauces del peligro. Recordemos que al desgraciado impulso de su carro sobre el lomo del grandulón, se suma su persecución por el laberinto de pasajes más la desesperada acción de apoderarse de un vestido y un sombrero y travestido de esta forma salvarse de una golpiza de marca mayor. De la cita con el tipo que lo miró con buenos ojos, confundiéndolo acaso con alguna señorona de magnífico aspecto, de eso no hablaremos porque ya entra en el respetable ámbito de la vida privada.
De todos modos, ha pensado en devolver tales atuendos, pero se avergüenza imaginando la mirada curiosa de la cajera sobre su esmirriado cuerpo y no se atreve. Comprarlos le parece difícil, porque se deshizo de las etiquetas y alarmas, que de paso, al tratar de retirarlas le infligió un forado no menor a ambas prendas de tal modo que todo ya se hizo irrecuperable. El valor no es tan alto pero comprende que ni dibujando la etiqueta podría accionarse el sensor de pago. A propósito de lo mismo, en dicho instante revisa el precio de unas conservas y antes de devolverlas a su lugar, lo ataca un estruendo a mansalva, sintiendo un vientecillo helado en sus orejas y que en realidad son unas palabras altisonantes. Instintivamente, intenta escapar, pero una mano poderosa le agarra un brazo y lo detiene.
-Señor, señor, ¡Qué suerte que tiene usted!
-¿Suerte?- se pregunta para sí, sintiéndose atrapado al fin.
Quien lo sujeta es un personaje curioso que viste un terno a rayas amarillas y en sus manos porta un micrófono.
-¡Sí señor!- grita el hombre con su voz engolada que surge desde una boca enorme y de labios gruesos. -¡Usted tendrá la oportunidad de ganarse un millón de pesos! ¡Para ello sólo deberá acertarle al nombre del producto!
La curiosidad desdibuja aún más las facciones de nuestro hombre. ¡Porca miseria! ¡Una vez más siendo el centro de las miradas de ese público abigarrado. Teme que en algún momento, cualquiera de esas señoronas le reconozca y grite con voz aguda: -¡Él es el hechor! Y de inmediato el vocerío se incrementará y cientos de dedos culposos le apuntarán. Y le echarán en cara el vestido aquel y el sombrero a lo Truman Capote, tan sentador y que ahora sólo es el cuerpo del delito.
Pero la realidad toma senderos diferentes. El locutor le explica de manera sucinta de qué se trata el asunto y donde él deberá rubricarla con el nombre del producto. No conoce mucho de marcas y menos de margarinas, que él no consume porque entiende que su uso permanente puede provocar estragos en la salud. A punto está de dar un paso al costado para que alguna de esas señoras ocupe su lugar. Ya no es posible porque el locutor ha comenzado a entonar la cancioncilla aquella mientras se acomoda su corbatín rosa:
-Suave y cremosa se desliza como sobre patines
sobre ese pan que se deja enmargarinar
desde allí sólo es asunto del paladar
disfrutar de la exquisita …

En este punto, el tipo le apunta con su dedo regordete dibujando en su rostro un gesto exagerado de expectación. Es aquí cuando nuestro hombre debe pronunciar clara y rotunda la marca de aquel producto, algo que por supuesto desconoce.
-¡Que nadie intente soplar!- advierte el locutor, golpeteando con sus gruesos dedos sobre una mesa colocada allí ex profeso.
De pronto, advierte entre el público al tipo gigantesco del incidente y de forma refleja gira su rostro hacia el lado opuesto. Allí, se topa con la mirada amorosa de Eusebio, que al parecer lo ha reconocido. Le sonríe y el responde distendiendo los labios de manera reticente.
-¡Le daré una nueva oportunidad mi señor! Cantaré una vez más el gingle y al terminar mi parte, esta vez sí que usted deberá pronunciar el nombre de nuestro producto. ¿Le parece?
Menea la cabeza con el cuello torcido para evitar dar luces al grandulón sobre su identidad. Pero transpira de manera copiosa, sabiéndose en medio del ojo del huracán y temiendo que en cualquier momento una manaza enorme lo alce en vilo.
Mientras la voz engolada del locutor interpreta la cancioncilla, su corazón acompaña desaforado los compases.
Y es aquí cuando observa los labios de Eusebio que parecieran pronunciar una palabra.
A ver, talla…rines… ´palamines…¿palatines? Intenta descifrar ese vocablo que puede significarle la gloria. Y cuando el locutor aquel termina con su parte, él se arriesga
-¿¿Paladines??
Y el -¡Correctooooooo! que se confunde con el vitoreo del público, incluido el grandulón que alza sus manazas para aplaudir, provocando algo parecido a ondas sísmicas convulsionando a los más cercanos.
Nuestro hombre sonríe con timidez sin decidirse si experimentar euforia, vergüenza o temor. Pero Eusebio aplaude con tanta alegría, con tanto entusiasmo que el hombre se relaja y agradece a ese espontáneo público que bate palmas con frenesí. He aquí que las manazas aquellas que aplaudían estentóreas han detenido en seco su estruendo de broncíneas maracas y surge en cambio una voz potentísima desgranando una sentencia:
-¡Es él! ¡Es él! No bien ha recibido el cheque del premio, sabiéndose descubierto, se abre camino entre el público, pero antes que intente un nuevo escape, siente una mano de acero sobre su cuello. El destino suele preparar estos escenarios porque pareciera solazarse con la debilidad de espíritu de las personas, exacerba su tranquilidad, le otorga instantes efímeros de felicidad, siembra prados de mansedumbre, pero cuando el incauto hoya esa alfombra acariciadora, le aguarda ese mandoble traicionero que siempre aporrea primero sus culpas para desnudar su triste envergadura de desdichado a la intemperie.
Ya esperaba pues nuestro hombre el golpe aquel largamente anhelado por ese puño descomunal que sólo estamparía potente justicia en el mentón del pusilánime.
Pero he aquí que la tragedia se torna en otra cosa. Porque antes que hagan papilla a su amigo, Eusebio hace su aparición doblando esa muñeca de acero y descargando un golpe tan bien concebido que hizo blanco en el estómago del grandulón, enviándolo de posaderas sobre el piso.
Luego, aferra el brazo del temeroso y antes que el otro reaccione, ya han puesto pie en la acera que los invisibilizará entre el gentío.
Bueno, esta vez fueron al teatro, no al cine. Nuestro hombre le agradeció su acción, cancelando las entradas. No entraré en mayores detalles porque lo que allí haya ocurrido es cosa de ellos y no atacaré con moralinas sin sentido.
Lo único concreto es que días después, Miguel, que así se llama nuestro hombre, concurrió una vez más a aquel supermercado portando las prendas impagas con sus agujeros y todo, cancelando su importe y también los estragos cometidos. La honradez está primero, aunque no sea ésta una virtud que conozcan demasiado los acaudalados dueños de estos consorcios.













Texto agregado el 14-11-2022, y leído por 273 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-11-2022 Puedo ver las imágenes como en una película de tan bien narrado que está. Jaeltete
15-11-2022 La idea está centrada desde el principio. Volver y pagar por los daños ocasionados, era la opción. Las circunstancias una vez más no favorecen la entrega y más bien cae en otro problema, que pudo llevarlo a la cárcel, por pícaro. Al final, y aunque su amigo lo ayudó a escapar, retorna y cancela los productos. Buena reflexión. azariel
15-11-2022 La conciencia del hombre lo obligó a obras así. El que es fiel en lo poco es fiel en lo mucho. Espléndido el lenguaje de tu cuento. Abrazos amigo. ***** vaya_vaya_las_palabras
14-11-2022 Quiso subsanar su desliz, lo quisieron premiar, pero lejos de aprovechar la ocasión puso los pies en polvorosa. El premio es para nosotros, que recibimos del autor de este relato un momento de reflexión sobre el pensamiento y proceder humano. Gracias, Guidos! Clorinda
14-11-2022 La honradez está primero antes que todo, sí, pero vaya manera y tiempo en aparecer. ¡Porca miseria!, las vueltas que tiene la vida; confieso que hubiese esperado esa reacción de Miguel. Celebro tus escritos, querido Gui, mi admiración. Shou
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