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Fin de semana. Carlos desea ir al pueblo solitario donde vive su hermana desde hace ocho años. Detesto la idea, no me gusta el silencio, tampoco la gente del lugar porque nos mira como si fuéramos extraños. Para colmo hace calor y allí siempre hay mosquitos. Yo no voy, le digo a mi esposo. Él insiste: "la última vez que vi a Alicia fue en Navidad y quiero que me acompañes".

Conversamos sobre lo sola que se encuentra. Su marido está internado en una institución donde cuidan de él debido a esa maldita enfermedad que lo dejó postrado.
Por suerte Alicia tiene muchas amistades, digo. Carlos comenta algo sobre la generosidad de su hermana que siempre nos aloja en su casa.
Pienso en la quinta, la arboleda, el aire campestre y accedo.
Busco el repelente de insectos, me pongo un short y una remera sin mangas, subo al auto y enciendo el aire acondicionado. Llevo el pelo recogido en una trenza y lentes para el sol. Carlos habla durante todo el viaje sobre su hermana. Deberíamos convencerla de que se mude de nuevo a la ciudad, dice. Está tan aislada. Podemos buscar un buen lugar donde su esposo reciba una mejor atención. Me gustaría tenerlos más cerca.
Creo que ella no desea volver, pienso, pero no digo nada.
Él continúa: Alicia está grande, desde que vive sola se comunica muy poco con nosotros. Antes, cuando su marido la acompañaba, las cosas eran diferentes. Además está enferma, no debemos olvidar que ya no es la misma. Ahora requiere controles periódicos para evaluar su estado y en el pueblo el servicio de salud es deficiente. Estoy seguro de que nuestra visita la alegrará.
Supongo que le avisaste que vamos a visitarla, digo mientras observo el campo sembrado y las vacas que buscan sombra debajo de unos árboles.
Sí, le envié un mensaje pero aún no ha respondido. Es raro. Tal vez está durmiendo la siesta.

Paramos en una estación de servicio. Compro agua mineral mientras Carlos carga combustible.
Cuando retomamos el viaje, mi marido mira el teléfono. Te respondió, pregunto. Él niega con la cabeza y repite que seguro está durmiendo la siesta.
Me apoyo en el asiento y me quedo dormida. Despierto al llegar. El silencio es absoluto, experimento un escalofrío.

Carlos abre la tranquera y caminamos hasta la entrada. Golpea suavemente una campana. Nada. La puerta está sin llave.
Creo que no es buena idea entrar, digo cuando ya estamos dentro de la casa.
Desde la habitación llega un sonido que nos perturba.
Salimos lo más silenciosamente posible.
Alicia no está tan sola.

Texto agregado el 05-03-2023, y leído por 186 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
09-03-2023 ups, me gustó el giro final, bien ahí, bien por Alicia cafeina
08-03-2023 La soledad a veces es motivo de encuentro, enhorabuena por Alicia! Shou
06-03-2023 Buen cuento. Marcelo_Arrizabalaga
05-03-2023 Enhorabuena! Que bueno!! Un abrazo. Clorinda
 
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