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Otoño incierto este, convulso cual si hubiese adquirido articulaciones para ir provocando socavones, dudas, sátira y muerte. O no es la culpa de esta estación de paso sino de las aspiraciones anidadas dentro de cada cual. En medio de esta tremolina, se nos fue don Enrique, suegro por un pelo no centenario que expiró la mañana gris de un viernes. Ya comentaba anteriormente de su afán de saberse informado, lo que es un decir ya que me refiero  a saberse en la hora, día y temperatura del momento. Cabe mencionar que fue un simple desmayo, como tuvo muchos otros, de los cuales siempre recobró el aliento. Esta vez no y siendo llevado en andas a ese lecho que se le hacía enorme y sobre el cual resbalaban como lagartijas ciegas su melancolía, sus recuerdos al trasluz y la pena enorme que le socavó su alma cuando partió hace ocho años su amada esposa. En medio de esta situación angustiosa, doña Magaly, su cuidadora durante los últimos tres meses, apretó sus puños sobre ese pecho recio e intentó masajear su corazón detenido. Luego la sucedí yo y lo hice con tal vigor, tal vez desesperación o el simple desconcierto de ver como una vida se eleva o se hunde, o todas las cosas a la vez, que en ese empeño le produje una especie de gorgoreo en su garganta. Pero no hubo más. Llanto quedo de la hija y serenidad en la mirada de doña Magaly. Se quedó clavado por ese fogonazo implacable de la muerte, retratado en piel y huesos. Rato después, desde la funeraria arribaron dos empleados y con el oficio que les brinda su trabajo prepararon el féretro, pidieron ropa en desuso, almohadones, cualquier cosa que sirviera para rellenar ese espacio sobre el cual don Enrique sobraría por todos lados. Luego, el más fornido, levantó el cuerpo desde su lecho para después depositarlo en el ataúd. 
Llovió aquel fin de semana, pareciendo un homenaje desde las alturas para el batallador hombre. Asimismo, un chispazo nos dejó sin luz. Lluvia y sombras confundiéndose y plasmando un escenario triste. Velatorio en una iglesia cercana y funeral el domingo. Tras cerrarse la lápida sobre el ataúd, el sol pareció desperezarse para mostrar por fin algunas hilachas amarillentas en el horizonte. El regreso, más que tristeza, trajo alivio. Son largas las horas que se suceden para recibir a la gente que acude a saludar y entregar sus condolencias, soportar de pronto mohines o disidencias. No es extraño capturar al vuelo estas situaciones, cuando el alma está casi a la intemperie. Pero todo queda sepultado entre coronas de flores espinosas que saben recordar tales situaciones.
Ya en plena tarde, salí al patio a respirar ese aire cálido, mientras mi mente divagaba sobre tantos hechos acaecidos. Además, la electricidad se había fugado de la casa y su carencia nos hacía recordar el duelo. Fue entonces, mientras contemplaba el pasto que sentí un cuetazo. Luego otro. El chispazo, o lo que fuera, provenía de un par de cables que alimentan un cuarto que las hace de bodega. Comprobé que se habían fundido en su precariedad provocando el corto circuito. Los separé con todas las precauciones del caso y la luz se hizo. Muerte, lluvia y esa fusión de polos opuestos y una idea que se hunde en mil desvaríos. Que en paz descanse y su recuerdo no se extinga, querido don Enrique.

Intenté entrar a la página varias veces. Las mismas que me encontré con una sucesión de líneas entrecortadas repitiéndose como un mantra. Lorem ipsum, Lorem ipsum, que es sólo el texto de relleno de las imprentas y archivos de texto. Quizás ya todos lo saben, pero su permanencia sólo impedía el paso para que los cuenteros subieran sus relatos. Me pareció que la locura se había apoderado del sitio, un asunto ineficaz y reiterativo, machacón e insolente hasta decir basta. Más que tratar de trazar una lista de presuntos sospechosos, lo que desacomodaba era palpar que tal disrupción parecía no tener fin. Que acaso era la hora de tragarse las palabras escritas y respirar profundo, otra misa de réquiem, distintas secuelas, una forma distinta de decir adiós. Al igual que la interrupción de la electricidad en mi caso, esta vez era una barrera que se multiplicaba de manera burlona.
Quizás a pocos le haya afectado este tema, a sabiendas que las jugarretas con pretensiones de hackeo no son extrañas en el sitio. Alguien mencionó a Sisifo, apelativo que por supuesto le quedó grande al hechor. Porque surgió Gik devenido desde nubes tecnológicas y lo arregló todo de un paragüazo. ¿Será así? ¿O será asá? Mentalmente, recuerdo ese par de cables disidentes que impedían el paso de la corriente y lo comparo con este desenredo de la página.
Curioso: Gik se asemeja a Click. Y otra luz se me enciende. No sé para qué.












Texto agregado el 17-05-2023, y leído por 227 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
21-05-2023 Siempre disfruto leyendo tus aportes, esa lluvia y sombras se confunden y aunque todo pareciera poder solucionarse con un "clic", verás que aquí, sin duda alguna, necesitamos de Gik. Abrazo grande Shou
18-05-2023 Click, Gik. Se hizo la luz azul y seguimos unidos en letras. Miriades
18-05-2023 —Dos situaciones muy distintas, pero que de alguna forma nos conducen a pensar en los cortocircuitos que se producen en el trayecto de la vida y que alteran la "normalidad" que suponemos vivir. —Y sí, concuerdo contigo que hoy día todo, o casi todo, se puede solucionar con un "Clic", claro que en nuestro caso fue "Gik". —Saludos vicenterreramarquez
18-05-2023 Y otra vez estamos todos para leer textos nuevos o viejos y sin cortes de luz, me gustó tu cuento, saludos. ome
18-05-2023 Me encantó el texto, está muy bien logrado. Y me gusta el juego que planteás al final. Abrazo grande. MCavalieri
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