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Cárcel de mujeres.
No todas las personas imaginan correctamente lo que sucede en una cárcel de mujeres lo ideal sería que fuera un lugar de rehabilitación que les permitiera al salir insertarse nuevamente en la sociedad. Como sabrán, esto difícilmente sucede y lo más probable es que al salir lo hagan peor de lo que eran al ingresar.
Hace treinta años comencé mi trabajo en la cárcel de mujeres, era joven e inexperta, pero debido a mi buen desempeño en lo que hacía, me recomendaron para el trabajo de directora.
Al principio seguía las reglas al pie de la letra y eso me llevó a tener tres grupos de mujeres en la cárcel, las que me odiaban, las que querían agradarme y las indiferentes.
Llegué a temer mucho a las que me enfrentaban, no es fácil estar día tras día con ellas, eran mujeres que no le temían a nada, acostumbradas a todo, drogadictas que siempre conseguían sus vicios con alguien de afuera y hasta de los mismos guardias que a cambio de favores amorosos, se lo conseguían, asesinas y ladronas.
Después estaban las amigables, a esas las ayudaba de vez en cuando sabiendo que algún día las podría necesitar, las que me preocupaban eran las indiferentes, nunca se sabe a qué bando podrían unirse según su conveniencia. Al correr de los años fui teniendo más confianza pedí a mis superiores que hicieran una habitación de castigo en el fondo, lo que les pareció muy bien, había que disciplinar a más de una. Luego de un tiempo quedó construido y fui felicitada por mis superiores por la brillante idea.
Muchas fueron las mujeres que por indisciplinadas iban a parar a esa habitación donde las tenía sin comida y sin poder salir hasta que no soportaban más y eran devueltas a sus celdas más calmadas y con más miedo hacia mí.
La vida siguió su curso, me fui haciendo vieja, soltera y tan amargada como aquellas mujeres que me temían cada vez más y que por distintas circunstancias se encontraban allí.
Cierto día la policía detuvo un camión conducido por dos mujeres, hermanas que venían de Colombia con un gran cargamento de drogas ya procesadas y pronta para ser distribuida en boliches, calle y hasta en las escuelas. Eva y Sofía se llamaban las hermanas, gemelas, aunque eran casi iguales, en realidad eran completamente distintas, Sofía era la que mandaba, Eva sólo obedecía y parecía sufrir mucho.
Eva le temía a su hermana debido a los secuaces que tenía, unos criminales que pronto vendrían a intentar sacarlas de la cárcel.
Noté que Sofía intentaba tener una conversación conmigo y allí comenzó todo, mi vida cambió radicalmente, las enormes sumas de dinero que me ofrecía me hicieron tambalear y el lado oscuro que quizá ya había comenzado a asomar en mi alma, se hizo presente.
Comencé a ayudar a Sofía y algunas reclusas lo notaron y comenzó lo peor, a algunas de ellas tenía que encerrarlas varios días, tanto que al salir no se animaban ni a hablar. Eva estaba cada vez más asustada, sabía que su hermana saldría muy pronto, sus secuaces ya se lo habían dicho y temía por su vida y la de sus hijos que estaban en Colombia si no salía con ellos para hacer lo que quisieran con ella ya que a su hermana no le importaba ni siquiera el parentesco.
Era una buena mujer, casada y con dos hijos, pero su hermana al ser más fuerte de carácter que ella la arrastró con ella.
Un día se animó a hablarme, me contó todo lo que sabía y me pedía que la ayudara a irse de allí, ella no era culpable de nada, su hermana la había obligado amenazándola con matar a sus hijos, sus propios sobrinos.
Le dije que haría lo posible por sacarla antes que Sofía supiera lo que me había contado, pero traicionar a Sofía era casi imposible y opté por contarle los planes de su hermana. Dos días después, Eva apareció colgada en su celda. Hubo una investigación, pero el veredicto fue que se había auto eliminado a causa de una gran depresión.
En seguida lo supe, su hermana la había asesinado impunemente.
A veces no puedo ni reconocerme, caí tan bajo por el dinero fácil que ahora estoy pagando caro mis errores.
La banda de Sofía tomó por sorpresa la cárcel y la liberó sin que los guardias pudieran ni siquiera intervenir.
Ahora me encuentro sola, el bando de las indiferentes se unió al de las que me odian que ahora son casi todas y me denunciaron, no sin antes encerrarme en el cuarto de castigo que mandé construir para ellas. Me queda poco tiempo, sé que van a matarme y aunque la policía llegue antes y me encuentren con vida ya no hay futuro para mí.
Viví treinta años en la cárcel, es mi hogar, si me rescatan de cualquier manera no viviré mucho, con las denuncias en mi contra pasaré el resto de mi vida encerrada junto a estas mujeres siendo una más entre ellas antes de que me maten.
Recuerdo algo que leí hace mucho tiempo y que dice algo así…
¡En mi fin está mi principio!
Omenia
26/6/2023



Texto agregado el 26-06-2023, y leído por 133 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-06-2023 Una historia dura y terrible, Ome. Las cárceles no enderezan a nadie; más bien son centros donde existen y se hacen mil tropelías. maparo55
28-06-2023 Fácilmente podemos equivocarnos en este enredo, pero la naturaleza humana puede aprender más, de lo que puede perder, excelente cuento***** Abrazo Lagunita
27-06-2023 —Creo que las cárceles, por lo general, contribuyen a trastocar y alterar el orden de los principios éticos que aún pueden conservar los condenados. —Por otro lado siempre he pensado que el inicio o principio de algo es el comienzo de su propio fin. —Saludos. vicenterreramarquez
27-06-2023 El dinero puede hacer torcer el tronco del árbol más recto. Me gustó la frase final Dhingy
27-06-2023 Se supone que las cárceles tendrían que ser lugar de donde deben aprender a integrarse a la sociedad yosoyasi
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