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Cuando más me excitaba era cuando se vestía- desvestía de mujer. Era como tenerla en exclusiva, que sólo se revelaba ante mí. Aquella funcionaria de traje de chaqueta y pelo a lo garçon, de zapato plano y pantalón de pinzas invariable, escondía sus secretos sólo para su marido: un servidor. Todo el mundo pensaba que aquel matrimonio lo formaban dos chicos: uno feo, yo; y otro algo más guapo, ella. En cierto modo se compadecían de mí. Pero merecía la pena aquella "compadecencia", una tapadera perfecta de un sinfín de placeres sin par.
Mi señora nunca había desdeñado ningún plato fino, pues también le gustaba el pescado- me constaba-, y la gente pensaba que lo nuestro era una tapadera, como decía, un matrimonio de conveniencia para poder decir que estábamos casados, tapadera, repito, de un sinfín de especulaciones que hacían, también los amigos, acerca de nosotros. Pero aquella fama- mala-, en la alcoba tenía su recompensa, pues sólo se vestía- mejor decir, desvestía- de chica para mí. Con todos los aditamentos y parafernalia al respecto. No olvidaba nada. Ni siquiera aquel detalle de una sola liga, frecuentemente morada, por toda vestimenta, con la que se presentaba algunas veces, alzada a unos zapatos de tacón que nunca usaba, ante mí. Pero todo esto era de puertas adentro.
Resultado fue, que, durante la noche de bodas, descubrí que también tenía tetas. Algo que había pasado casi inadvertido. Y piernas. Unas largas piernas que el tacón acentuaba, o evidenciaba. Unas piernas que embutidas en aquellas medias- a las que no faltaba el liguero- eran inequívocamente unas piernas femeninas. Tampoco- aquella primera noche- desdeñó el corsé. Un corsé negro semitransparente, de bordado, sobre el que pendía un busto notable, que uno apreciara por primera vez, y realzaba, por otra parte, su delgadez. Salió del baño- en el hotel de una ciudad costera de un país vecino, al que acudimos, incluso, con nuestro coche particular-, sólo con la media, el liguero, los zapatos de tacón y el corsé. Tampoco olvidó maquillarse para mí. Por lo que aquellos fresones que eran sus labios, tuvieron también su expresión libidinosa en aquel himeneo portugués. Toda una transformación que acentuó de tal forma el deseo- visible su pubis excitado, ligeramente abierto y profundamente negro, contrastando por ello ante aquella falta de desnudez-, que ponía a las claras no sólo su belleza, sino su auténtica faz ardiente, también ante varón, o sea su marido, es decir, yo.
En la ceremonia nupcial ya anunció- valga la redundancia- algo de lo que habría de venir después. Nunca la había visto alzada a un tacón como aquel. De entrada, el trasero plano de siempre, se realzó. Se casó con un sencillo traje de chaqueta beis. Su rostro lo cubría un velo semitransparente que no podía ocultar una suave mano de pintura, que hiciera adivinar, por vez primera, su belleza. Otra novedad de las muchas que vendrían después.
Hasta entonces habíamos tenido un sexo ritual y superficial, constreñidos por una moral que imperaba entonces, por la que la novia debía de ir virgen al altar. Tampoco uno le pidió más.
Aquella funcionaria, vestida de funcionaria, escondía una puta detrás. En el sentido de apetente sexual por varón; no de que me cobrara emolumentos por aquella razón. Y así fue cómo fuimos felices, merced, en exclusiva casi, a aquel secreto ardid.

Texto agregado el 03-07-2023, y leído por 87 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
04-07-2023 Tu ropa sucia se lava en casa. eRRe
03-07-2023 Les invito a leer, 09 — GUIDOS: https://www.loscuentos.net/cuentos/link/616/616228/ eRRe
 
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