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¿Cuántos años lleva usted encerrada en este lugar? -fue lo primero que le dijeron una vez que salió de la casa en la que había vivido gran parte de su existencia.
"Para mí esto ha sido un pestañeo; no sé si a ustedes les pasa que no saben cómo ni cuándo los días se suceden y al cabo entienden cómo todo parece terminar sin que nos demos cuenta", relató con mesura.
La mujer aparentaba estar muy tranquila, pero los policías y paramédicos que la atendieron hablaban de que estaba bajo los efectos de un shock nervioso.
Además, les parecía que la presencia de tantas personas le estaría ocasionando un estrés adicional, que podía comprometerla aún más.
"Que no hable"- dijo uno de los paramédicos y cuando llegó el doctor, le recetó una intravenosa para calmar una eventual ansiedad que pudiera afectar su juicio, que a su entender ya había sido afectado de manera severa por el aislamiento.
"Pero si no tengo nada"- les decía ella. "He pasado mi vida en este lugar, he convivido con gente a quienes detestaba, pero me han tratado de maravillas. Me han dejado criar la huerta, he cultivado los jardines, tengo relaciones con los animales y no creo que ello sea un tema de análisis.
"Pero, el médico que la atendió, expuso que su caso escapaba de lo normal puesto que durante unos 30 años estuvo sometida a "un control bestial", esa fue la palabra que usó, por parte de personas que no tienen buenos antecedentes en la comunidad."
Está bien -le retrucó ella-, puede que ellos no sean modelos de virtud, pero no veo qué daño pudieron hacer en mí"
Usted no pudo trabajar fuera de este lugar, no tuvo más vida que estas cuatro paredes, por decenas de años y debemos tratar de entender por qué está acá y por qué fue sometida a un control de este tipo", le dijeron.
Además, -remarcó el doctor acercándose a ella-,"su marido oiga usted, tiene esa cara, no se ese rostro extraño, esa mirada extraviada, torva, espantosa, modelada por años de control estricto sobre su persona. Algo me dice que es un celoso compulsivo cuyo origen desconocemos".
"Es un buen hombre"- dice usted-, pero mírenlo, observen esos pliegues que se formaron sin lugar a dudas de tanto mirarla, de espiarla, de vigilar sus movimientos de una forma en que no podemos concebir.
"Su marido es el fiel reflejo de años de exploración, de una atención obsesiva rayana en la locura. Qué lo llevó a esta conducta no lo podemos presumir", dijo con cierta ironía el alguacil.
"Sus ojos hinchados y enrojecidos nos dan a entender que está obsesionado con usted hasta el punto de evitar que usted saliera de acá y si lo hacía no la dejaba ir ni a sol ni sombra", declaró el hombre dueño de la situación.
"Me preocupa cómo usted pudo observar durante tantos años ese rostro sin revelarse. Hoy, es una máscara difusa que apenas se mueve y no entiendo cómo usted, que gusta de caminar, correr y muestra un estado físico mejor que el de él no sale corriendo¡¡¡¡¡. Esa cara señora, da susto, señora. Representa a alguien sin más objetivo que seguirla donde fuera hasta el punto de olvidarse de sí mismo. Pobre hombre’’’.
Este hombre tan bueno, señora, la mantuvo temerosa, anulada encadenada y trastornó sus ideas de lo que es la vida, hasta hacer que usted viviera en una burbuja, en una cueva, la cueva de Platón, dónde veía solo las imágenes que él le proyectaba.
Pero, a diferencia del personaje de Platón, intuyo que usted si conocía el mundo exterior y pudo en algún momento de su vida conocer el sol, las montañas, la música y las flores que ahora cultivaba en este antro.
Esta cueva, por decirlo de manera figurada, se transformó en su único universo, pues usted misma consintió en ello, ¿producto de algo que sucediera en aquel paraíso perdido?, -le preguntó de manera socarrona.
La mujer, miró por última vez a su marido.
Tenía esa cara extraña a la que se había acostumbrado y con la que había convivido durante tantos años, sin saber ni imaginar que a ojos de extraños era un mal reflejo. Comenzó a caminar sin volver la vista atrás siguiendo solamente su impulso, un rastro quizás, una señal antigua o emanaciones como aquellas que surcan el universo y no escuchamos de tanto concentrarnos en los mundanales ruidos.
El hombre de la cara atrofiada, o sea su marido, la miraba fijamente con la cabeza gacha y unos ojos apenas abiertos que eran espejos del delirio y parecían lanzar rayos de desconsuelo.
“Algún día tenía que pasar”- fue lo único que dijo antes de entrar en la casa. 

Edgar Brizuela Zuleta

Texto agregado el 13-07-2023, y leído por 65 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-07-2023 Aquí mis cinco Pentagramas_5_ una historia singular, desde Platón. Juan_Poeta
14-07-2023 Buen relato. 5 * jdp
13-07-2023 Interesante el cuento. remos
 
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