TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / remos / El viejo Jeremías

[C:616368]

En un departamento del quinto piso, en una pieza escuálida, casi deshabitada y amueblada en modo impersonal, regresó, después de muchos años, el viejo Jeremías a vivir y a morir.
No siempre había sido un viejo apagado y amargo, como lo fue en los últimos años de su vida. Había sido un joven y prestigioso arqueólogo pletórico de entusiasmo, seguro de sí mismo. Atlético y elegante, con una predilección por las camisas blancas de cuello almidonado o azules con líneas sutiles.
Amante de los buenos vinos franceses y las mujeres alegres, procaces, de sonrisas amplias y voces cantarinas. Jeremías había sido una persona pulcra, un sutil adulador de retórica vibrante con la cual ostentaba, con desenvoltura y condescendencia, ideas avanzadas ante interlocutores que se sentían humillados, por ignorarlas, pero a la vez gratificados de participar, si bien pasivamente, de tan brillantes argumentaciones.
Jeremías viajó muchos años recorriendo el mundo y leyendo en bibliotecas repartidas por variegados rincones del planeta, donde pasaba largas horas devorando literaturas diversas. Se despertaron en él vanidades literarias, por momentos desmesuradas y peligrosas.
Decidió ser escritor: su manuscrito acerca de la interpretación, en diversas lenguas y culturas, de la leyenda griega del nudo gordiano alcanzó más de tres mil páginas de escritura muy comprimida. Su letra era clara, gótica, de elegancia leonardesca.
Intentó encontrar, vanamente, un editor. Después de haber sufrido más de treinta rechazos definitivos y categóricos, fue a quemarlo en el frontis de la catedral de su ciudad, al costo de una noche de cárcel.
Para su fortuna, uno de esos editores lo contrató como traductor de libros de fábulas infantiles en las diversas lenguas, en las cuales el señor Jeremías era versado.
Su trabajo de traductor infantil era mal remunerado, pero le permitió subsistir hasta su muerte.
No teniendo mucho que hacer pasaba la mayor parte del tiempo holgazaneando en su pieza. En general distendido sobre un destartalado diván de falsa piel color verde menta. A su alrededor, en gran desorden, innumerables novelas policiales que tranquilamente y meticulosamente devoraba: hasta cinco por día, alardeaba.
Aseguraba, además, de recordar unos cuatrocientos títulos con sus tramas incluidas. Sólo leía viejos clásicos policiales ingleses, con una marcada preferencia por los títulos un tanto inconsiderados: El apicultor asesino; Este cadáver les sonará la lira de Apolo; Agnes se enfurece; La monja tatuada; El fantasma y su puñal ensangrentado...
Lector sumamente veloz, pero no siempre. Por momentos permanecía en el diván sin hacer nada. Cerraba el libro y lo dejaba car a sus pies después de haber señalado la página con una pluma del ave del paraíso, recuerdo de alguno de sus viajes en Nueva Guinea. Alzaba sus gruesos lentes, con marco de tortuga de las Galápagos, sobre su amplia calvicie y cerraba los ojos por un largo espacio-tiempo, meditando con nostalgia.
Nunca contó a nadie aquello que le había sucedido. Prácticamente, no habló nunca de sus viajes.
Un día en que Jeremías estaba en su balcón disfrutando del frescor de la tarde y fumando un cigarrillo, apareció su vecina en el balcón colindante al suyo. Era una viejilla seca y locuaz, siempre bien informada de la vida de todo el condominio y que en ese momento también había salido al frescor de la tarde, y le preguntó, sin decir agua va, qué era lo más extraordinario que había visto en toda su vida.
Jeremías aspiró profundamente el tabaco rubio y se sorprendió respondiendo: creo que el resplandor de un enorme caparazón de tortuga bañado en oro e incrustado de piedras preciosas, pero de todas estas sólo el zafiro oriental, que es la única gema que mantiene inviolado su propio resplandor.
El caparazón estaba sobre un tapiz que cubría el parquet de pino americano en una suntuosa mansión. El tapiz oriental era de colores iridiscentes, con reflejos argentados y opalinos que resplandecían en la trama del tejido amarillo aladino y violeta ciruela. El tapiz y el caparazón de la tortuga formaban una escena de un lujo enceguecedor.
Afuera nevaba: brillaban los pequeños cristales de hielo golpeando silenciosos los azulados ventanales. La chimenea, cargada de leña, invadía la sala de efluvios ardientes. Mis recuerdos sucesivos están muy turbios, concluyó el viejo Jeremías regresando a su pieza por última vez.

Texto agregado el 21-07-2023, y leído por 328 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
02-10-2023 No me acostumbro a esa última vez. Triste. Te abrazo. rhcastro
14-09-2023 Muy buenas las descripciones de este singular personaje y de su nada sencilla vida. Me encantó leerte. Un abrazo. . Clorinda
01-09-2023 Me gustó conocer este personaje, Jeremías. Lo describes perfectamente, saludos. ome
10-08-2023 Excelente respuesta la de cafeína nelsonmore
29-07-2023 Una muy buena descripción del viejo Jeremías, me ha dejado inmóvil el bello personaje. Aquí mis cinco Pentagramas_5_ Juan_Poeta
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]