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Inicio / Cuenteros Locales / sendero / Raúl, el comerciante

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Soy comerciante en ropa que la transporto en una camioneta que no le duele nada, me da la seguridad de llegar a mi destino. Disfruto mi oficio, manejar y extasiarme con el paisaje. Me críe entre nopales, iguanas y pulque. Mi madre me llevó con sus compadres de la ciudad, salí bueno para las cuentas y mi padrino ya no quiso que regresara al rancho. “Para qué te vas, allá qué vas a hacer, quédate con nosotros y verás que la vida te va a pelar los dientes”.
Un día ya no fui su ahijado, me hizo su compañero, después me prestó dinero para que me independizara. Él me decía entre regaño y consejo y sin pelos en la boca: “No sea pendejo, no exhiba lo que tiene, camine en la vida con bandera de que es principiante, y cuando menos lo esperen, cómaselos. Sus carros que se vean viejos por fuera, pero por dentro que sean último modelo. Tampoco es que llegue a lugares de mala muerte, recuerde el dicho, ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.
Aquí estoy con sesenta años, cumplo cuarenta que viajo por estos lugares y he disfrutado de los amigos, de la buena comida, licores y pues también de las mujeres. —¡Raúl! ¡Raul! —esa es la voz de mi compadre, bueno no es mi compadre, pero nos decimos, ya que nos tenemos confianza.
—¡Raúl!
—Dime compadre.
—Veo que estas llenando de mercancía la camioneta.
—Me voy mañana al viaje.
—Pero mañana es semana santa, hay que disfrutar.
—Yo siempre lo hago, viajar y vender.
—Entonces vas a donde la gente en estos días se divierte y tu trabajando.
—A ver dime ¿qué es lo qué te traes?
—Bueno, te diré quiero ir a la playa, a divertirme y la verdad la comadre también. Y cómo tú conoces esos lugares, pensé que podíamos ir contigo.
—Yo no tengo inconveniente, porque soy quien maneja, pero irían incómodos y es un viaje como de seis horas.
—No le hace Raúl, con tal de salir de estas tierras de polvo y frío, vale la pena.
Salimos temprano, al lado mío se situó mi compadre, en la ventanilla la comadre que se llama Sonia. Es amable, sencilla y distinguida, ¿qué le vería a mi compadre?, no lo sé, él es técnico dental. Con algunas incomodidades llegamos al puerto y nos hospedamos. Por la mañana ellos fueron hacia la playa y yo hacia el tianguis. Más tarde, ya liberado fui a buscarlos. No tardé en encontrar al compadre enterrado en la arena y a la comadre disfrutando de la caricia del agua y la espuma. Ella me reconoció y salió a encontrarme. Tenía unos ojos chispeantes y casi se le salían de lo contenta que estaba.
—¡Es hermoso!, es hermoso. Métase al agua, sí que es una caricia. A empujones me llevó a que una ola me empapara de pieza a cabeza. Durante una hora vi como retozaba. Era ancha de cadera, ligera para correr y meterse entre las olas y salir burbujeante de espuma. Cada vez que la veía, recordaba a mi difunta esposa.
Llegamos al hotel. Mi compadre se cambió y ya me esperaba en la sala del hotel.
—¿La comadre?
—Está hecha una muñeca de trapo. Tiene tanto sueño que no puede ni levantarse.
—Pues vamos a cenar.
—Compadre, y si nos vamos de cabrones por allí. Ya sabes, nos tomamos unas copas vemos algunas niñas.
La mayor parte de esos lugares estaban atestados de turistas, así que lo único que encontramos fue una casa de citas donde te permitían la entrada con alguna seña. Pasamos a una sala, con mesas pegadas a la pared, cortinas de gaza y bajo una luz tenue las muchachas, unas sentadas y otras acompañando algún cliente. Mientras disfrutaba mi vodka, él pelaba los ojos tratando de ver cuál de todas le llenaba el ojo. Cómo la que señalaba la tenía a mis espaldas no podía verla. Cuando la mujer se sentó en nuestra mesa no podía creer, era una chaparra, de pecho abultado, de cabello ensortijado, caderas anchas. Hubo química entre ellos, media hora después se hacían arrumacos como dos adolescentes. Yo escogí una de líneas suaves solamente para platicar. Al tiempo, él se deshacía en caricias en uno de los apartados. Pasó otra hora para que saliera y a media noche un taxi nos dejó en el hotel.
Ya de regreso a la ciudad, cargué gasolina y la comadre quedó a mi lado. La camioneta es de meter y sacar la palanca, por lo que al ejecutar los cambios mi mano rosaba la pierna de ella. Sentía su piel, la erección de sus vellos. Al despedirnos sentí la efusión de su abrazo y la invitación de que fuese a comer a su casa. Invitación que acepté. Ya me comunicaría con ellos, pues bien sabían que mi oficio era estar fuera de la ciudad.
—A ver qué día te acompañamos de nuevo, dijo el compadre.
—Gracias, así no me voy solo.
Uno de esos días, salía yo hacía un lugar donde cultivan flores, le dije al compadre, y me dijo que no, que tenía que entregar un trabajo urgente.
—Pero…
—Pero ¿qué?
—Le diré a la comadre, sirve que se distrae.
—Bien, me voy mañana a eso de las seis. Si desea, me hablas por teléfono y yo paso a tu casa.
A las cinco y media de la mañana habló y me dice.
—La comadre quiere ir…

Texto agregado el 28-07-2023, y leído por 129 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
31-07-2023 Ayayay, detienes tu texto en el momento preciso. Quisiera saber qué pasó con la comadre y el compradre ¿serán fieles al marido/amigo?. Que buen relato, me gustó mucho. Gracias. Gsap
30-07-2023 Bien dice el dicho: " compadre que no le da a su comadre, no es compadre", ja, ja. Entretenido relato Rubén. Ya nos dirás qué pasó con la comadre. Saludos. maparo55
29-07-2023 ¿Cómo no iba a querer? ¡Era lo que estaba esperando! ¡Ayayay con la comandre! y mucho tiene que ver la palanca de cambios... —Saludos y buen viaje. vicenterreramarquez
29-07-2023 Pícaro el cumpa, y seguro le regaló margaritas. yosoyasi
29-07-2023 Espero que siga. Siempre me pareció un trabajo atractivo para un muchacho soltero, eso de ir viajando, conociendo y haciendo amigos. MujerDiosa_siempre
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