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Cuando un hecho se repite de forma periódica, los inextricables tablones en que se sustenta la casualidad suelen dar paso al asombro y de allí a un atisbo supersticioso que se balancea entre la negación y el temor más absoluto. Me explico. Rosita era una niña que aparecía de vez en cuando por mi lugar de trabajo y afable y contemplativa con todo lo que yo realizaba, lanzaba frases a las cuales me costaba tomarles el hilo. Y eso porque enunciaba una idea cualquiera en que las palabras terminaban diluyéndose. De este modo, conocía de ella muchas opiniones mondadas en la parte crucial, sin yo permitirme interiorizarme de ello, dejándolo para mis adentros como una particularidad de ella. Pero no caía en cuenta que esas palabras pronunciadas en una tesitura muy especial eran las que precisamente redondeaban algo muy importante y que acaso por pudor, la mujer las acallaba sin silenciarlas del todo.
Algo extraño se resolvía en sus gestos pues su mirada era profunda, acentuada por sus pupilas de un color negro absoluto, cual si detrás de ellas habitara una noche eterna.
Pero ello se contradecía con esa especie de ligereza suya que aparentaba o bien yo no sabía discernir que todo en ella era distinto a todas las demás personas que circulaban de forma permanente.
Una vez sí, descubrí esa faceta suya, acaso la más preocupante. Sin darme cuenta yo, sus ojos de azabache me contemplaban con atención. Cuando mi mirada se topó con la suya, sentí algo indescriptible. Podría tratar de explicarlo de un modo muy simple y que se resumía como algo eléctrico que emanó de ella y rebotó en mí. Reconozco que sentí temor y tratando de disimularlo, le sonreí, reacción mecánica con que siempre trato de eludir el miedo o el asombro.
-Don Eduardo. Usted debería consultar a un médico. Algo no anda bien en su organismo.
Me sorprendí, por supuesto. En realidad, me sentía bastante bien, sin nada que me indicara que algo me estaba funcionando bien.
-¿Cómo me dice eso, Rosita? Entiendo que es una broma, ¿no?
-No bromeo con eso. Por favor, vaya a un médico.
Su seriedad al expresarme esto me preocupó. No porque yo considerara que realmente estaba enfermo, sino porque temía que ella estaba involucrándose en situaciones tales como el ocultismo o la clarividencia, algo que por supuesto yo relacionaba con simples supercherías.
Sólo el tiempo le dio la razón. Pronto comencé a adelgazar y siendo una persona muy activa, una debilidad manifiesta se apoderó de mi cuerpo. Aún así, lo atribuí al exceso de trabajo y traté de no darle importancia. Sin embargo, recordaba por momentos las palabras de Rosa. De manera casi instintiva, ya no fue más para mí la afable Rosita sino una especie de sibila que me presenciaba desde un lugar inescrutable.
Mi delgadez y debilidad llegaron a tal extremo que me vi en la necesidad de acudir donde un médico. Tras los exámenes, se descubrió que un tumor en mi cerebro era el culpable de la caída de todos los índices de mis hormonas. Requería de una complicada operación, la que se programó en menos de un mes.
Rosa apareció esa mañana y dibujando en sus labios algo parecido a una sonrisa, me dijo al oído:
-Usted estará bien. Ellos saben lo que hacen.
Me sorprendió porque nada sabía de esto y sólo se relacionaba conmigo. No indagué más y surgieron los embriones de un temor o bien ya era sólo miedo que no quería reconocer del todo. Temía ahora cada palabra suya y sin embargo, una especie de fascinación involuntaria se clavó en mi pecho como una daga.
La operación fue un éxito y transcurrido el tiempo recobré mi peso y también mi vigor. La vida me era grata en cuerpo y espíritu e incluso me ofrecieron un empleo mejor remunerado.
La mirada triste de Rosa, acentuada por esas lunas negras que todo parecían escudriñarlo, me indicó que ella ya estaba enterada de mi partida.
-Le deseo lo mejor, don Eduardo, pero le dejo mi correo para que mantengamos la comunicación.
La abracé y un extraño estremecimiento nos embargó a los dos. No supe describirlo, acaso, en lo que se refiere a mí, fueron esas pupilas insondables que ocultaban todos los misterios de su alma ahora clavadas en mi ser.
Transcurridos los años y mientras me realizaba algunos exámenes de rigor, recibí un correo suyo en donde me prevenía de algo que me amenazaba. Me lo contó de manera vaga, con imágenes alegóricas que de algún modo u otro suponían un peligro en ciernes.
Pues bien, pronto me descubrieron que tenía la presión elevadísima y requería de un tratamiento severo.
Soy muy disciplinado en ese sentido y cuido de mi régimen y tomo mis medicamentos de forma metódica.
Pero, temo a aquella sibila, esa mujer de mirada impenetrable que pareciera estar destinada a avisarme de los peligros que me acechan. Quisiera cortar todo vínculo con ella, borrarla de mi existencia, pero estoy seguro que siempre me encontrará y que todo será inútil. ¿Cuánto más conocerá Rosa de mí? ¿Conocerá ella ya los prolegómenos de mi muerte? ¿O sólo soy yo el que me he transformado en un ser supersticioso que teme que existan hilos inasibles que me comunican con ella y le transmitan todo mi temor, toda esa inquietud que pudieran viajar de manera misteriosa hasta sus lindes y los traduzca ella para mi pesar, para este casi terror que me embarga a cada minuto, a cada hora de mi ya precaria existencia?













Texto agregado el 01-08-2023, y leído por 141 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
04-08-2023 Uf. Este texto me hizo acordar de cuando era chica. Mi madre soñaba con alguien y al tiempo se moría. Con mis hermanos rogabámos para que nunca soñara con nosotros. Ja. Muy bueno. Abrazo grande. MCavalieri
02-08-2023 Muy lindo cuento. interesante. jaeltete Tete
02-08-2023 Se deduce entonces que aunque los presagios nos prevengan de peligros también nos hacen la vida miserable. Tal vez es mejor vivir ignorándolos, y que sea lo que tenga que ser, como decia mi abuelo. Buen relato Dhingy
01-08-2023 No, esas cosas se saben, amigo. Nunca olvidaré cuando me senté en un taxi y supe que ese día iba a morir el conductor. Me debatí entre decirle o no y opté por callar. Quién sabe si diciéndole, no provocaba yo su muerte? MujerDiosa_siempre
01-08-2023 Suele suceder que alguna persona sepa más de nosotros que nosotros mismos y aunque nos pueda asustar, quizá lo mejor sería aprovecharla, muy lindo cuento, saludos. ome
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