Asir el miedo como a un indiscreto
amigo que no cree en la alegría
ponerle desconfianza a cada día
cerrar el corazón con un decreto.

Hallar la indiferencia insobornable
para que nada importe demasiado
rendirse al comprender que se ha extraviado
la única ilusión que era probable.

Guardar la voluntad en la segura
prisión donde se ocultan peligrosos
anhelos de soñar con el coraje.

Llorar por no encontrar sabor al viaje
y nunca descubrir los deliciosos
encantos que despierta la aventura.