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Un domingo de marzo por la noche me enteré de que había muerto un amigo mío. Acabábamos de terminar de ver un capítulo de la serie We Are Lady Parts y Ruth había salido del salón. Entonces miré el móvil y vi: DEP Ismael.

No sentí nada. O no sentí lo creía que debía sentir. Quizás solo incredulidad y un extraño deseo de que aquello hubiera sucedido en realidad, como un periodista ante el rumor de un atentado terrible. Planeábamos ver otro capítulo cuando Ruth volviera de la cocina, pero ahora no sabía si podría hacerlo. No sabía si debía coger el Euromed a Barcelona y presentarme en su velatorio. Imaginaba el viaje, amigos que no conocía, la familia destrozada, yo pintando nada allí.

No era alguien a quien viera a menudo, pero lo conocía desde hacía tiempo y no habíamos perdido el contacto. Me inspiraban sus publicaciones de fotografía. Me inspiraba que no hubiera cejado en su actividad creativa, que a lo largo de los años siguiera publicando aquellas series frescas y modernas, sin darse la más mínima importancia, que promoviera las imágenes de otros creadores. Un par de días antes había publicado en su revista digital una serie de retratos de una fotógrafa japonesa, mostrando su entusiasmo por ellas. Después de verlas le escribí: «Es verdad, son maravillosas».


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Llegué a mi piso a las 9h10. Desde que vivía con Ruth lo utilizaba solo de oficina. Terminé la revisión de las 15 últimas páginas de un documento, deslizando la mirada por las líneas con el automatismo de un trabajador de una cadena de montaje. Victoria empujó la puerta y entró en el despacho. Había desarrollado esa costumbre los días que estuvo sola conmigo. Cuando la protectora me la trajo, primero caminó tímidamente por el piso, alerta y suspicaz, pero enseguida reconoció el espacio y también a mí. No era la primera vez que estaba allí. Se expresaba en plenitud solo cuando estaba ella sola. En presencia de otros gatos se quedaba en segundo plano, no se le daba bien competir por atención. Creo que fue feliz esos días. Se subía a la mesa del ordenador y al poco se quedaba dormida frente a la pantalla, tan solo un poco molesta si tenía que usar el ratón y le tocaba la cola. Cuando trajeron a Bilbo, el pequeño paraíso de Victoria se rompió en mil pedazos. Este tipejo, en su casa, en su territorio… ¿Por qué? ¡Ella no necesitaba compañía! Lo miraba con odio, le gruñía, le bufaba… El pobre Bilbo, que venía de una casa donde había convivido con un gato loco, también era rechazado en su nueva casa. Se le veía apocado, sabiendo que aquella monstrua le esperaba en cualquier esquina. Dormía al borde de la cama en mi habitación, mientras Victoria dominaba el salón desde lo alto de su rascador. Pues iban a tener que acostumbrarse el uno al otro... La protectora me había pedido el favor, porque no encontraban donde dejarlos durante el mes de marzo. Así que se quedaron solos en mi piso, enfrentados y traumatizados, durante esos días de Fallas que pasé en el Cabanyal cuidando de los perros de Ruth, traduciendo con las charangas de fondo, mientras ella visitaba a una amiga en Italia, unas vacaciones que pasó arranstrando las secuelas de una gripe que la había dejado noqueada. Mi madre se ofreció a visitar a los gatos una vez al día, gracias a ella no tuve que cruzar la ciudad todos los días para cuidarlos. Lo bonito fue que, cuando finalmente regresé al piso, los bufidos se habían acabado, en la casa reinaba la armonía, Bilbo y Victoria habían creado un micromundo, un ecosistema, un hogar, cada uno de ellos dormía en un lado de mi cama, se subían a la estantería del despacho para acompañarme mientras tecleaba. A veces Victoria me buscaba por su cuenta para que la acariciara a ella sola. Ruth regresó de Italia y yo volví a ir todos los días a la oficina, donde los gatos celebraban mi venida estirándose por el suelo ante la puerta de entrada. Tres semanas después de llegar estaban a gusto en su nueva casa, o al menos eso me parecía.


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Ga.dea es uno de los perfiles de Ágata. Una fotógrafa y modelo que colaboraba con la revista de Ismael. Alguna vez había mirado sus fotos de IG. Su rostro de afilados rasgos, su mirada de ojos claros, su sensualidad andrógina y ojerosa me intimidaban un poco; tras su presencia desafiante intuía un alma llena de sombras.

Siempre que iba a Barcelona intentaba quedar con Ismael. Tenía a otros amigos, quizás más íntimos, pero lo de llamar a Ismael me salía natural. Fueron unas cuantas quedadas a lo largo de los años, todas merecerían su propio relato. Supongo que en aquella ocasión estaría interpretando en la Casa del Mar para la Semana Mediterránea de Líderes Económicos. Aquella noche había quedado con Ágata e Ismael en el barrio gótico. Venían de ver Ash Is Purest White, una película china que casualmente ya había visto y me había parecido infumable. Llegaron tarde y con hambre. La película no les había parecido tan aburrida como a mí. Hubiera querido ir con ellos a algún bar, pero creo que no traían mucho dinero. Se pidieron unos noodles para llevar y luego unas fantas en un pakistaní. Yo me compré una cerveza para acompañarlos. Nos sentamos entre los jóvenes que poblaban los escalones del MACBA, con el ruido de monopatines chocando a nuestro alrededor. Ágata era una chica delgada, con gafitas y rasgos infantiles, amable y de risa fácil. Era la primera vez que la veía en persona y, en aquel momento, no me di cuenta de que era ga.dea. Ahora sé que aquella chica sonriente, que escuchaba con extrañeza mis historias sentimentales, era aquella inquietante mujer que había visto en Instagram. De pronto, Ismael hizo un gesto raro. Al girarme vi que dos furgonetas de los mossos d'esquadra habían entrado en la plaza. Los jóvenes se dispersaban velozmente. La policía ya casi estaba a nuestra altura. Cuando caí en la cuenta, escondí la lata de cerveza detrás de mí, pero el gesto me delató. ¡Eh, usted!, me dijo uno de los mossos. ¿Nosotros? No, usted, el que acaba de esconder la cerveza. Mis amigos mostraban sus latas de Fanta inocentemente. Joder, yo solo la había comprado para acompañarlos. Así fue como me clavaron una multa de 100 euros, que se quedó en la mitad por pagarla en el momento. Tiene narices que me metan mi primera multa por botellón a los 42 años. Mi editor, fan irredento de Bukowski, se habría sentido orgulloso. Así terminó nuestra noche. Me dolían los 50 euros, pero me parecía todo tan absurdo que hasta me resultaba divertido. Sí que me sabe mal, me decía Ismael, caminando a mi lado. Te pago la mitad… Qué va, hombre, déjalo.

«No tengo palabras ahora mismo», decía Ágata en el muro de Ismael. «Fuiste como un segundo padre para mí (y Caro una madre). Siempre tuviste un hueco en tu día para verme, en tu sofá. Me has recogido infinidad de veces en casa de mi madre aunque te diese pereza. Decoraste con posters la casa de Badalona y me ayudaste con la mudanza de mi primer piso sola con Mikel. Recuerdo jugar a la Sailor Moon en el Imagin y luego ir al cantonés a pedir fideos con falda de vaca. Estuviste en todos los buenos y malos momentos de mi vida, conociste todas mis relaciones. Fuimos a la Madalena, nos sentamos en bares donde habías pasado tu juventud. Creaste una revista innovadora en Barcelona, y con tu ojo, has fotografiado a grandes personas. Me dejaste opinar y crear con Momo-Mag, mientras me enseñabas algún tema nuevo que habías descubierto esa semana. Te tenía muy en cuenta en la foto, en la vida, en lo experto que eras, en el humor que tenías. Has sido un gran amigo. Te echaré mucho de menos».



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Acababa de empezar una nueva sección del informe cuando recibí el mensaje de que en 15 minutos llegaba la mujer que iba a llevarse a los gatos. Victoria y Bilbo dormían sobre la cama, sin saber que en breves momentos iban a ser desahuciados. Recogí comederos, arenero, juguetes, rascadores, mantas… Dejé preparados los transportines, con las puertas abiertas, en la habitación de invitados. Fui a donde dormían los gatos. Esta vez no hubo preámbulos. Cogí a Bilbo, lo llevé a la habitación de invitados y lo empujé al interior de la jaula. Había leído que era más fácil si lo metías de culo, pero no era cierto. El cabrón se resistía con todas sus fuerzas, aguantándose a los lados de la caja con las patas de atrás. Así que le di la vuelta y lo empujé hacia dentro de cara, mientras él forcejeaba ferozmente. Cuando salí al pasillo me encontré con Victoria, que se había acercado al oír los maullidos de su compañero. La agarré antes de que reaccionara y la introduje en la caja sin que apenas tuviera tiempo de bufarme. Abajo me esperaba la voluntaria de la protectora. Me ha costado meterlos en el transportín, le dije. Ya lo veo, contestó ella, señalando mis pantalones cubiertos por ingentes cantidades de pelo blanco.

Cuando regresé al piso fui directamente al despacho, me quedaban 1.500 palabras y no podía perder más tiempo. Era afortunado de tener a aquel cliente, pensaba mientras avanzaba con la traducción sin tener ni idea de lo que estaba escribiendo.

Aquella tarde compartí en Facebook una fotografía de una de las últimas series que Isma había publicado en la Momo-mag. Era un plano picado de una modelo que lucía un espectacular corte de pelo con dibujos de corazones concéntricos que partían desde un lado de su cabeza y se hacían cada vez más grandes. Pero cuando la colgué no apareció la imagen, sino solo el enlace, y el texto que escribí para acompañarla me pareció algo anodino. No recibió ni un like.



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Ruth estaba tocando la mandolina cuando llegué a su casa. Ensayamos juntos la canción «Take Me Home, Country Roads» de John Denver, a la que ponemos todo el corazón, como si de verdad añoráramos las tierras de West Virginia y hubiéramos pasado nuestra infancia jugando en la ladera de mountain Mamma. Para cenar nos quedaba algo de tahín y estábamos deseando ver el último capítulo de We Are Lady Parts; qué buena era esa serie de las chicas musulmanas que montaban una banda de punk. Pero de pronto me sentí muy cansado, como si algo se hubiera desconectado en mi interior. Ruth me preguntó qué me pasaba. Creo que lo de Isma me ha afectado un poco. O puede que sean los gatos, no sé. Claro, me contestó ella, a ti no se te ha muerto nadie cercano. Es cierto, soy principiante en esto de la muerte, pensé. Quizás por eso las cosas tienen hoy menos sentido. ¿Cuántos días han de pasar para que desaparezca esta sensación? ¿Cuánto tiempo está uno triste por la muerte de un amigo? Quizás lo mejor sea seguir actuando como antes; ignorar la molesta futilidad que se ha pegado a las cosas; seguir cantando, bailando, escribiendo, sin preguntarte demasiado por nada.


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Podría hablar de aquella vez que me recogió con la moto en la Estación de Sants y por el camino me estuvo comentando sus impresiones sobre Moby Dick, aunque yo apenas lo oía bajo el casco, o de la historia de amor de Isma y Carol, tal y como me la contaron una noche en una pizzería, o de la vez que dos modernas se burlaron de nuestro valenciano cuando volvíamos de una fiesta en la ESCAC, pero voy a hablar del artista y de las creaciones que ha dejado atrás, porque la muerte del Ismael artista me despierta preguntas sobre la vida y el sentido de la creación.

Ahora que he entrado de nuevo en la Momo-Mag me ha sorprendido la cantidad de series que ha dejado atrás, cientos y cientos de editoriales fotográficos creados a lo largo de los años. He vuelto a preguntarme qué le había llevado a crearlos, que es lo mismo que preguntarme a mí mismo por qué escribo. ¿Lo hacemos para que nuestro paso por el mundo perdure de una u otra forma? Quizás él nunca se lo planteara así y, sin embargo, su mirada sobre el mundo permanece en un rincón de internet. Contemplo las imágenes y descubro a un cronista, tal vez involuntario, de varias generaciones. Muy poca gente volverá a visitar aquellos posts, ahora que ya no está para moverlos en las redes. Probablemente Ismael no haga historia, como no la haremos nadie. Y, sin embargo, sus fotos siguen allí, rebosantes de vida.

Quería elegir una de estas series, dedicarle la atención que recibiría si estuviera en un museo; explicarla como lo haría un guía del MACBA o del MOMA. ¿Cómo elegir una sobre otras? No tiene sentido ceñirse únicamente a criterios de calidad, porque en la fotografía de Ismael otros elementos eran mucho más importantes que las cualidades técnicas. En sus series había una historia que se narraba y otra que se intuía, se observaba la relación que iba creándose con la modelo, en todas se translucía su particular idiosincrasia. Fotografías analógicas, Espacios interiores, Barcelona Compacta, De paseo, chicas bebiendo de fuentes, también fotos de chicos, la modelo a la que le daban miedo las palomas... a través de la perspectiva de un hombre de la Generación X, que se emocionó con Conan, el bárbaro y se enamoró de Shannen Doherty y ahora observa las tendencias de la Generación Z, la cultura del trap, los barrios, las nuevas flipadas con igual fascinación. Modernos de los 90 y de los 20, todos igual de pobres y hermosos.

Elijo el editorial «Espacio interior: Vestidores, Talitha». Podría haber sido otro, pero este me intrigaba particularmente. Puede que sea porque, desde el punto de vista técnico, es de los peores: esos flashazos, la imagen del fotógrafo en el espejo... Otro las hubiera descartado de inmediato y creo que el hecho de que Ismael las publicara dice mucho de su poética. Qué sé yo. Lo que voy a comentar es solo mi visión personal, no pretende ser la interpretación definitiva de su obra. Habrá otras lecturas, seguramente más atinadas que la mía.

Espacio Interior: Vestidores, Talitha
https://www.momo-mag.com/vestidores-talitha/

Los «Vestidores» son series que siguen un planteamiento muy sencillo: el fotógrafo y la modelo van a una tienda, ella elije la ropa que más le gusta, él le saca fotos en el vestidor con las prendas que ha escogido. Ni planificación previa, ni diseño de vestuario o maquillaje, ni patrocinio de una marca de ropa. No se menciona el nombre de la tienda. La sesión tiene lugar como un ataque de guerrillas, sin que el personal del establecimiento sea consciente de ella. La ropa se quedará en el vestidor, después de la modelo y el fotógrafo hayan probado los distintos looks. Un poco Pretty Woman, pero en low cost, con esa idiosincrasia suya, que habla de modernidad, creatividad y sueños en tiempos de precariedad. Y me da a mí que esto también es fotografía social, aunque no creo que Ismael estuviera de acuerdo.

La personalidad de la modelo se trasluce en la elección de la ropa. El fotógrafo no impone nada, simplemente deja que sucedan las cosas. Las fotografías aparecen en orden cronológico, por lo que cuentan una historia que habla de la relación entre la modelo, la ropa, el objetivo de la cámara y la mirada del fotógrafo; los momentos de rigidez, de soltura, de creatividad; los distintos estados anímicos que atraviesan.

Talitha es hermosa, transmite sencillez y naturalidad, y, al mismo tiempo, hay algo en sus gestos que me hace pensar que no me entendería con ella. En algunas fotos me parece ver un asomo de desaprobación, como una mirada de señora mayor al que todo esto le parece una tontería. Seguramente mi impresión sea equivocada; la persona que ves en fotos no suele parecerse a la que luego conoces en persona, ya me pasó con ga.dea. Me pregunto qué relación tendrían Talitha e Ismael. ¿Serían amigos? ¿Sería una relación únicamente profesional? Me inclino a pensar lo segundo, porque no parece que haya una excesiva cercanía entre la modelo y el fotógrafo. Aunque poco después realizarían juntos otra sesión, «Vestidores, Talitha II», por lo que imagino que la experiencia debió de ser positiva para ambos.

Pasemos a examinar las fotos.

1ª. La modelo está de espaldas a la cámara. Lleva un top de flores amarillo, falda con estampado de Paisley en tonos azules, coleta improvisada. Su espalda está enfocada. En el espejo del fondo se ve a la modelo de frente pero borrosa, también se ve parte del reflejo del flash (esto será una constante a lo largo de la serie) y se entrevé la pierna del fotógrafo en tercer plano. Hay un espejo lateral donde aparece Talitha mirando hacia otro lado.

2ª. La modelo se ha girado hacia la cámara. Sale con los ojos cerrados.

3ª. Una bonita postura de brazos arruinada por el reflejo del flash que surge de detrás de su cogote y ocupa todo el centro de la imagen.

4ª. Esta me parece muy interesante, no como fotografía de moda, sino como imagen artística. No me habría sorprendido encontrar esta foto en una galería de Berlín o entre las páginas de un libro de TASCHEN. Quizás sea la más misteriosa de la serie. La silueta de la modelo de perfil mira en dirección contraria a la cámara. La pose de la chica nos extraña, porque parece evitar la cámara deliberadamente, hasta que comprendemos que en realidad se está mirando en el espejo que hay a la izquierda de la imagen. El hecho de que su reflejo esté fuera de plano vuelve incomprensible la postura y genera una sensación de vacío que recuerda a los cuadros de Giorgio de Chirico. Las líneas del cuello, los ángulos del hombro y el pecho y la curva de la espalda aparecen fuertemente contrastados por la luz del flash, con los contornos marcados como un dibujo de una escultura clásica.

5ª. Otra foto de espaldas. Se ha cambiado el top (ahora viste uno azul claro sin mangas), pero todavía lleva la falda con estampado de Paisley. En el centro de la foto se ven las etiquetas de la ropa y el seguro antirrobo, sin intención alguna de disimularlos; más bien al contrario.

6ª. Talitha nos recibe sonriente con la puerta abierta de par en par. Aunque no es a su casa a donde nos está invitando, sino al vestidor. No hay que ignorar las connotaciones que tiene la elección de un probador para una sesión de fotos. Somos voyeurs de un espacio íntimo, al que solo alguien muy cercano podría tener acceso: una amiga suya, su pareja, su madre. Un espacio privado en un lugar público, un escenario que fácilmente podría tener derivaciones eróticas. Pero las fotos de Ismael no suelen seguir ese camino. Lo que nos transmite es curiosidad hacia la persona que hay delante de su cámara, una mirada atenta que apenas injiere en lo que está sucediendo. Y, sin embargo, esas connotaciones se encuentran subyacentes a lo largo de toda la serie, aunque el tono general haga que nos olvidemos de ellas.

7ª. En esta foto sale muy guapa, vestida con el segundo conjunto completo: top corto azul sin mangas y pantalones del mismo color. La modelo está de espaldas, con las manos en los bolsillos, la columna torsionada y la cabeza girada, sonriendo al fotógrafo de forma cómplice.

8ª. Ya está bien de tanto flash cruzando la imagen, de tantos reflejos gratuitos. Vale, Ismael, hemos pillado el rollo. Ella se ha girado y contempla al fotógrafo desde lo alto, con una mirada de madre que espera pacientemente a que su hijo termine lo que sea que esté haciendo. Al fondo se ve a Ismael de cuclillas. Me pregunto si luego le costaría levantarse. La verdad es que esta foto me parecía más de lo mismo, no iba ni a comentarla, pero ahora, volviendo a mirarla mientras escribo, me empiezan a cautivar algunos detalles: la línea de luces en la parte superior, el reflejo de la chica de espaldas desde distintos ángulos..., detalles que surgen con cada visionado.

9ª. La modelo se ha sentado en el banco del vestidor encima de la ropa que le queda por probar. Su cuerpo se encuentra recortado desde la mitad del torso hasta las rodillas, su cintura enmarcada entre el top y la línea superior del pantalón. Esta es la primera foto que podría considerarse ¿tímidamente? erótica. No hay nada de provocador en la pose, solo en el encuadre. Podría hablarse de una mirada cosificadora. Mucho podría decirse sobre esta imagen que dirige nuestra mirada hacia el ombligo de la modelo que parece flotar sobre el horizonte como el ojo que todo lo ve.

10ª. Vuelvo a ver esa expresión de señora mayor que desaprueba la forma como están yendo las cosas. O quizás esté solo cansada. Aunque ahora que vuelvo a la imagen no puedo más que fijarme en la dulzura de su mirada. De pronto ya no veo a la señora mayor.

11ª. El tercer outfit es el más interesante. Top de crochet verde salvia con forma de mariposa, bata larga fina estampada en tonos rosados, shorts recortados de tela vaquera blanca. No obstante, en esta foto la modelo parece tremendamente aburrida, como si hubiera perdido todo interés por la sesión.

12ª. Se ha vuelto a sentar en el banquillo del probador. Tiene las manos entre las piernas. Ahora parece una niña esperando ser regañada.

13ª y 14ª. Sentada de lado con las piernas sobre el banquillo. Esa pose es más interesante: con la triple presencia que ofrecen los espejos, el cuerpo sin cabeza de Ismael al fondo, la etiqueta con el código de barras asomando de su pecho izquierdo.

15ª. De manera inesperada, Talitha se ha transformado en Hécate, la diosa de las tres caras, que ha bajado del Olimpo para materializarse en el probador de una tienda de barrio.

No sé cómo acabaría la sesión. Si se marcharían cada uno por su lado o irían a comer juntos a algún chino. Puede que entonces descubrieran que tenían muchos intereses en común o quizás fuera una comida incómoda en la que no sabían qué decirse el uno al otro. Puede que, después de eso, Isma atravesara Barcelona en moto para volver a casa, no sin antes hacer una parada en el supermercado.







Texto agregado el 20-08-2023, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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