Hacía mucho tiempo que no me encontraba con Lucía, estaba más bella que la última vez que la vi. De eso han pasado diez años, pero a ella no le ha pasado el tiempo, tan sólo la luz. Es una mujer clara en todo lo que dice. Su mirada es azul como un cielo de verano. Con una mujer así, me casaría de inmediato. En cuanto a sus dones, ni hablar. Sabe cantar con el alma y tocar la guitarra de una manera magistral. Hablamos tres horas en la cafetería de la esquina. Me contó muchas cosas personales, pues me tiene mucha confianza. Antes de irse me preguntó:
-Cómo te sientes con ella.
De inmediato le respondí:
-Muy bien, cada día es más dulce conmigo, sus besos son de azúcar, su mirada bien dulce, igual que sus palabras.
Después de escuchar mi respuesta, me dijo:
-Te juro que de no ser ella mi amiga, me iría contigo al fin del mundo.
De inmediato, le respondí:
-Vámonos.
Me quedó mirando con mucho amor, al rato me dijo:
-Vámonos entonces.
En la mitad del camino tuve que contarle, que Amanda había muerto hacía tres años y que desde hace dos años me diagnosticaron diabetes.