Fasto en tu regazo como peregrino agache la cabeza
y me sumergí ronroneando sobre tu rosado gineceo.

Destrozado bajo tu mirada esmeralda
me arrastré perdido entre tus rasos rizos color canela
frotándome con la humedad de tu piel
pude limpiar las manchas rojas de sangre metálica
pude aquietar los vaivenes sin entrega
pude encontrar las alas de Icaro entre tus brazos.

Nunca comprendí los susurros de su incesante gimoteo
pero conserve mis barcos de papel
en un rincón oscuro del velador.

—Ignorante –me grité–

Si ni Cristo guardó sus clavos
y en ti nunca vi doblar papelitos con versos entre los pliegues
y comprendí que mis relojes son inútiles
que los crucifijos solo reafirman a quien quiere consuelo
que Cupido nunca utilizó una brújula
que las Sirenas solo fueron una obsesión dentro de un sueño de Ulises
y que no hay que amarrarse por nada ni por alguien

Comprendí que existen musgos que no gotean
y que por más que abras las piernas
solo encontraré los silencios mudos
que marcan las direcciones a los viejos amores.

Nadie es libre bajo el deseo
pero sólo encontrarás lápidas sobre mi espalda
y por más que menciones mi nombre
las flores día a día se irán secando
y el agua macerada partirá sin humedecer mis huesos.

Por eso prefiero que me arrojen al mar
sin versos ni árbol…
ni plañideras
pero ójala en un día con lluvia.