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No sé, yo sencillamente acuné esas creencias desde que tuve uso de razón. Por eso anduve siempre con una pulserita roja en la muñeca y por el mismo motivo colgué una ristra de ajo en la pared del negocio. Por las dudas. Uno nunca sabe... Total, creyendo en esas cosas no se hace mal a nadie, aunque cada dos por tres Paula me criticaba o se burlana diciéndome supersticioso y ese tipo de cosas. Cosas que yo me negaba a escuchar, sobre todo desde la vez que la Dra. Gutiérrez nos dio la triste noticia de que Paula y yo nunca podríamos quedar embarazados.

Después de eso, en mi biblioteca hubo un montón de libros más. Drácula, Frankestein, El hombre lobo, extraterrestres, hadas... Siempre me llamaron la atención ese tipo de asuntos. Más todavía cuando andaba nervioso o triste. Paula me debía amar mucho y tener la misma cantidad de paciencia para escucharme cuando le hablaba de esas «pavadas» que guardaba en la biblioteca. Pobrecita, ya sé que a veces la aburría y la entristecía demasiado.

Mientras Paula pensaba en adoptar un niño, yo pensaba en lo mismo, claro, pero a mi modo. Era todo un desafío y sin embargo ese año traer un niño a la familia estaba a pedir de boca. Según mi punto de vista, solamente había que tener un poco de fé y esperar a que pasara algún cometa por el cielo, digo, para pedirle ese deseo.

Porque muchas veces le había repetido a Paula aquella anécdota de mi niñez, la noche en que miré al cielo con una mísera pelota de trapo en la mano. Yo estaba en el patio de mi casa cuando vi al cometa con su enorme cola volando justo por arriba mío, entonces me arrodillé y le pedí que me trajera una pelota de verdad, una pelota número cinco de cuero, cosa que el cometa finalmente cumplió a la semana siguiente, no sé cómo, pero lo hizo.

Ya sé, un hijo no se puede comparar con una pelota de cuero. Eso me decía Paula. Pero igual yo elegía creer. Yo elegía aquella felicidad inmadura que tuve cuando niño, cuando miré el cometa sabiendo que todo era posible si uno creía, aunque Paula me dijera lo contrario.

Digo que ese año estaba todo a pedir de boca porque los astrónomos auguraban una súper actividad estelar como hacía centenares de años no ocurría. Cometas, meteoritos, lluvia de estrellas, hasta un eclipse, la parafernalia celeste iba a lucirse aquel año de 198... Yo estaba chocho, aunque más de una vez flaqueó mi fé. Lo confieso. La creencia de que los cometas pueden cumplir deseos es muy popular solamente entre los niños y adolescentes, mientras que los adultos debíamos creer nada más que en las noticias y en la ciencia.

Paula era una de esas personas, ya lo dije. Sobre todo desde que apareció en la televisión el dr. Cocaldo, astrónomo de la Nasa que aseguró que el cometa Xw-1 chocaría directamente contra la tierra en el mes de agosto, provocando un evento de proporciones apocalípticas. Yo pensaba que eso era imposible. Y se lo dije a Paula: los cometas son buenos, tan buenos que solamente saben cumplir deseos. Pero el efecto contagio del dr. Cocaldo fue rapidísimo. Las noticias estaban abarrotadas de detalles de lo que sería aquello, el evento más catastrófico que hubiera ocurrido en la tierra luego de la extinción de los dinosaurios. Según los especialistas, el cometa Xw-1 haría impacto en el hemisferio sur a las 22:34 hs. del 14 de agosto en el continente sudamericano, específicamente a doscientos kilómetros al este de la cordillera de los Andes. Y casi nadie sobreviviría a su tremenda onda expansiva, miles de kilómetros a la redonda.

Algunas personas se lo tomaron en serio, tan en serio que, de acuerdo a sus posibilidades, emigraron al hermisferio norte para salvarse de la caída del cometa Xw-1. Otros en cambio, y a pesar de creer en el dr. Cocaldo, siguieron con su vida cotidiana. A pesar de todo eso, yo pertenecía a la minoría, la más sacrificada porque esperaba con ansias la llegada del cometa para pedirle un deseo.

A medida que iba acercándose el 14 de agosto, el comportamiento de la gente se agudizó. Los noticieron mostraban por ejemplo a los preparacionistas en plena faena, con las puertas todavía abiertas de sus bunkers antimisiles, pero que en esta oportunidad les servirían para sobrevivir al Xw-1. Estaban orgullosos de todo el trabajo previo que habían hecho. Lo decían desde una locación secreta, no fuera cosa de que la gente sintiera el impulso de ir a usurparle los refugios.

También estaban los «resignados», aquellos que creían en el dr. Cocaldo pero que al mismo tiempo decían que ya nada se podía hacer, más que enfrentar al destino igual que los dinosaurios. De forma similar a los preparacionistas, acumulaban mercadería en almacenes improvisados, sabiendo que los refuerzos que les hicieran en las paredes de sus casas no podrían tolerar la llegada de la inevitable onda expansiva.

Después estaban los escépticos, grupo del cual yo formaba parte. Estas personas deseaban seguir con su vida normal, sabiendo que el dr. Cocaldo era solamente un charlatán que quería sobresalir y cobrar fortunas por sus discursos. Paula me criticaba por eso. Me decía que en lugar de mirar la televisión sentado en el sillón de la sala, debía estar asegurando puertas y ventanas antes de que fuera demasiado tarde. Y si lo hice, si agarré martillo, clavos, tablas y maderas para reforzar nuestra casa, fue solamente por ella, por Paula, por todo lo que la amo. Aunque en realidad sabía que el cometa Xw-1 pasaría por nuestro cielo y luego se perdería en el espacio, cumpliendo tantos deseos trás de sí. Entre ellos el mío. Y el de Paula.

Sin consultarme, Paula había comprado víveres, linternas, bidones de agua, máscaras de gas. Una noche discutimos porque sencillamente me resultó imposible creer que mi querida Paula estuviera involucrada en todo eso, en que un cometa iba a acabar con la vida de la mitad de la población mundial. Esa noche dormí en el sillón, extrañando el calor del cuerpo de Paula y supongo que ella lo mismo. Por primera vez en mi vida odié mis creencias porque me separaban tan tajantemente de mi esposa.

Para reconciliarme con ella, quise regalarle un ramo de flores, pero todas las florerías estaban cerradas. Nadie compraba flores, salvo los «escépticos», al parecer los últimos románticos del planeta. Con Paula hicimos las paces pero seguimos durmiendo en camas separadas. Fue como si hubiéramos descubierto que nuestras diferencias calaban tan ondo en nuestras vidas, que ningún sacrificio podía salvarlas. Charlábamos hasta tarde, pero a la hora de irse a dormir yo me quedaba viendo televisión en el sillón de la sala, y ya que estaba ahí, me quedaba dormido.

Faltaba poco para el 14 de agosto. La cuestión era qué haría la gente en su víspera. ¿Qué haría Paula? ¿Qué haría yo? Según estudios realizados por profesionales de la salud, los «resignados» se encerrarían en sus casa a esperar el impacto del cometa Xw-1. Los «escépticos», en cambio, seguirían con su vida normal, la llegada del cometa los encontraría paseando por un parque o en el cine (si es que estaban abiertos) o jugando al billar con sus amigos, también «escépticos», claro. En cuanto a mí, sabía lo que haría para recibir al cometa. Me subiría a la terraza con un vaso de cerveza, miraría el cielo estrellado (el servicio metereológico decía que haría buen tiempo) y cuando apareciera el cometa clavaría mi vista en él. Entonces le pediría mi deseo, un poco triste, claro, porque si al deseo se lo hubiéramos pedido entre dos, sería mejor.

Paula me había dicho que ese próximo 14 de agosto se encerraría en la habitación, y rezaría para que el destino nos diera una nueva oportunidad, una nueva como no se la había dado a los dinosaurios. Ella me preguntó «¿y vos?». Entonces le respondí que estaría en la terraza pidiéndole un deseo al cometa. Ella sabía cuál era ese deseo. Y sus ojos se le llenaron de lágrimas.

Para ser breve, ese 14 de agosto el cometa Xw-1 no faltó a la cita. Pero yo creí que no tendría ocasión de verlo. Porque minutos antes de que apareciera en el cielo, bajé y llamé a nuestra habitación donde Paula había cerrado la puerta. Le dije que me gustaría pasar ese momento junto a ella. Y la puerta se abrió. Y apareció Paula. Me invitó a acostarme a su lado sin decir una palabra, como lo habíamos hecho incontable cantidad de veces durante nuestro matrimonio. Pero al mismo tiempo parecía la primera vez que me acostaba junto a ella. Sobre todo cuando de repente sentimos el temblor, la vibración de las paredes, y después nuestra propia agitación, la de nuestra carrera por las escaleras en dirección a la terraza, donde todo brillaba porque ahí estaba el cometa, tan cerca que parecía que lo podíamos tocar.

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Texto agregado el 05-10-2023, y leído por 264 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-10-2023 Es emocionante tu historia Haber recibido lo que le pediste al cometa cuando eras pequeño,también te regaló eso tan hermoso que es creer.. Y aunque hubieran crédulos y escepticos,el Cometa apareció y no exactamente para destruir... Es tan bello tu texto...que imagino una segunda parte. El ser supersticioso no daña anadie,tengo la pulsera roja. Un fuerte abrazo Victoria 6236013
14-10-2023 Y bueno, el cometa llegó a la cita y todo se trastocó. Un relato muy ameno, repleto de esa humanidad tuya que destila en cada palabra. Con respecto a esto y no sabiendo que nos espera en lo sucesivo, ya tenemos claro quienes salvarán el pellejo y quienes sucumbiremos ante el desastre, sea este de las proporciones que sea. Y de puro cándido, me quedé pensando si ese deseo tan anhelado se lo pediste al oído al cometa ese. Un gran abrazo, amigo. guidos
07-10-2023 Ah, me sorprendiste con el final: me identificaba con el narrador. Está muy buena la historia. Besos. Cavalieri
07-10-2023 Maravilloso Christian!!! Me gustó tanto como no imaginas. Podrías venir más seguido porque se te extraña y seguir con esos cuentos tan hermosos. MujerDiosa_siempre
06-10-2023 Qué linda imaginación la tuya. Me gustó mucho tu cuento y cómo lo fuiste desarrollando. Saludos, sheisan
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