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MORIR APLASTADO POR UNA LAGRIMA (*)
El dolor a veces parece insoportable. Somos arrojados a la existencia sin ser consultados. Solo debemos existir y preservar esa existencia que nunca pedimos ni deseamos. Un mundo preexistente, ajenos a nosotros, que no diseñamos, ni opinamos sobre él, y sin embargo, estamos allí. Solo existentes y la angustia de no poder ser dueños de él, nos invade. Nos tortura. Si al menos, pudiéramos elegir algo de él, aunque sea mínimo, nos reconfortaría: pero no, el ser humano es arrojado, solo es un escupitajo en la existencia: no hay nada más. Desde el insecto pasando por los mamíferos, reptiles, y toda clase vida, solo existen, están allí: ¿Hay alguna finalidad en ello? ¿Algo que nos transcienda, que nos justifique? ¿Alguna meta que no conozcamos pero que sea real? ¿O solo somos sombras al azar, como quien tira dados al aire?
Richard observa a su amada: Alice, respira con gran dificultad. Su corazón late con lentitud. Toma su mano. Se adhiere con fuerza. Fueron cincuenta años de amor profundo. No tuvieron hijos. Por decisión mutua. Nada debía perturbar el amor que se tuvieron y se tienen.
El monitor del ritmo cardíaco todavía muestra signos de vida, un vaivén, de arriba hacia abajo, una línea que se perturba autónomamente con cada latido, como la existencia misma. Esa fría máquina indica que aún hay vida, que aún se puede amar aunque sean en pensamientos.
Alice no pude hablar. Solo sus ojos trasuntan vida. Su cuerpo esta inmóvil. El cáncer pancreático ha hecho estragos en su débil cuerpo. La metástasis traicionó vilmente su ser. Trata de matarla y ella trata de vivir. Una guerra silenciosa, que se desarrolla en su interior.
Richard se aferra fuertemente a sus suaves manos: ¡cuántas veces elogio esos finos dedos, que la consagraron como la más destacada pianista estadounidense! ¡Cuántas veces fue aplaudida en el Michigan Stadium!
Su rubia cabellera ahora desteñida por el tiempo, sus ojos azules que insultarían el más prístino día del Caribe, su delgado cuerpo inerte en una cama tan indiferente como el Hospital Center.
-¿Puedo acompañante a tu casa Alice?
Fue la primera vez que Richard se atrevió a hablarle. Eran solo dos adolescentes en un mundo por descubrir y vivir.
-Claro que sí, Richard.
Simples palabras, simples hechos que marcan toda una vida. Toda una existencia. Así nace el amor, de cosas simples. De pequeñas e intrascendentes cosas. Una pequeña briza en el desierto que puede apagar la sed de toda la humanidad: así se puede sentir cuando el amor llega. Un sentimiento ancestral que compensa la existencia, aparentemente sin propósito. Un equilibrio en la balanza eterna y universal.
Richard, un joven universitario en matemáticas, se enamoró de esa adolescente, de esos mismos ojos que ahora se apagan.
Sus lágrimas aplastan su ser. Richard casi no puede respirar, junto con ella. Dos corazones que perecen.
Amarillentos recuerdos invaden la mente de Richard. Esos días luminosos en Amsterdam, Paris, Londres. Eran jóvenes y enamorados. Él renunció a su puesto en el Instituto Courand de Ciencias Matemática por esta con ella y seguirla en su carrera. No le importaba. En Paris, debajo de la torre Eiffel se juraron amor eterno. Lo sellaron con un beso: ¡que más!
Esos momentos han muerto. No existen, solo en la mente de Richard y tal vez en la Alice.
Esa fría maquina se ha empoderado, es su Dios supremo. Le indica a ese ser pequeño, Richard, que su amada vive o muere, solo por medir el ritmo cardíaco. Maquinas que reemplazan a Dios, si acaso existiera.
El ritmo cardíaco es más lento. Casi no da señales. Richard lo sabe: presiente el fin.
Besa su frente. Su respiración también se apaga. Finalmente, es solo una línea horizontal: la máquina, esa fría y despiadada máquina, anuncia su muerte con esa línea en el monitor y el ruido apabullador; un aparato infernal.
Richard, vuelve a besar a Alice. Acaricia su pelo. La mira por última vez. Sus lágrimas lo aplastan.
Lenta y serenamente, camina hacia la ventana. La abre con cautela. Siente el frio aliento de New York en invierno. Escala esa abertura que para él es la libertad y la paz: y se arroja al vacío.
Dos muertes se reportaron ese día y a esa hora, en Hospital Center.
Se puede morir aplastado por una lágrima: el dolor, a veces, es tan fuerte y letal que no es posible superarlo. No juzguemos a Richard, solo pensemos en nuestra propia existencia y hasta que limite podemos soportar. Y preguntarnos con total libertad: ¿Solos somos sombras o una creación de Dios con finalidad y destino?
(*) Titulo (solo el título) tomado de la obra de Alejandra Pisarnik “Te vas a morir aplastado por una lagrima”

Texto agregado el 14-10-2023, y leído por 118 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
15-10-2023 Este es un cuento tan real como la vida de dos que luego de vivirla juntos, se termina y para el que aún no se ha ido resulta imposible seguir. Saludos. Muy bueno. ome
15-10-2023 Conmovedor relato. TETE
14-10-2023 A veces resulta inexplicable una muerte así, sólo aquel que lo vive, puede explicarlo. Fuerte y bello. MujerDiosa_siempre
14-10-2023 "Lo brutal siempre es la muerte. Ahora y hace años y dentro de unos años: lo brutal siempre es la muerte." R Bolaños Dhingy
14-10-2023 Electrizante texto que deja un gusto amargo de la vida, pero hermoso. yosoyasi
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