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Inicio / Cuenteros Locales / vaya_vaya_las_palabras / El regreso del Yeti

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Esa tarde cuando llegué a casa, me extrañó que Fido no viniviera a recibirme moviendo la cola. Después prendí el televisor y así los minutos fueron pasando aunque Fido seguía sin aparecer, pensé que podría estar durmiendo en el lavadero pero tampoco, y las ventanas estaban todas cerradas.

Era rarísimo. Fido no aparecía por ninguna parte. Salí a la calle y di una vuelta a la manzana pero tampoco hubo caso. Le pregunté al kioskero de la esquina, que lo conocía a Fido, pero me respondió que no, y eso que había estado atendiendo toda la tarde.

Mientras volvía a casa decepcionado, me imaginé que tendría que ponerme a confeccionar carteles con la foto de Fido, y ofrecer una recompensa a cambio de su aparición. Pero cuando llegué a casa, me recibió un Fido contento, más que nunca. Lo abracé y le pregunté dónde te habías metido, Fido, como si el perro pudiera responderme.

Me senté en el sillón, más aliviado por la aparición de Fido, lo vi subirse a mi lado para recibir caricias, como hacía siempre. En la tele puse una película pero enseguida me quedé dormido porque era súper aburrida. Me desperté una hora más tarde con una modorra digna de un oficinista que trabajó nueve horas sin ver el sol. Fido seguía durmiendo al lado mio, lo acaricie un poco en la cabeza, siempre fue un perro muy mimoso, pero esta vez no quiso que lo acariciara, se enojó y me tiró un mordiscón mientras todos los pelos del lomo se le ponían de punta, no llegó a morderme pero seguía mostrándome los dientes. Yo me levanté del sillón enseguida, después lo reté a Fido, que se fue a esconder al lavadero con la cola entre las patas.

Qué extraño ese comportamiento, pensé, mientras el corazón me latía a mil revoluciones. Fui a buscar a Fido para ver si podíamos hacer las paces, de chico aprendí que si un perro muerde a su dueño hay que tratar de calmarlo y hacerle mimos, para que no se olvide de que seguimos siendo amigos. Lo encontré a Fido acurrucado en su cucha, mirándome arrepentido, pero sin querer salir de ahí, a pesar de que yo lo llamaba y lo llabama, Fido vení, Fido vení...

Yo tenía que salir a hacer algunas compras al supermercado, que estaba lleno de gente porque era la hora pico. Mientras recorría los pasillos seguía pensando en Fido, ¿cómo me recibiría ahora? ¿Se animaría a salir de su cucha? ¿Me movería la cola contento? Iba pensando en eso cuando al final de un pasillo me choqué con doña Carmen, una vecina mía, le dije perdón doña Carmen, ella respondió no es nada, después me reconoció y exclamó "¡¿pero cómo andás, Julián?!". Enseguida pensé ufff, porque doña Doña Carmen me conocía desde que yo era chico y además era una gran amiga de mi mamá, así que me preparé para responderle una ametralladora de preguntas y escucharle los mismos halagos de siempre, qué buen mozo que estás Julián, qué alto, y cada día más parecido a tu padre...

Doña Carmen me seguía hablando de no sé qué cosa, en el fondo de sus palabras noté la frustración de siempre, el rencor de siempre. Porque ella hubiera querido que yo me casara con su única hija, Florencia, eso yo lo sabía por mi mamá, y ahora Florencia estaba casada con un "infeliz", se quejaba siempre doña Carmen.

Entonces doña Carmen hizo algo que no había hecho nunca, me miró casi con pena, y me invitó a cenar. Tal vez lo hizo porque me vio la cara de esa tarde. El episodio de Fido seguramente repercutía todavía en mi rostro. Y, para sorpresa de mí mismo, le dije que sí, encantado de ir, doña Carmen. Ella dio un pequeño salto de contenta y me dijo "en dos hora andá para casa". Me dio un beso en la mejilla y después la vi irse feliz por el pasillo, arrastrando su carrito para hacer las compras. Esa tarde en el supermercado compré además una botella de vino para llevar a la casa de mis anfitriones, aunque me pregunté si don José podía beber vino, capaz que sufría de la presión o estaba tomando algún otro medicamento que le impedía ingerir alchol.

Cuando volví del supermercado, Fido seguía en su cucha. Lo miré dormir un rato, sintiendo pena por él, después fui a mi habitación y me desvestí despacio. Para ir a cenar a casa de doña Carmen tenía pensado ponerme un jean y una remera, algo sencillo, no quería quedarme demasiado tiempo en la casa de doña Carmen y don José.

Cuando llegué a casa de doña Carmen y toqué el timbre, me recibió Florencia, su única hija. Yo me quedé asombrado. Florencia me sonrió y me invitó a pasar. La verdad que Florencia no era una chica hermosa, era más bien común y corriente, una chica de barrio. Hubo un tiempo en que me gustaba, pero ese tiempo había pasado y ahora yo tenía otras cosas en la cabeza. Estaba en esa etapa de mi vida en que todo es un remanzo de paz y feilidad (salvo Fido esa noche).

Apenas me vio, doña Carmen se puso contenta, me invitó a pasar al living y me dijo que don José no tardaba en llegar de la calle. Yo le di la botella de vino para que hiciera con ella lo que quisiera. Entonces vi que don José había estado mirando un partido de fútbol en la televisión. Siempre me lo imaginé así a don José, amo y señor en su casa, mientras que doña Carmen tenía que deshacerse en preparativos en la cocina. En las paredes también estaban colgados todos los trofeos de caza de don José, cabezas disecadas de venados, ciervos, y muchos otros animales. Eso me produjo una especie de asfixia. Para colmo, encima de un mueble había fotos donde aparecía don José con sus amigos exhibiendo piezas de caza mayor.

Florencia pronto vino al living para hacerme compañia, yo estaba sorprendido de haberla encontrado en su antiguo hogar. Ella me dijo que su mamá la había invitado a cenar y vaya a saber por qué motivo, aceptó. Después me confesó que se había separado de su esposo y que estaba soltera de nuevo. Yo le dije que aún así se la veía muy bien, a lo que Florencia me respondió a vos también, Julián, a vos también.

Doña Carmen tenía un florero como centro de mesa, Florencia me pidió que se lo alcanzara porque cada vez que usaban la mesa para comer, don José lo tiraba y derramaba el agua. Yo se lo alcancé y volví a sentarme, preguntándole a Florencia si no quería que la ayudara a poner la mesa. Entonces Florencia fue trayendo los cubiertos y las vajillas, dejándolas sobre la mesa para que yo les diera lugar. Éramos cuatro personas solamente (don José ya había llegado de la calle saludándome hoscamente). Después me extrañó que la perrita pequinés de doña Carmen no anduviera por el living. No me acordaba de su nombre, tal vez porque nunca me gustaron los perras pequinés demasiado gruñonas.

Se lo dije a doña Carmen, qué raro que su perrita no anda por acá haciendo travesuras, entonces ella me respondió que a ella también le parecía raro, durante todo el día su perrita había tenido un comportamiento inusual, y eso me hizo acordar de Fido, y se lo comenté a doña Carmen, usted sabe que a Fido le pasa lo mismo, aparece y desaparece, además esta tarde casi me muerde. Doña Carmen se limpió las manos con el delantal y se quedó mirándome como diciendo qué extraño. Pero inmediatamente Florencia añadió que su caniche también había tenido un comportamiento raro ese día.

Al ratito comenzamos a cenar. Cuando nos pusimos a hablar otra vez de las mascotas, doña Carmen miró hacia el pasillo que iba a los dormitorios y llamó a su perrita, pero ésta continuó sin responder. "A lo mejor está en el jardín", le dije yo, a lo que doña Carmen respondió que eso era difícil, a su perrita le encantaba estar subida al sillón o pidiendo comida al borde de la mesa.

Entonces don José suspiró hondo, dijo que él se había criado en el campo y que conocía bastante bien el comportamiento de los animales. Nosotros lo quedamos mirando, como con ganas de escuchar más, pero sorpresivamente don José se quedó callado. Hasta Florencia y doña Carmen, que siempre hablaban hasta por los codos, dejaron de hablar. Yo rompí el silencio después de un rato incómodo, diciéndole a doña Carmen que la cena estaba riquísima. Florencia se sumó al cumplido, pero don José siguió callado.

Después de un rato don José se olvidó de ser tan misterioso, agarró el control remoto y cambió de canal el televisor. Había un programa de interés general, donde estaban entrevistando a un indio del interior profundo del país, el indio se refería justamente a los animales y al extraño comportamiento que demostraban ese día. Los cuatro nos quedamos mirando, como diciéndonos "caramba, parece que este fenómeno es más amplio y general de lo que suponíamos", entonces volvimos a hacer un profundo silencio y nos dedicamos a escuchar al indio de la televisión.

El indio decía que el comportamiento de los animales estaba relacionado con una criatura que pertenecía a la cultura aborigen, nada más y nada menos que al mítico Jeti o Pié Grande o El Abominable Hombre de las Nieves. Según su explicación, cuando el Pie Grande recorría las inmediaciones de una casa, los animales comenzaban a tener un comportamiento errático, aparecían y desaparecían, tenían mal humor y se enfurecían con cualquier cosa.

En la mesa se hizo un silencio más profundo , Florencia estaba sentada justo en frente mío y yo veía su peculiar perfil mirando el televisor. Los miré también a don José y a doña Carmen, ese parecido que había entre ellos, y me sentí como descompuesto. Pensé que la cena me iba a caer mal. Dejé los cubiertos sobre el plato y le pregunté a don José si lo que había dicho el indio de la televisión coincidía con lo que él mismo pensaba. Don José asintió en silencio, y nada más.

Doña Carmen dijo que teníamos que relajarnos porque las cosas que decían en la tele eran cincuenta por ciento verdad y cincuenta por ciento mentira, el Pié Grande era solamente un invento de los indios para asustar a los niños, pero me di cuenta de que a don José le hubiera gustado decir más, por ejemplo que él también estaba de acuerdo con el indio. Pero prefirió seguir en silencio mientras negaba con la cabeza.

La cena continuó y la perrita pequinés seguió sin aparecer. De repente, para sorpresa de todos, doña Carmen estalló en reproches, le dijo a don José que durante los días anteriores la había maltratado a la pequinés, y que por esa razón la perrita prefería esconderse. Doña Carmen reconoció que ella la malcriaba mucho, sí, pero eso no le daba permiso a don José para levantarle la voz y hasta las manos. Don José apretó los labios y, levantando un poco la voz, dijo que la pequinés necesitaba más rigor, porque hacía en la casa lo que se le antojaba y él ya no la aguantaba más. Y agregó que nunca antes había cenado tan tranquilo, sin la pequinés pidiéndole comida desde abajo de la mesa.

Yo me atraganté con la comida. Don José me miró raro, como si yo reprobara el maltrato animal. Pero yo en realidad estaba nervioso. Entonces don José se levantó de la mesa y dijo que le parecería perfecto que en ese momento apareciera el Abominable Hombre de las Nieves para darle una paliza, si era tan valiente y defensor de los animales, pero que ni aún así cambiaría de parecer con respecto a la pequinés. Terminó esa frase mientras iba a la cocina a dejar su plato de comida y después a encerrarse al dormitorio.

Doña Carmen y Florencia me me pidieron disculpas por la escena, yo les dije que no se preocuparan y los tres seguimos cenando mientras el indio de la televisión hablaba y hablaba del Abominable Hombre de las Nieves. Dijo que el maltrato a los animales a veces era necesario, a pesar de que al Pié Grande eso no le agradaba porque era guardián de todos ellos. Yo dije que si ese era el caso, entoncces era mejor tenerlo de amigo y no de enemigo, ya que el indio describió al Abominable Hombre de las nieves como un ser de dos metros y medio de altura y dueño de una fuerza sobrenatural.

Seguimos escuchando al indio hasta que en la televisión empezaron las tandas publicitarias. Doña Carmen, Florencia y yo nos quedamos mirando como preguntándonos si todo eso era verdad. Doña Carmen dijo que no sabía, aunque probablemente sí porque los indios no sabían mentir. En cambio Florencia dudaba. Por mi parte, yo tampoco estaba seguro. Lo único que sabía era que mi perro Fido se había comportado de una manera muy extraña durante toda esa tarde.

Cuando terminamos el postre, Florencia me preguntó si no quería salir al jardín, porque ahí estaba linda la noche y se respiraba aire puro. Yo le dije que bueno, que vayáramos. Pero doña Carmen se quedó adentro, mirándonos a Florencia y a mi sentados en las hamacas.

Hablamos un poco de todo, Florencia estaba alegre, dijo que la había pasado bien a pesar de que su papá se había comportado como todo un chiquilín. Yo le respondí que no se preocupara por eso, y que yo también me había sentido muy cómodo a pesar del inconveniente. Entonces Florenecia me agarró de la mano y me dijo "sabés, siempre me gustaste". Yo no sabía qué hacer, pero Florencia me dijo "tranquilo, no hace falta que me digas nada, esto que acabo de decirte tomalo a cuenta mía, vos no tenés que preocuparte, yo me hago responsable."

Yo asentí y nos quedamos un rato en silencio. Entonces le dije que me gustaría llegar a casa y encontrar a Fido sano y salvo, después irme a dormir con la panza llena porque la cena que había preparado su mamá había estado riquísima. Florencia sonrió, dijo que sí mientras miraba hacia los fondos del jardín.

Enseguida volvimos adentro, doña Carmen nos estaba esperando sentada en el sillón, viendo la televisión con el volumen bajo. Les dije que ya era hora de irme. Ellas me dijeron que les gustaría que yo volviera a cenar otro día con ellos. Yo le respondí que no iba a faltar oportunidad y doña Carmen me dio una gran porción de torta para que me llevara a mi casa.

Cuando llegué a casa, me decepcionó no encontrar a Fido esperándome. Al contrario, yo lo encontré en su cucha, él me vio y movió la cola pero sin animarse a salir. No salió durante toda la noche, y eso que yo me di una larga ducha de agua caliente y me fui a acostar.

A la mañana siguiente el sol entraba por la ventana y yo me sentí súper contento de que Fido estuviera ahí para lamerme la cara y desearme los buenos días. Yo lo acaricié más de lo habitual y nos hicimos más amigos que nunca. Él estuvo moviendo la cola hasta que agarré mi bolso y salí para el trabajo. A la tarde, cuando regresé a casa, Fido había vuelto a ser el mismo de siempre. Juntos cumplimos el ritual de la vuelta a casa, que consistía en que él me traía las pantuflas mientras yo lo acariciaba sentado en el sillón para ver el televisor. Hasta me pidió salir cuando agarré la bolsa para hacer los mandados.

En el supermercado me encontré con don José (en el supermercado siempre me encontraba con alguien, lamentablemente), que, mirando el suelo, me pidió disculpas por su comportamiento de la noche anterior. También me dijo que ese fin de semana iría a cazar con un amigo, y me quería invitar como una muestra de caballerosidad por el mal momento que me había hecho pasar. Yo me quedé estupefacto y le dije que no hacía falta, pero don José insistió tanto que al final teminé aflojando. Además no tenía planes para ese fin de semana.

Por suerte doña Carmen se ofreció a cuidarme a Fido. Se lo llevé de noche, justo antes de que saliéramos con don José y su amigo Walter en camioneta hacia la zona de caza, ubicada en un espeso bosque con lagos. Mientras don José conducía le pregunté qué íbamos a cazar, cualquier cosa dijo don José encongiéndose de hombros. Qué respuesta más rara, pensé yo, pero después me imaginé patos, comadrejas y armadillos, ese tipo de animales pequeños.Llegamos a una cabaña después de cuatro horas de ruta, con ese inmenso bosque circundándolo todo.

Durante las primeras horas del día don José cazó algunos patos, lo mismo que su amigo Walter. Pero los dos decían que habían venido para atrapar algo más grande, yo les pregunté cuánto más grande, a lo que respondieron que mucho más grande. Yo me imaginé un oso, pero los osos no habitaban el bosque. Después pensé en lobos, pero tampoco había lobos en el bosque.

Fue entonces que don José me dijo que tendría que ser más cruel con los animales. Yo le pregunté ¿¿¿quéee???, don José dijo que sí, que la crueldad atraería al animal más grande que quería cazar. Yo no entendía nada. Entonces don José, después de haber sido especialmente cruel con algunos patos, se fue alejando de la laguna para adentrarse en el bosque con una escopeta mucho mas grande. Tuve miedo porque me pareció que mi escopeta no era apropiada para la caza mayor, aunque ese día ni un pato había cazado. Y Walter, lo mismo que don José, tenía una escopeta de gran calibre.

Las ropas de don José estaban todas manchadas con sangre de pato y olían horribles. De pronto me imaginé que con ese olor pretendía convertirse en la carnada de aquel animal gigante que quería cazar. Me preguntaba cual sería ese animal. Se me ocurrió que podía ser algún chancho del monte, pero cuando estaba pensando en eso, escuché un alarido tan ensordecedor que se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Sin embargo don José y Walter se miraron y sonrieron. A la cabeza iba don José, con el mentón adelantado y desafiante, después lo seguía su amigo Walter, y a lo último iba yo, el más asustado de todos.

De repente don José se agachó para levantar algo del suelo, un puñado de pelos largos y grasientos, don José los olió y le dijo a Walter "¡lo encontramos!". Yo les pregunté a quién habíamos encontrado, pero ellos me dijeron que hiciera silencio, me lo dijeron de mal humor, casi como arrepentidos de que yo estuviera ahí con ellos para estorbar sus planes. Entonces empezaron a caminar agachados, y yo hice lo mismo. Enseguida se escuchó por segunda vez ese feroz alarido que me heló el pezcuezo.

Yo quería volver a la cabaña porque, además, la tarde estaba cayendo y la ausencia de luz nos podía jugar una mala pasada. Miré para atrás preguntándome si don José y su amigo Walter sabrían regresar por el bosque. A lo mejor tenían una brújula. Pero igual era difícil caminar en la semi oscuridad aunque se tuviera la luz de un farol o de una linterna. De repente don José se parapetó detrás de un arbol y Walter, como siempre, hizo lo mismo. Me dijeron que también buscara un refugio porque ahí cerca estaba el animal que querían cazar, y entonces lo vi, allá a lo lejos, en la parte más alta y empinada del bosque, era un ser extraordinariamente grande, de caminar hosco y repleto de pelos. Al parecer no nos había visto todavía, cosa que a don José lo puso contento, porque lo miró a Walter con aire satisfecho y le susurró "¡vamos!".

Don José y Walter agarraron con más decisión sus escopetas y comenzaron a avanzar en dirección al Ser que seguía de pie allá en la parte más alta de una pendiente. Yo no quería quedarme solo, por miedo, entonces Walter se sacó el sombrero y por fin lo reconocí, Walter era el indio de la televisión, el que había hablado del Pié Grande o El Abominable Hombre de las Nieves. Entonces comprendí todo, como un rompecabezas comprendí los trofeos de don José, las palabras del indio en la televisión, el maltrato a lo animales, el tremendo alarido que hizo pedazos la tarde y se abalanzó hacía nosotros corriendo torpe pero velozmente, mientras yo huía en dirección opuesta, mirando de vez en cuando hacía atrás a don José con las ropas manchadas de sangre, esa sangre que atraía los alaridos cada vez más fuertes, todo el bosque era un tremendo y furioso alarido, tan cerca ya de don José y de Walter, pero nada podía hacer callar los alaridos, ni siquiera los rifles de don José y de Walter.



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Texto agregado el 21-10-2023, y leído por 140 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-10-2023 El yeti se comió a Don José y al indio? Un abrazo amigo, me gustó tu cuento. TETE
23-10-2023 Es un cuento muy largo, pero que no cansa para leerlo, uno no se pierde va tras de la frase avanzando, como avanzaban los tres cazadores tas el Yeti... el final es abierto, pero al parecer el yeti no es nada fácil de cazar...Abrazo y una excelente narrativa. Satisfecho con la lectura. Abrazo grande. sendero
21-10-2023 A ver si ahora sí sale el comentario. Te decía, curiosa estrategia la de don José para atraer al Pie Grande. Pero finalmente le resultó. Gusto leerte. Dhingy
 
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