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“Necesitas una mujer”. Tu esposa no creo que regrese. Me dijo mi hermana. “A mi edad lo que menos quiero es una mujer”. “Al menos busca una que te ordene la casa, te haga de comer para que mejore tu salud”.

Llegó porque le contaron que me estaba muriendo, exageraciones de la gente, pero sí, si estuve enfermo y me dejó como perro revolcado el covid.

Recuerdo que a la casa de mi madre pasaban muchachas pidiendo trabajo, pero no en estos días. Puse un anuncio en el periódico y solo una vez sonó el teléfono. “solo puedo ir una vez a la semana”. Ya me había hecho a la idea de que seguiría yendo a la fonda y dándole a la tintorería mi ropa.

Una mañana llegó una mujer que vestía con falda larga oscura, y sobre la cabeza, un velo. Parecía sacada de algún convento. Pensé al verla que pertenecía a alguna secta. Pero no, “me dijeron que usted solicitaba una señora para trabajar en casa”. Ese día el sol apareció bravo, y ya, a media mañana se sentía el bochorno. Una pañoleta negra le cubría la cabeza y como una cuerda se la enroscaba en el cuello. Fernanda era su nombre. Después de convenir, la acepté. “¿y su esposa?, me preguntó, le dije que vivía solo. Pestañeo y se quedó en silencio. Pensé: ” falta que me diga que no trabaja con hombres solos”

Vendría de lunes a viernes. Haría limpieza, lavado de ropa y prepararía alimentos para ella y para mí. Recordé las veces que iba al mercado con mi esposa para comprar víveres frescos. Ella se fue siguiendo a sus hijas, y cuando las hijas se fueron al extranjero, ella decidió seguirlas y ninguna regresó. Algunas noches desperté abrazando a la almohada, hasta que una noche decidí no traer a mi cabeza ningún recuerdo.

La casa se veía ordenada, limpia. Cocinaba con buena sazón, y era un placer oler a lavanda la ropa interior y calzar una camisa bien planchada. Estaba encantado, pero siempre hay un pero, me sacaba de quicio ese atuendo de monja de la edad media. Supe por boca de ella que era una manda, una promesa que se hizo de esperar un año más a su esposo, que se fue hacia el norte y nunca más supo de él.

Una de esas tardes de bochorno, dijo:

–Dentro de un mes termino mi manda.

—¡Por fin! ¿se quitará el hábito?

– Si viera que ya me he acostumbrado.

– Entonces, ¿no se quitará el hábito?

Pestañeo dos veces más y no me contestó.

Para no verla con su atuendo le dejaba víveres y salía a visitar a mis amigos, o a sentarme en el parque leyendo algún libro de interés. Regresaba a la hora de comer. Lo hacía solo, ella comía antes. Terminada su labor se retiraba. Me dijo que vivía con su mamá en una colonia lejana. En más de alguna ocasión mis amigos del club de dominó la llegaron a ver. “de qué convento la sacaste”. “no se le ve la cara, apenas la punta de los zapatos”.

Había pasado ya más de un mes de aquella plática cuando le dije que deseaba hacer un trato. “¿qué le parece, si al menos en casa se viste como yo deseo?”. Parpadeo tres veces, tragó saliva, arrugó la frente y quedó en silencio. Por supuesto que usted no comprará nada. “¿Me está pidiendo que me vaya?”, de ninguna manera. Solamente deseo verla diferente, terminada su labor, vuelve a ponerse su ropa. Destensó su frente. Su mirada se iba hacía el patio deshierbado, por debajo del durazno, que estaba tirando su flor. Había entrelazado sus manos apretándose una contra la otra. Entendí que tenía una lucha interior. Le aumentaré el sueldo, y si acepta, le daré un bonito uniforme y si me lo permite, le daré para un arreglo de su cabello, que seguro lo tiene maltratado.

-Déjeme pensarlo.

No fue al siguiente día, y estuve de malas. Pensé que a lo mejor ya no vendría, Tampoco fue los siguientes días, pero una semana después llegó. Creí que solamente vendría a pedirme el dinero de su sueldo, pero grande fue mi sorpresa cuando me dijo:

– ¿Y mi uniforme?

Este día lo dedicaremos a hacer compras, le dije. También deseo dejarla en un centro de belleza para que usted disponga de un nuevo corte de cabello y lo que le sugieran las encargadas. Mientras, yo iré a una tienda de uniformes y se lo escogeré.

Cuando regresamos a la casa vestía con su traje de monja, sin el velo.

“Si gusta bañarse ya sabe dónde. Le dejé su ropa en la cama. Tengo una reunión de amigos. Luego, regreso. Le dije.

En realidad, iba a hacer tiempo a un café para darle su espacio de intimidad que toda mujer requiere. Además del uniforme le regalé otro vestido estampado de pequeñas flores. Como no se había hecho comida, pedí que llevaran una pizza.

Ella apareció tapándose la cara. Era evidente el cambio. Las del centro de belleza, le habían dejado con un corte moderno, con un color acorde a su piel, arreglaron sus cejas, y ella puso algunas sombras que resaltaban sus ojos negros. El uniforme verde enmarcaba sus formas y sólo ella sabía que no tenía sujetador, pero era evidente que los años habían respetado la vitalidad de sus senos. La hice darse una vuelta y encontré a la mujer que llevaba escondida.

“¡Se ve estupenda! ¡Qué cambio! ¿Ya se vio en el espejo? ¡Mírese! ¡Está usted irreconocible! Hoy es un día diferente, así que la invito a comer”.

“Pero… si no he hecho la comida”.

“No se preocupe, ya viene en camino una pizza”.

Los días siguientes hacía sus quehaceres con otra energía. La cadencia al caminar volvió. Mis amigos me visitaban con más frecuencia, y ella se daba cuenta de que sus miradas la recorrían. En confianza le decía que no se avergonzara, que si el Señor le había dado esa armonía, entonces que la luciera.

Hoy, cuando estoy sentado y ella limpia las ventanas, ayudándose de una escalera, veo de reojo sus muslos cálidos. Ella lo sabe y de vez en cuando me lanza una mirada viva y una sonrisa cocoroca*.

*Me llamó la atención la palabra y aunque tiene varias acepciones me quedé con ese estado de alegría entre dos personas. Después de saber, salió el cuento que leyeron. Muchas gracias por tu lectura.

Otros datos acerca de la palabra, es utilizada por los hermanos Chilenos.

*Cocoroco / cocoroca

Publicado el febrero 25, 2009 por María Pastora Sandoval | 7 comentarios

Viendo el Festival de Viña me doy cuenta que Soledad Onetto, la animadora, está muy “cocoroca» con Juanes, quien confesó que era “su cantante favorito de esta versión» del certamen.

Pues bien, en Twitter lo comenté, pero no sé si quienes no son chilenos entienden el término.

Estar “cocoroco» o “cocoroca» es más o menos lo que en Argentina es “chinchoso» o “chinchosa», según tengo entendido.

Es un estado de coquetería entre dos personas, se evidencia que se gustan y que “se hacen ojitos» o “cambio de luces», se sonríen nerviosamente.

Aunque, como pasó en este caso, era la Onetto la que estaba cocoroca porque Juanes le cantaba…

Texto agregado el 01-11-2023, y leído por 116 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
02-11-2023 Las palabras muchas veces no pertenecen a un determinado valor... Ellas son nubes que atraviesan el espacio donde se podrán ver, el cuerpo de lo humano lo expresa , lo de la gallina también, desde algún lugar de Chile mi abrazo amigo Sendero.. Juan_Poeta
02-11-2023 —El término también se aplica a la gallina que quiere empollar y toda cocoroca anda en busca del gallo. —Ahora en lo referente al cuento me hace pensar en un moderno Pigmalion que poco a poco fue transformando a aquella mujer en la belleza con la que el soñaba. —Saludos. vicenterreramarquez
02-11-2023 Entretenido tu relato, Rubén, ella es claramente una cocoroca, jajaja. Gracias. gsap
02-11-2023 *Busqué en don Google sinónimos de "chinchoso": impertinente, molesto, fastidioso, cargante, pesado, áspero. gsap
02-11-2023 Tu cuento está muy bueno, pero ni en guaraní existen esas palabras. Rohayhu yosoyasi
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