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Inicio / Cuenteros Locales / abueloloseiros / BERTO, Capítulo II. Primeros trabajos y huelga del Pozo María Luisa.

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Empezó a trabajar en la mina el día 11 de febrero de 1951, con 15 años (cumpliría los 16 años, 4 meses después), en el Pozo Santa Barbara muy cerca de su casa, como ramplero de 2ª (“guaje”) con un salario de 9,25 pesetas, jornadas de 8 horas y tuvo que comprar la pala (la de pico y pala) y la mascarilla de esponja, por su cuenta ya que la empresa, solo facilitaba la lámpara para trabajar en el interior de la mina.

Admitían a partir de los 16 años, aunque con 14, te podían contratar como pinche de exterior y los muy necesitados, hasta de 11 años, a los que cambiaban el nombre y la edad para ajustarse a la Legalidad.

La ropa de trabajo incluida la boina (los cascos de protección llegaron después), eran del propio trabajador y no había otras obligaciones que cubrirse, para evitar desgarres, heridas y arañazos que se producían en el interior de la mina, por el carbón y el escombro.

Daban ganas de llorar.

El sueldo de aquel mes apenas valió para pagar las multas, que le pusieron por ser menor de edad y no disponer del carné del Frente de Juventudes, para no ir a formar los domingos (obligación de la dictadura a los menores de 16 años), que él ajeno a los papeles, no solicitó al sentirse con edad suficiente y para demostrarlo, trabajaba como un burro y con todo el esmero.

Lo convenció su madre cuando le enseñó el libramiento, que se tiraba de los pelos al ver los descuentos de las multas (15 pesetas los domingos), reprochando que ese dinero lo necesitaban en casa para alimentar a la familia.

Su padre no decía nada.

Al mes siguiente (marzo), con 26 días laborables y 125 horas extraordinarias, descontaron 75 pesetas de 5 domingos de multas y cobró 450 pesetas del mes completo. Era mucho dinero, comparado con lo que le pagaba el albañil o el cantero.

Las categorías en el interior de la mina iban, de ramplero de 2ª con jornal de 9,25 pesetas, ramplero de 1ª con 10 pesetas, vagonero con 11 pesetas y a partir de ahí, ayudante minero, picador, posteador y vigilante.

La guía va por delante de la explotación y su padre, trabajaba de barrenista en un relevo de noche y él, en otro como ramplero de un picador. No permitían trabajar a un padre con los hijos, ni a dos hermanos juntos.

El sistema de explotación requería un “guaje” por cada picador y todos andaban agobiados, con miedo a las denuncias y temerosos de hablar con compañeros ajenos al propio tajo.

Aquel año, Franco trajo un barco de moros “presos”, que venían a redimir la pena con trabajo en la mina y trabajaban gratis, como esclavos, a los que solo les daban la comida y acomodo en las colonias donde dormir.

En el Pozo Santa Bárbara entraron unos cuantos, y también había colonias en el pozo Sotón, en el pozo Fondón y en el Pozo San Mamés, para los que redimían la condena por trabajo.

Se afilió al partido Comunista en la clandestinidad sobre los 17 años, que tenía un cuota de 6 pesetas mensuales y empezó a tener contactos con personas que habían sido represaliadas y había actividades que tenían interés y hablaba con ellos. Le decían, tú eres un guaje y no sabes dónde te metes.

No existían Partidos ni Ideologías políticas y la formación la iban cogiendo de lo que veían, siempre en la clandestinidad. Empezó simpatizando con la organización sindical de Comisiones Obreras en el año 1953 y a dar la cara en el Pozo Cerezal, si había que hablar con el ingeniero que, sus compañeros empezaban a depositar confianza en él.

Llevaba casi dos años de “guaje” en el pozo, a 300 metros de profundidad y estaba próximo a cumplir 18 años, cuando oyó hablar “de Un Reglamento de la minería del año 1946” que, al parecer, tenían en el Sindicato Vertical, pero si iban a pedirlo, no lo daban y tenían que arreglárselas para conseguirlo.

Conocía a uno que trabajaba en el Sindicato y no era fascista, como la mayoría de los que trabajaban allí y en la primera ocasión que se vieron, le pidió que le consiguiera una copia de ese Reglamento, que le facilitó haciéndole prometer, que no diría a nadie de donde la había sacado, para no comprometerlo.

El Reglamento describía todo lo relacionado con las condiciones de trabajo en la mina: Categorías (desde el ingeniero, hasta el ramplero), Horarios, Jornadas, Destajos, Vacaciones, Horas-extras y Bajas por accidentes o enfermedad…

Tuvo el primer conflicto cuando lo reprendió el capataz, a la entrada de la mina que, entre otras tareas, los guajes tenían que facilitar agua para los picadores, que recogían de una fuente natural cercana donde, a lo mejor, esperaban 10 rampleros para llenar el pipote (garrafa redonda de 15 litros, forrada de madera).

El primero que llegaba cargaba y volvía de inmediato al tajo, pero si llegaba y había 7 esperando, tenía que ponerse a la cola y cargar cuando tocara, aunque él lo hacía con picardía y andaba de los más rápidos, aunque algunas veces se le colaba alguno y no tenía más remedio que retrasarse, como cuando lo recriminó el capataz,

¿De dónde vienes? De llenar el pipote de agua.

Pues, tienes que venir primero.
¿A qué hora tengo que venir? si tengo que coger la lámpara a las siete menos cinco, como dice la Ordenanza Laboral.

¿A qué hora tengo que coger el pipote? Si el que esta delante llegó primero. ¿Qué tengo que hacer? ¿Quitárselo o me pongo en la fila? /y mirando al capataz, que era amigo de uno de sus hijos, que jugaban juntos al futbol en los juveniles, su hijo de portero y él de defensa).

¿Cómo lo arreglo? Mañana, madrugas 1 hora.

Si hombre, porque entro a las 6 de la mañana y salgo a las 2 de la tarde, cuando la reglamentación de la Minería dice, que el trabajo de la mina son 8 horas.
Vendré a la hora y saldré también a la hora.

Días después, volvió a tener problemas con el mismo capataz, (que lo increpó con chulería y despotismo /y le dice,

Ah guaje ¿por qué no cargaste el carbón ayer?
Porque no me dieron vacío. Interviene el picador, “El guaje…,” /corta al capataz, levantando la voz.
¡Tú a callar!

¡Mire! (le tenía pánico), pregúntele al caballista que arrastraba los vagones con una mula.

Qué pasó, que eran como 3 toneladas lo que aparté para otro lado.

¡Qué quería! ¿que los sacara en los bolsos de la chaqueta, para que dispararan la carga de dinamita?
No lo cargaste porque eres un vago… /la frase lo enardeció y respondió con rabia.Mecago en… ¡bastardo!

Agarró el pipote que, si le da con la lámpara que era de cepa, lo mata allí mismo, que no aguantaba que lo llamaran vago y menos, por la porquería que estaba ganando.

Cogió el pipote y ¡se lo tiró a los pies! /y marchó a la lampistería a entregar la lámpara.
Cuando le contó al amigo que había pegado a su padre, /respondió. ¿No lo mataste? ¡Hiciste bien! /sentenció su amigo.
Era tan… (hijo de mala madre), que no lo tragaba ni su propio hijo.

Al día siguiente cuando llegó a casa, lo esperaba un guardia jurado para entregarle una carta, con el aviso de que visitara al ingeniero, al que se presentó en la oficina en ropa de calle, /que al verle ¿Qué pasó? (contó lo sucedido con el capataz, a lo que el ingeniero que era andaluz/le dijo, Tengo información de que este señor, se suele exceder al hablar, incluso con palabras gordas y algún insulto, pero no debe tomarlo en cuenta.
/callado, vuelve a preguntar Y usted, ¿qué me dice que haga? Que vuelva al trabajo, que usted no tiene expediente, ni otra cosa.
Pero ¿qué dice?¿Quiere que vaya a matarlo? porque si otra vez vuelve a llamarme vago, no le doy con el puño, que le doy con la lámpara.

No, no, le agradezco que me llamara, pero con ese señor no vuelvo más.

Tal como estaba, con la lámpara y la ropa de trabajo de la mina, bajó al despacho del Sindicato Vertical (donde había una persona que era de derechas y muy moderada, al que contó lo que pasó), que le aconseja, Descanse dos días y vuelva por aquí.
Y si, descansó /y cuando volvió, le dijo, El castigo te lo tienen que comunicar 48 horas antes y si ya habías cogido la lámpara, mañana vienes y te daré un papel, que le llevarás directamente (al día siguiente le dio un papel)
Entregas esto anulando el castigo (que llevó directamente al capataz).

Me dio esto, el Señor del Sindicato para usted.
/después de ojearlo/ Con esto me limpio yo el trasero y vas a pagarlo con otro día.

Volvió al Sindicato Vertical, a contar lo que le había dicho el capataz, Que se limpiaba el trasero con el papel del Sindicato.
/redactó otro papel y pidió que lo acompañara al pozo y al llegar, sobre las 6 de la tarde al pozo San Mamés, dice al capataz.
Me dice Roberto que te vas a limpiar…
/intervino Roberto/ A ver si lo niega.

El capataz no contesta y le entrega otro papel, y advierte:
Vas a pagarle otro día, así que limpia el trasero con este. Se fueron, sin decir nada más.

En medio de la refriega con el capataz, oyó decir al picador (con el que trabajaba), a los compañeros del relevo “Podemos hablar delante de este guaje” (referido a él), que es de fiar, que hasta se negó a hacer cosas que le mandó el capataz, porque consideró que no le correspondían y protestó.

Cuando llegó a casa y su padre lo vio con la ropa de la mina, /preguntó: ¿Qué pasó?
Que pegué al capataz. ¿Entonces, que pasó?
Que me llamó vago y a mí no me llama nadie vago, ni el capataz ni nadie.

El capataz, sabía que además de trabajar en la mina, también lo hacía en casa con el ganado y en las tareas de segar la hierba y cuidar las huertas.

Abusaba de él, porque era hijo de quien era y como, con su padre, andaba tieso porque le tenía miedo, era la venganza al no poder con el padre, aunque a él que solo tenía 18 años, lo respetaban los vigilantes, los picadores… todo el mundo menos él, que intentó que hiciera trabajos que no le correspondían y, al negarse, lo castigó dos días.

Al hermano mayor de su madre, algo mayor que ella y que no tenía trabajo, lo contrataron en la lampistería de la mina.

No volvió al pozo y como admitían gente en todas las minas, se fue a otro pozo de Duro Felguera, donde ya tenían noticias de la visita al ingeniero el día anterior, le dijeron que no, acercándose a Carbones de la Piquera, distante como a 3 kilómetros de su casa, donde lo contrataron de ayudante de entibador, cobrando 14 pesetas.

El pozo Cerezal quedaba cerca de casa y podía ir en bicicleta. Estuvo 5 meses hasta que volvió a chocar con el capataz, aquel asesino y para evitar provocaciones, solicitó volver a Duro Felguera y le admitieron en el Pozo María Luisa, donde había gente que había trabajado en el Pozo Santa Bárbara (que cuando pasó a Hunosa, le pusieron pozo Cerezal), en las minas de monte relacionadas al pozo María Luisa, que entraban por el pueblo el Pradon, cerca de donde vivían, pero al cerrarla y trasladarlos al pozo María Luisa, tenían que recorrer, andando, como 11 kilómetros desde Perayes a la mina.

Les ofrecieron usar “un rapidillo” (máquina de vapor más estrecha que las de FEVE, para el transporte de carbón), en uno o dos vagones descubiertos que no tenían, ni puertas ni a donde agarrarse, que rechazaron y se negaron a utilizar, enviando a la Guardia Civil para tratar de convencerlos, pero al ver que era gente firme y no tenían nada contra ellos, no emplearon métodos agresivos, como era costumbre en estos casos.

Permanecieron 15 días sin acudir a trabajar y consiguieron que les pusieran una camioneta, para el transporte de personal.

Empezó a trabajar en el mes de marzo de 1953, en el pozo María Luisa de ramplero de 1ª con un salario de 14 pesetas y le dieron un pase para utilizar la camioneta de transporte desde Perabeles a la mina y a él lo cogía en La Cruz, a 2 kilómetros más abajo del pueblo donde nació (donde trabajaba de picador su hermano Olegario, 8 años mayor, con menos carácter y poco atrevido, pero muy apreciado por sus compañeros, que también había tenido problemas con el mismo capataz y se había dio a trabajar al pozo María Luisa, donde empleaban a 1.500 trabajadores, entre los de interior y exterior).

En el pozo María Luisa, había gente mucho más joven y con más libertad de expresión, que en el pozo Cerezal donde, si armaban una, los podían freír.

Gente más preparada y con más libertad para hablar y otro ambiente más dispuesto, que donde había estado hasta entonces. Muchos clandestinos y podías confiar que, si pasaba algo te apoyaban, aunque los mayores más reprimidos, tenían pánico y se acobardaban por lo que hubo y por lo que lucharon (golpe de Estado a una República elegida por el pueblo), como su padre y los que habían estado en la guerra con los rojos, como los llamaban, que te decían a la cara, ¿Qué queréis, si perdisteis la guerra? (a él no, porque era un chiquillo).

Había un facultativo jefe, paisano de pueblo que entró en la mina de guaje, después picador y poco a poco, a la Escuela de Capataces de Mieres donde sacó el título, que igual se acordaba de tu madre, pero si te decía una peseta, tenías una peseta y por eso se fue con él, que reconocía las cosas y si estaba cabreado echaba la bronca, la llevabas y podías contestarle de paisano a paisano y a los dos minutos, como si nada; Nunca pedía disculpas.

Cobraba, el mes que más 2.500 pesetas y ya era picador antes de cumplir los 18 años (solo estuvo 4 días de ramplero de 1ª) y se levantaba a las 5 de la mañana, para entrar a trabajar y a las 6, cuando volvía a casa por las tardes, a segar la pación para las vacas y dejar las cosas de casa hechas y el ganado recogido, que las que salían a pastar fuera de casa, andaban más veces arrimadas a las praderas, que por el monte.

En el pozo María Luisa, echaban horas extras todos los de mantenimiento y si había suerte, trabajaban casi todos los domingos, aunque no llegaban a cobrar ni 2.000 pesetas al mes y no tenían medios ni métodos fiables, para medir el polvo, sin prevención, ni seguridad.

Al capataz, que ya tenía cierta edad, lo pasaron al exterior y a los pocos días, el vigilante le puso a picar carbón con la categoría de picador de 2ª, sin saber lo que rendía, al que dijo, Oye me estás fastidiando, que yo quiero trabajar a destajo, porque se medía por metros de avance y potencia (tamaño de la veta de carbón) y, con el mismo trabajo, si trabajabas, cobraban más, a lo que también se podían añadir complementos de seguridad, “llamados adobíos” que también sumaban.

En el año 56, trabajaban a destajo 8 horas como picador, aunque cobraban solo 7 horas, que 1 hora, la tenían que ceder al Estado por un convenio firmado durante la guerra civil, para contribuir a restablecer los daños causados en la guerra.

Al capataz enviado al exterior, lo sustituyó otro, que era malo hasta para él mismo y al no tener claro cómo medir “los “adobíos” quitó el complemento, sin añadir, ni valorar, medidas de prevención de seguridad.

En ese año de 1956 se constituye en Gijón la mina la Camocha y en enero de 1957, una comisión de obreros que canalizaba las demandas de los trabajadores declaró una huelga de brazos caídos.

Fallecimiento de su padre
Su padre falleció el día 18 de enero de 1957 y gastó bastante dinero con él, aunque el médico de cabecera les dijo que no gastaran, que no había nada que hacer.

Era su padre y lo quería. Le hicieron la autopsia en el cementerio en su presencia, para saber si tenía silicosis, realizada por dos forenses, uno de Sama y el otro de San Martín del Rey Aurelio, que certificaron que tenía silicosis y enviaron los pulmones a Madrid, para certificarlo oficialmente. Su madre y su hermana Ana María, quedaron desasistidas, sin paga ni vale de carbón, durante 6 meses.

Sucedidos en el Pozo María Luisa, que originaron la militarización de los trabajadores.

Con lo que había leído en el Reglamento de la minería y lo que oía y veía a su alrededor, añadido a su propia experiencia, empezó a tener conciencia de las dificultades para conseguir mejoras en las condiciones de trabajo, si no se canalizaban por representantes documentados y respaldados por la mayoría, para ser planteadas con capacidad y conociendo los detalles, para poder exponer y rebatir con argumentos.

Siempre decía y repetía a sus compañeros que, para solucionar los problemas, si hay que hablar con el ingeniero, se habla, pero el que vaya a exponerlo, debe tener el respaldo de los demás, que si no nadie les hará caso.

Ya tenía alguna experiencia y los jóvenes acudían a él y le seguían, si había problemas, quizá, porque no veían el peligro sin distinguir, si por valientes o ignorantes, lo que también él desconocía, o quizá por su carisma, o porque las cosas que proponía eran razonables.

Cuando los picadores que trabajaban a destajo reclamaron a los capataces el mismo porcentaje, de aumento de precio para los testeros (contratas), que el conseguido para los jornales, lo rechazó la Empresa y decidieron visitar al Vicepresidente (en las oficinas de la Felguera), quién los recibió y les dijo que no, que eso era injusto, que tenían que producir y el carbón tenía el mismo precio a las diez que a las doce y media, o a cualquier hora del día y claro, no transigió.

Los picadores bajaban al tajo a hacer la labor, que consistía en tener la tarea de picar hecha (desollar, picar y avanzar, que llamaban “desollamiento” hasta que bajaba todo al pozo).

Si no funcionaba de forma adecuada, aquello era muerte segura y podía explotar en cualquier momento, pero como no pasaba nada, no había problemas.

Plantearon entonces, reivindicaciones solo sobre dos puntos: 1º/ La seguridad de los trabajadores, en el tiempo de permanencia en la mina y 2º/ Trabajar y cobrar 7 horas, como sucedía en toda Europa, retirando la hora que venían regalando al Estado, desde la guerra civil, hacía 20 años y que tampoco la contemplaba el Reglamento de la minería del año 1946, firmada y aceptada por los empresarios, el Sindicato Vertical y el gobierno de la Nación.

Al no tener respuesta, ni de la dirección de la empresa, ni del Sindicato vertical que pasaba de todo, se iniciaron los primeros paros, al retirar a los ayudantes mineros (el guaje) a los picadores, sin incrementar el precio de los destajos, habiendo suspendido los complementos llamados “adobios”, por el nuevo capataz.

Acordaron trabajar a otra marcha, cumpliendo el mínimo exigible que figuraba en la Reglamentación, que, para que pagaran el salario, tenían que hacer un mínimo. No dejaron de trabajar, pero bajaron el rendimiento. Si antes hacían un metro o metro y medio, pasaron a hacer medio metro.

La respuesta de la dirección del pozo fue rotunda: “instando al Gobierno de la Nación a que militarizara el Pozo María Luisa, que hicieron en Consejo de ministros, que decreta el “Estado de Excepción en Asturias” el 14 de marzo, por un periodo de cuatro meses y se suspendían los artículos relativos al derecho de libertad de residencia, inviolabilidad del domicilio y tiempo máximo de detención (72horas), de un ciudadano antes de su entrega al juez”.

El vigilante recibió el rango de cabo, el capataz de sargento y el ingeniero de teniente.

El siguiente movimiento tensó aún más la situación, ocho días después de arrancar la protesta, unos soldados se llevaron al calabozo a seis compañeros.

A él, que en junio cumpliría 22 años, no lo localizaron (estaba en La Hueria (Güeria) de Carrocera con Ana María su futura esposa).

A otro compañero (que tenía moza en el Entrego), le echaron el guante al llegar a casa. A otro amigo (que tenía 19 años, hijo de un vigilante), también se lo llevaron.

El lunes a las 6 de la mañana, en el primer relevo, en la “nueva casa de aseo” donde se mudaba la mayoría de los jóvenes, muy cerca unos de otros y cada uno escogía su percha, se le arrimó el padre de un compañero amigo, que le dice, ¿Ya viste la falta eh?

Y Le contó el arresto de su hijo, comprobando que faltaba gente, pero como había relevos a las 7 - a las 9 - a las 10,30 de la mañana y por la tarde, siguieron como si nada y al ver que las perchas de algunos de sus amigos estaban vacías, /dice, Oye, que no están, así que hablamos entre nosotros, comemos el bocadillo como hacemos siempre, pero hoy si bajamos a la rampla, hacemos el mínimo exigible para que no nos despidan.

Bajando al pozo empezaron a cavilar y en la rampla, antes de iniciar la labor, deciden averiguar lo que pasa y comprobar si faltan más compañeros y se fue a otro taller cercano, donde estaba el padre de otro amigo, del pueblo de más arriba (que le dice acercándose y en voz baja).
Ya sé a dónde vas, anoche me marcharon con el hijo (de 19 años que, aunque había firmado la mina por la mili, todavía no estaba comprometido en quintas).

No lo sabía. (y continuó andando hasta al grupo de compañeros -disimulando y haciéndose el tonto- como que iba a por algo, que había uno allí, que era facha).

Voy a echar un trago de agua, con el pipote.

Llegaron los del segundo relevo y a las 10 de la mañana, serían 300 o 400 y pico y algunos ya conocían la noticia y se preguntaban ¿Qué hacemos?¿Qué vamos a hacer? Si salimos, los culpables son ellos. Si trabajamos, los hundimos más todavía.

Tenemos que hacer algo. Y plantearon encerrarse, resistiendo 84 horas encerrados los 450 trabajadores. (en la sentencia figuran 442 mineros).

Tomada la solución de no salir nadie, al día siguiente enviaron a dos vigilantes a negociar: Que pidieron que salieran y que no habría problemas, sin plantear ninguna propuesta.

Y al siguiente, lo mismo. Los compañeros más jóvenes, más inquietos y algunos que, hasta se creían más listos, pedían a los mayores que negociaran ellos, que tenían más experiencia. No se ofreció ninguno.

Al tercer día, enviaron a otros dos vigilantes, que venían con la misma propuesta y avisaron de que habían militarizado la mina y que habían convertido a los mandos de la mina, en cargos militares.

Estamos negociando la libertad. ¿Qué vamos a negociar con el ejercito? Si los vigilantes que enviaron a negociar no plantearon nada de la libertad, ni de otra cosa.

En ese momento, decidieron que había que ponerse más duros.
Los veintidós trabajadores, bajaron en la jaula al relevo de las seis de la mañana. Se quedaron en la segunda planta y anunciaron que ni trabajarían, ni saldrían del tajo hasta que sus compañeros, quedaran en libertad.

El penúltimo día, entró el ingeniero Jefe (vasco), transformado en teniente y el subdirector de Duro Felguera, que les soltó una monserga sobre derechos y obligaciones, sin decir ni ofrecer nada, tratando de convencerlos y que no había ningún problema, que no sé qué y un no rotundo a negociar nada.

Había compañeros que habían estado en la cárcel y sufrido la represión, que dijeron, “Guajes” yo ya estuve en la cárcel y si nos fusilan, pues ya somos mayores, pero vosotros, que tenéis toda la vida por delante…

Los más cercanos, a los que habían detenido el domingo, optaron por organizar un piquete para negociar
¿Qué hacemos? ¿Dejarlos salir y decirles a la cara, ustedes son los responsables de lo que pueda pasar de ahora en adelante?

Pero con buen criterio, pensaron, “A estos son los jefes y los que tienen el poder, hay que dejarlos retenidos sin faltarles el respeto, pero sin dejarlos salir, para hacer fuerza” y queremos a nuestros compañeros aquí y cuando estén aquí, que los bajen a todos y salimos.

Fuera del pozo, empezaban rumores de que, como en la 2ª planta había un manantial, que tenía un abrevadero para que bebieran las mulas, que los encerrados se surtirían de agua y comerían cebada y hasta que matarían una mula para comer la carne, antes de salir de allí.

A las mulas las trataban como esclavas y trabajaban día y noche y las dejaban en las cuadras de la 2ª y de la 3ª planta y, solo las sacaban los sábados para que descansaran el domingo, o si alguna estaba enferma o necesitaba herraduras.

No hubo tales conjeturas, aunque si cogieron agua, pero no comieron cebada, porque si bebes agua, la cebada hincha y puedes hasta reventar y de la carne de la mula nadie tuvo esa necesidad, que la tensión y el stress, o si se lleva muchas horas sin comer, el estómago se cierra y ya no se siente hambre” Sí, necesitaron beber agua para no deshidratarse y sí, bebieron mucha agua.

El primer piquete lo hicieron las mujeres y algún hombre, cortando la calle e intentando escalar por el portón del Pozo María Luisa. Pasaron ochenta y dos horas y fuera, los esperaba un pueblo harto de callar.

¡Ya están sueltos! Gritó un compañero que bajó a la galería.

Los soltaron y cumplieron la palabra, enviando a fuera al exterior, al ingeniero y al capataz los primeros y a continuación, salieron los 400 y pico, los más jóvenes en la última jaula, no por miedo, sino por respeto a los mayores que estaban sin comer y sin nada.

Recuerda, que siempre preparaba un bocadillo pequeño, con chorizo o parecido y aquel día, le quedó un trocito de pan en la mina (que dejó escondido detrás de una mamposta de madera y cuando volvió, aquel pan ya no estaba), y que tampoco solía llevar fruta para la mina, como mucho un plátano y aquel día, lo olvidó fuera y cuando salió, vio que el plátano estaba, pero tenía tanta gana de comer aquel plátano como de llevar un par de hostias. No tenía apetito de nada.

“No se emocionó entonces, ni se dio cuenta de lo que habían conseguido". (Ahora si se emociona al contarlo y necesita el pañuelo, para secarse la lágrimas).

Cuando llegaron a la entrada de la casa de aseo, con todo cerrado a dejar el casco de protección (como un sombrero, que parecían curas), encontraron a dos guardias civiles en el interior y a uno, se le caían unas lágrimas como garbanzos, No estaban autorizados a darles leña, que no les podían pegar, aunque allí hubo la de dios.

Cortaron el tráfico de autobuses y coches y no pasaban ni las mujeres, madres y nietas, Su hermana, que ahora tiene 80 años y una sobrina que tiene 9 años menos, que venía de Sama en autobús operada de anginas, las dejaron bajarse del autobús y la tuvieron que pasar en brazos, hasta la acera de enfrente para ir a su casa.

De la guardia civil, ni un tiro, ni un solo golpe, según comentaron.

También contaron, que había un compañero picador, muy fuerte, que no lo cogieron porque pertenecía a otro relevo y no sabe qué le dijeron, pero al oír “quita la guerrera y pasa paca”, dio media vuelta y desapareció. Si le pegan un par de tiros, obligación ninguna.

Hubo un comportamiento ejemplar y cree que el mando era militar y las órdenes las daría un comandante, con el que llegó a coincidir en el Regimiento Farnesio en Valladolid, cuando marchó a la mili, aunque claro, no lo conocería ni sabría si era minero o no.

La huelga del Pozo María Luisa fue la chispa del movimiento obrero que despertó al pueblo, especialmente, a las mujeres que estaban detrás y que fueron muy valientes y el gran punto de apoyo, para extenderse al resto de la población, que a pesar de que les daban de hostias o los mataban y no pasaba nada, el pueblo no consiente ni perdona, que haya muertes de mujeres y niños.

La gente mayor iba “cagada de miedo” (según la expresión vulgar del público).

Estaban saliendo del encierro, cuando apresaron a un señor de la misma parroquia, que tropezaba al hablar y tenía un “papo” especial, que lo caracterizaba.

Lo cogieron pensando, “este, si sabe algo, lo va a cantar” como si fuera tonto y lo llevaron al cuartel (un capataz que era del pueblo y estaba allí, contó después lo que pasó)

¿Usted por qué no salió? Po, po, pop porque no me dejaron.
¿Porque no lo dejaron quién? Lo, lo, los delante.
¿Los de delante quién? La, la, la xente,
¿La xente quién? El, el, el rebañu. /y ahí ya dijeron, ¡Pégale una patada en el trasero, en los testículos! /y habló el comandante, Ojo, “aquí no se toca a nadie”, bastante desgracia tiene y que estará muy nervioso (un capitán o lo que fuera quería pegarle una patada en el trasero y echarlo fuera) y le siguen preguntando, ¿Queda mucho carbón en la mina? Si si si si, pero está todo en una peña (se refería a la veta de carbón) y añade Pa. Pa, pa mil o dos mil años, pero como no, no, no entren los que lo arrancan.

¡Hala! ¡fuera!

Llegó al bar, cogieron la bota de vino (y un vecino, que iba a trabajar con él en el camión), pregunta, Paisano, ¿Qué te preguntaron? Na, na, nada imbécil, pero si te llaman a ti, Can, can, cantas como un pa, pa, papagayu.

Hubo otro caso de un compañero gallego, que visitaba una casa de chicas que había cerca y se casó con una de ellas y algunos lo acosaban con bromas pesadas de, si te casaste con una (de tal) y expresiones parecidas, hasta que, un día le pegó una paliza a uno por provocarlo y lo llevaron al botiquín y como tenía marcas y un ojo hinchado, lo denunciaron.

Al no haber mayores incidentes, la Guardia Civil se retiró.

La “huelga de los guajes” a la que los patronos respondieron con el cierre de los pozos y el despido de un trabajador, dio lugar a detenciones por la policía, sanciones económicas a los responsables e ingreso a filas de los huelguistas en edad militar.

Al día siguiente al llegar al trabajo, lo esperaba un vigilante apodado el “tubero” (el vigilante que se ocupaba de aquel taller salió corriendo como si fueran a robarle el alma, porque lo habían denunciado y un compañero que se enteró, le indicó que se largara, que iban a por él). /que pregunta, ¿Tu segundo apellido es Buelga? Si, si, /Y el “el tubero” ¡Coja la herramienta y salga! Que te están esperando afuera.

¡Los punteros no los saco!
No te preocupes que te los descontarán. Un puntero, valdría la mitad del jornal y si son dos… el doble y ¿Los martillos para picar carbón? (dos belgas de la cruz pequeños)
Tampoco te preocupes que, de los punteros, si te los descuentan, me hago yo cargo.

Vale /y al salir, Le dicen que, como estaban en quintas, los están llamando a declarar a la oficina y que ya no tenían permiso para librar la mili como mineros y tenían que incorporarse de inmediato al servicio militar, todos los participantes en el encierro.

Que lo esperan en la oficina del ingeniero y (cuando llega a la oficina), con el Ingeniero, había un Capataz, un Capitán y un Comandante, el mando superior completo. y le preguntan, nombre y dos apellidos y si sabe leer y escribir Sí, /ordenan. ¡Firme aquí! /señalando un papel encima de la mesa.
No firmo nada. ¿Qué voy a firmar yo?
No firmó nada y le dieron la orden de presentarse en la Quinta del Rubín, en Oviedo y allí los mandaron, cada uno a su destino, no como cuando “entras en quintas que vas a tallarte al Ayuntamiento, sigues trabajando en la mina y olvidas aquello” y ordenan:
Mañana ¡Sin escusa ni protesta! Estará usted a las 10 de la mañana en la Quinta del 55 y 56 en Rubín, donde les facilitaran a usted y a los compañeros alistados, los documentos para viajar a su destino en Farnesio (Valladolid).

Al día siguiente, domingo 26 de marzo de 1957, después de presentarse en Rubín, les facilitaron “vales para el tren” (en el furgón de cola que iba enganchado a los vagones de madera, pero como eran 5 o 6 y disponían de algo de dinero, decidieron viajar por su cuenta).

Acudieron a la estación del tren, por si tenían que pasar lista o algo, aunque él estaba agotado, medio acostado y muy disgustado todavía (por la muerte de su padre), cuando llega un “tabernario medio bebido” vestido de sargento, que trata de cogerlo para que se levantara. /y ordena, ¡Todos al furgón!

No voy al furgón, que viajamos por nuestra cuenta (estuvo a punto de arremeter contra aquel borracho con galones, si no fuera porque no quería que lo detuvieran por algún chivatazo), /contestando el sargento,
¡Oye ¡Bájate! coge un taxi y vete a Valladolid.

De Oviedo, se fue a Fuentecilla, donde estaba el campo de la leonesa, a casa de unos vecinos y cuando llegó, cruzando de la estación hacia la capital (León), encontró un amigo de la Felguera, mayor que él y se conocían de cuando jugaron al Futbol en San Martín. /que le dice.
¡Que pasa amigo!

Marchamos a la mili.
Y hora, ¿a dónde vais?
A León. (el chaval que lo acompañaba, que estaba de vigilancia le dice, “tengo que escaparme que, si me cogen pueden empaquetarme”).

Hay un autobús que sale a tal hora. ¿tienes dinero?
Si hombre, para el autobús tendré.

Cogió el autobús y cuando llegó a la estación de Valladolid, buscando donde comer encontró un cabo y después de contarle cómo había llegado hasta allí, le dijo que escapara y escapó sin comer, ni más explicaciones.

En la estación de Renfe, preguntó a un guardia. ¡Oiga por favor!, tengo que incorporarme a la mili y no sé por dónde se va a Farnesio.
A continuación de la pasarela, más allá hay un cuartel de Artillería y a continuación está Farnesio.

Texto agregado el 03-12-2023, y leído por 367 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-12-2023 Excelente tu cuento. No existía derechos del trabajador solamente deberes yosoyasi
 
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