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Cuando esa familia comenzó a empacar sus pertenencias, las molduras iniciaron un repentino desprendimiento y pronto colgaban como sólidas lágrimas sobre la pared. ¿Una casa presiente cuando quienes la habitaron la desocupan poco a poco? La razón aplastaría de plano está pregunta y la retorcería como quien aplasta un cigarrillo en la acera. Pero quién me contó esto, agrega que a la depresión de su padre concurrieron también situaciones acordes a dicho momento. Las flores que bordeaban el jardín sufrieron una extraña decoloración, tanto que los amarillos se tornaron crema y los rojos sufrieron un desgarrón en sus tonalidades para palidecer en un tono bastante menos llamativo. Una pared se descascaró mostrando el adobe primigenio. ¿Sería que por ese intersticio se asomaría un improbable ojo que otearía la partida de aquellos que la habitaron?
Me sucedió que días antes de abandonar un apartamento de dos habitaciones que fue escenario de hechos de distinta laya, gruesos goterones cayeron como clavos sobre la cama, el piso y los muebles. Se formaron pozas que lo cubrieron todo a modo de un llanto desconsolado. Yo contemplaba las desordenadas tablas del techo por las que se escurría ese reclamo de los cielos y sin deseo alguno de remediar en parte este diluvio, me dejé llevar por esta extraña situación que lindaba terrenos oníricos y que, para mi pesar, o para mi melancolía, la disfrutaba de alguna retorcida forma. El retintín de los numerosos goteos no cesó hasta que me quedé dormido. Lo extraño del caso es que nunca esto había sucedido, habiendo caído lluvias mucho más caudalosas.
He sido invitado a casas que parecieran no estar alineadas. Los cuadros conservan una porfiada oblicuidad unos con otros que no se conlleva con los ángulos de la habitación y alguna pared pareciera querer venirse encima de uno, quedándose en el amago o llevando a pensar que las perspectivas a veces son engañosas. Los que allí viven parecieran no preocuparse de estos asuntos o es que ellos mismos van a contrapelo con una cierta estabilidad que tranquilice esos ángulos. Bien mirados, parecieran caminar con su cuerpo sosteniendo una gradualidad extraña sobre el piso, como el que desciende a tientas desde un cerro. Y uno, para congraciarse y no parecer poco cordial, trata de ladear su cabeza para admirar las copias manidas de los artistas impresionistas que cuelgan descompuestos en la pared. Pero este gesto rezuma algo que huele a falsificación, viniendo de un mundo en que los ángulos están establecidos de antemano. Sólo cabe agradecer la hospitalidad, que eso sí es de personas decentes, mientras el licor con que brindo se me derrama por algún lado.
También he visitado mansiones que replican reverberaciones extrañas. Los dueños de casa conversan y ríen, pero sus ecos parecieran no rebotar en sus paredes. Sus voces se disipan y me he percatado que lo que resuena allí es como la jaculatoria de un sacerdote que se arrastra y se multiplica por las habitaciones. He sentido escalofríos, pese a que la conversación es entretenida y las risas ribetean cada frase. Pero los ecos no se corresponden y hasta pareciera que estoy en una profunda cripta, repleta de cadáveres y recuerdos. Los dueños de casa son gentiles, amables. No intuyen nada de lo que aquí narro. ¿Habrá algún cuerpo oculto detrás de cualquier pared o sólo soy yo que me fijo en los detalles sin atrapar un todo más concreto?
Mientras escribo esto, trato de distinguir los sonidos que reptan por las paredes. Nada extraño, por supuesto. A lo lejos, ladra un perro, un automóvil cruza raudo una calle e imagino a quien conduce con la premura de llegar pronto a su hogar. La noche se mece en una frescura que se agradece. Contemplo el techo diluído por grises que no alcanzan a ser sombras. Y recuerdo cuando abandoné otro recinto del que me encariñé. Fue doloroso partir, quitar el cablerío que eran las henchidas venas de su actividad, desechar artículos que harían más bulto que prestar algún uso razonable. Los recuerdos se me cruzaban y formaban rutas melancólicas. No toqué unas lámparas que le brindaban al espacio un aspecto singular. Todo lo restante se lo regalé a la señora que me arrendaba aquel local. Nunca lo vi vacío y eso dolía el doble porque daba la impresión que estaba en el punto preciso en que, o se desocupaba o se poblaba de múltiples máquinas que resignificarían este espacio.
El último día, abandoné el lugar, entregándole las llaves a su dueña. Apretón de manos y un abrazo. Cuando me alejaba, presencié el derrumbe de ese edificio. O de mís expectativas tronchadas. Fue lo mismo. Siempre alguna lágrima furtiva adoba los sentimientos frustrados.

















Texto agregado el 22-12-2023, y leído por 137 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
27-12-2023 es enormemente placentero ver como te expresas, las palabras que usas y las imágenes que enfocas silpivipiapa
25-12-2023 Me encanto. Y de noche ni te cuento lo que dicen las casas, sera por el silencio? TETE
24-12-2023 —Pensaba al leer, aunque tal vez en forma distinta a lo escrito, en el tango "Casas Viejas" tocado por la orquesta de Francisco Canaro y en la canción "La casa Nueva" de Tito Fernandez. —Y también pensaba en todas las casas que cobijaron mi tiempo en esta vida, estando "casi seguro" que esta de hoy no será la última. —Un abrazo y ¡Feliz Navidad! vicenterreramarquez
24-12-2023 Tu narración me ha resultado muy interesante (en realidad tus textos siempre lo son), lo cual demuestra tu talento, el mismo del que habla MujerDiosa y reafirma 6236013. La casa, una casa cualquiera, podría ser también el reflejo de una misma, de su alma. Cada casa posee su historia y tus letras me hacen pensar que logras interpretarlas, sentirlas. De excelencia lo tuyo. Gracias. Gsap
24-12-2023 Verdad, la razón aplasta esas nociones. Yo soy medio así, busco respuestas menos reñidas con la lógica, pero me encanta, de todas formas, darle posibilidad a lo desconocido, pensar en que quizás... pueda haber algún tipo de memoria en los espacios. Buenas reflexiones, me gustó esta narración. Un abrazo, Guidos, pasa hermosas fiestas. Dhingy
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