Incertidumbre.

¡París! ¡París!
Luego de algunos meses de incertidumbre, Stephany volvía a París.
¡Qué distinto estaba todo! El otoño estaba llegando a su fin y las calles estaban cubiertas de hojas caídas. Los colores de las mismas semejaban un cuadro de bellos colores, aunque para ella aquello era solo algo más que entristecía su alma. Su pensamiento la llevaba muy lejos, Jean Pierre era el nombre que ocupaba su mente, como lo había hecho desde el momento que lo conoció y que ahora se veía tan lejano.
Aún no estaba muy segura de sí había sido lo mejor el haber vuelto o si debía seguir con su vida en su país, a miles de kilómetros de distancia, pero si no volvía se volvería loca y quería terminar con aquella sensación de angustia que sentía desde el momento que dejó París.
Se alojó en el mismo hotel y muy temprano el agradable aroma de café recién hecho y aquellas media lunas dulces volvían a traerle recuerdos que, aunque en su momento fueron de vivencias increíbles, ahora sólo la entristecían.
El día estaba muy frío, pero quería volver a los lugares donde había estado junto a Jean Pierre, ¡tenía que hacerlo! Pensaba que solo así sabría lidiar con aquel tormento.
¡Champs Elycees! No estaba segura de poder volver, pero lo hizo y volvió a mirar aquellas vidrieras impecablemente adornadas con todo lo mejor de París, las marcas de ropas, relojes y hasta autos de última moda lucían en ellas para deleite de los turistas y de los mismos parisinos que se enorgullecían de tanta belleza.
Pero, Stephany en su sufrimiento sólo veía hojas caídas, el invierno estaba llegando y París se vestía de gris, el verano se había llevado a Jean Pierre y ella se sentía enloquecer, ahora estaba segura de que no debía haber vuelto, el entorno sólo la entristecía más y más.
Caminaba sin saber siquiera quién era y sus pasos la llevaban al Arco del Triunfo allí había visto por última vez a Jean Pierre. ¡Cómo deseaba volver a verlo! ¡Decirle lo equivocada que estaba al irse! Y que en su tristeza sólo oía su voz que la volvía cada vez más loca, pero sabía que tantos meses no volverían atrás sólo porque ella lo quisiera y volvió a sentir su nombre. !Stephany! ¡Stephany! Al llegar al emblemático monumento sintió que su cuerpo se desvanecía, tal era su pena que sintió que una mano le rodeaba la cintura mientras la sostenía para que no cayera y la otra acariciaba su rostro mientras unos labios conocidos la besaban con pasión. Sabía que se estaba volviendo loca que aquello no era más que su imaginación y, aun así, seguía aferrada a aquellos brazos, a aquellas manos que le acariciaban el rostro y a aquella voz que le decía… ¡Al fin volviste!
Y como por arte de magia la realidad de aquellos besos la alejaron por siempre de la locura cuando con un susurro dijo… ¡Jamás me volveré a ir!
Omenia
27/2/2024